Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Novia del Señor Millonario
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
Dicen que para que el mundo sea mundo deben existir todo tipo de personas, la diversidad es la que hace la existencia exótica. Sin embargo, la mayoría de los seres humanos son tan impredecibles, que nunca llegan a conocerse ni a sí mismos. Siendo así que el camino hacia el hallazgo de la propia identidad, está pavimentado en temores e inseguridades.
Cielle se sentía en total control de su vida, de su personalidad y sus emociones. A tan solo dos años de haberse graduado, sobresalía como uno de los abogados jóvenes en ascenso dentro de todo New York. Aunque carecía de renombre, poco a poco su talento en los tribunales se hacía pasar de boca en boca, logrando ser tachado como un genio de habilidades innatas.
Mas, el control que mantenía sobre su vida, parecía haber desaparecido en cuestión de instantes. Aquello no fue para nada de su agrado, menos aún al hallarse en una situación que le resultó tan dolorosa como inesperada.
Un día antes le había sido informado en el bufete donde trabajaba, la existencia de un caso de apariencia imposible. Sin pensarlo dos veces decidió tomarlo, antes de siquiera leer el informe, su ego y sed de reconocimiento fueron los responsables de tal desliz.
Así que allí estaba justo frente a él, luciendo una sonrisa cínica y chantajista: Su ex, la persona a la que años atrás rompió el corazón. Observando una vez más el rostro que había tratado de olvidar y durante años guardó como solamente un recuerdo, el mejor y quizás también el peor, en mismas proporciones.
No sabía cómo sentirse, ni siquiera cómo expresarse. Después de tanto tiempo le costaba devolverle la vida a un recuerdo, porque si lo hacía traería consigo los demonios que sepultó junto a sus sentimientos, porque eso significaría padecer nuevamente por cosas que creía haber superado, pero sobre todo, porque se negaba a perder la estabilidad que tanto le costó construir.
–Cielle D' La Fontaine. –Aquel nombre destiló de entre los labios del contrario como veneno que quemaba al hablar, con tanto rencor que no pasó desapercibido para el nombrado.
–Idan –saludó fingiendo indiferencia y frialdad.
–Diría que el mundo es un pañuelo pero... No creo que estés aquí por simple coincidencia.
–¿Por qué otro motivo lo estaría?
–¿Acaso no leíste mi nombre en la solicitud por escrito? O quizás conoces a muchos Idan Evigheden.
–No revisé tal informe.
–Entonces debo cuestionarme contratar a un abogado así de incompetente.
–Es curioso que me llames incompetente cuando eres la persona que está a punto de ir a la cárcel, y ciertamente, no me parece ser eso algo muy inteligente.
–Que lástima –se encogió de hombros –, creí que venías a mí porque me extrañabas.
–No guardes falsas esperanzas después de tanto tiempo. Te pido que hagamos esto lo más profesionalmente posible.
–Pensé que renunciarías.
–Renunciar no es algo que aplique a mi día a día.
–Que curioso, yo recuerdo todo lo contrario.
–Tus recuerdos son de un yo pasado, uno que ya no existe y se quedó en el olvido, junto a ti.
–Es poco probable –ladeó el rostro –, no creo que puedas olvidarme fácilmente, sigo siendo el que tomó tu virginidad.
–Y yo sigo siendo el que tomó tu heterosexualidad –contestó con cierto deje de autosuficiencia –. Y justo ahora soy el que tomó tu caso, puedo salvarte o hundirte en la cárcel, después de todo espero que mal no recuerdes que tienes cinco denuncias.
–No creo poder olvidarlo. –Se levantó de su lugar tras el escrito, y caminó hasta el gran ventanal de cristal para mirar desde las alturas de un piso veinte, a los periodistas que lo acechaban en la entrada.
Desde que hacía un mes atrás, se confirmó la noticia de las cinco denuncias en contra de Idan Evigheden, director general de una de las empresas regentes del comercio en la ciudad, la prensa no dejaba de seguirlo en busca de un buen reportaje. Mantener un perfil bajo era cada vez más complicado para él, y eso obviamente traía repercusiones negativas para la empresa.
–¿Qué pasa contigo, Evigheden? –preguntó el abogado mirando al que aún permanece de espaldas –. Dejé de verte hace siete años y en esto te convertiste, un criminal.
–Te recuerdo que tú mismo acabas de sugerir llevarlo todo de una manera estrechamente profesional. Por lo tanto, abogado, no es su deber cuestionar mis decisiones personales, no es juez para juzgar y definitivamente no está en posición para reñirme.
–Créeme que no tengo la más mínima intención de entrometerme en tu vida más de lo necesario. La única razón por la que estoy tomando este caso a pesar de todo, es porque representa para mí el mayor reto al cual enfrentarme posiblemente en toda mi futura carrera en la abogacía.