El hermoso paisaje irlandés se expandía a mis anchas mientras Thomas conducía el auto rentado en el aeropuerto. Kentin iba en el asiento del acompañante, mis padres y yo en los asientos traseros, ya estábamos entrando en la ciudad de Brai.
Situada al Sur de Dublin el verde de los árboles y el celeste del cielo y del mar contrastaban directamente con las escalas de grises y blancos de las casas y calles que conformaban la ciudad; sólo los tejados rojos y las flores plantadas en los canteros eran una explosión de color ante aquella humilde fachada, influenciada sin duda por la arquitectura de su época colonial pues las casas conservaban ese sobrio estilo inglés, pequeñas y con ventanas de oscura madera. Sólo la rueda de la fortuna de lo que parecía ser una feria permanente competía con las hermosas colinas que rodeaban la ciudad, imaginaba que por la noche todo se encontraba bañado en luces de neón y sonidos de electrónicos dignos de Star Wars además de risas y conversaciones alegres entre la gente que visitaba el lugar.
Thomas dobló en una esquina y empezó a ascender por una calle un poco empinada y poco a poco empezamos a aminorar la marcha hasta detenernos en la única casa que rompía con la monotonía de la arquitectura inglesa, claramente de diseño francés y refinado. Frente a ella se encontraban de pie un pequeño grupo de personas, todos con una sonrisa dibujada en sus rostros y por encima de sus cabezas colgaba un cartel que decía "Welcome Back!" en una linda caligrafía irlandesa, como de esas que se ven en los pubs. Al parecer habíamos llegado a la casa de los O'Connor porque podía ver muchos de los rasgos físicos de mi suegro y mi prometido repetidos en algunas de las personas allí presentes, pero entre toda esa multitud resaltaba la abuela Mae. Allí estaba... mi prueba de fuego para poder ser aceptada en la familia de Kentin. El corazón empezó a latirme más fuerte cuando Thomas aparcó frente a la hermosa casa y todos descendimos del vehículo.
El primero en ir corriendo a saludar fue mi prometido, que tomó en brazos a su abuela y le plantó un beso en la mejilla derecha con el mismo amor que lo hacía conmigo. Mis padres y yo nos demoramos más pues debíamos bajar las maletas, Thomas ayudó en el proceso, pero la insistente voz de Kentin llamándome hizo que abandonara el equipaje de mi madre en la acera y me acercara hacia él. Sentía las miradas de los familiares de Kentin sobre mí, quizás tomando notas visuales de todo lo que podían apreciar de mí, también sentía las mejillas encendidas pues odiaba ser el centro de atención en cualquier aspecto de mi vida, pero me focalicé en la mano de mi prometido, extendida hacia mi, para ayudarme a cruzar aquellos centímetros que me separaban de la mujer más importante de su vida. Más importante que su propia madre.
—Abuela, quiero presentarte a Annie —sonrió a sus anchas mientras tomaba mi mano con fuerza. Esbocé mi sonrisa más encantadora mientras su abuela me miraba con aires calculadores—, mi prometida.
Al escuchar esto, la abuela Mae abrió mucho los ojos observando a su nieto pero él sonreía y yo temblaba como una hoja. Mae giró sus ojos hacia mí, dirigiéndome tal mirada que se erizaron los vellos de la nuca. Al parecer algo de mí no le había convencido, y me gustaría saber qué.
—¿Prometida? —preguntó la abuela Mae mientras sonreía solo con los labios mientras el resto de su rostro y en especial sus ojos emanaban a chorros desaprobación absoluta—. Felicidades, cariño.
Me tomó de la mejilla y me apretó con tanta fuerza que me hizo doler. Abrí mucho los ojos y cuando retiró sus dedos me tomé el cachete con la mano... aún me ardía pero Kentin sonría. Aparentemente no se daba cuenta del trato pasivo-agresivo de su abuela hacia mí. Mi suegro me puso las manos sobre los hombros y me los palmeó suavemente mientras Kentin tomaba de la mano a su abuela y pasaban hacia dentro de la casa, al parecer nadie había apreciado el "cariño" que mi "suegra" me había dado pues me saludaron con total normalidad, al igual que mis padres y mi suegro; sólo Thomas había percibido la verdadera intención de aquel gesto pues suspiró con evidente hartazgo.
—No puedo hacer nada —susurró Thomas con cierto dolor en sus palabras como adivinándome el pensamiento—. Deberás prepararte, Annie. Esto es sólo una muestra.
—¿Y si hablo con Kentin? —pregunté.
—No. Déjame que yo hablé con él, creo es algo que me corresponde a mí —respondió—. Pero por ahora entremos, no quiero hacer esperar a mi madre.
La buena vibra que había estado presente hasta ese momento en mi familia había desaparecido. Atrás quedaron los buenos momentos vividos en el avión, las carcajadas y los chistes... Nos habíamos reído tanto y tan fuerte que tuvo que venir la asistente de vuelo a pedirnos que, por favor, nos riéramos un poco más suave pues molestábamos al resto de los pasajeros. Ahora una asquerosa vibra de rechazo y estricto orden inundaba el lugar pese a que la casa era tan linda por dentro como por fuera. Tenía una decoración antigua y en colores marrones y verdes, había fotos de sus nietos e hijos, de ella y su marido en su boda, pero lo que me sorprendía es que en las fotos en las que estaban todos en familia, había unas cuantas que tenía un rostro cortado, vi que siempre al lado de ese rostro cortado estaba Thomas.
—Mi mujer —susurró mi suegro mientras se ponía a mi lado, observando la foto con cierto dolor—. Cuando nos fuimos de Irlanda mi madre hizo todo esto.
¿Hasta dónde podía llegar el rencor de una madre hacia la pareja de su hijo (o nieto)? Continué observando la casa con atención mientras mis padres entraban con todo el equipaje. A pesar de que la casa era muy bonita y estaba llena de recuerdos era evidente la energía que emanaba, una energía siniestra, de rechazo y putrefacción, no era la energía que había en nuestro apartamento o en casa de mis padres, incluso en casa de mis abuelos mientras ellos habían estado con vida, donde te invitaba a tomar las fotografías o los recuerdos, apreciarlos, admirarlos sentirlos... En cambio aquí parecía que si yo osaba alterar el orden preestablecido al tomar una foto para verla de cerca, sonaría una sirena advirtiendo a la dueña de casa.
No podía quedarme mucho tiempo retraída en mis pensamientos y análisis del hogar de mi anfitriona así que decidí hacer sociales. Me presentaron a los tíos y primos de Kentin, a sus primos y sus parejas, no me molesté en recordar el nombre de todos pues muy probablemente no los volvería a ver, pero fue el abuelo de Kentin, Richard, un hombre bonachón y con un poco de papada, quien me hizo sentir bienvenida por primera vez desde que había pisado esa casa. Reconocí en sus ojos verdeazulados los rasgos físicos de mi suegro, el poco cabello que tenía era blanco por la edad pero un par oscuras cejas que se resistían al paso del tiempo, las orejas salidas como si estuviera entre paréntesis aunque eso le daba un aspecto divertido y amable, lentes cuadrados sostenidos por la punta de una nariz ancha pero no prominente, y una sonrisa que parecía una línea y que iba de oreja a oreja.
—Así que tú eres mi nueva nieta —dijo en español. Hasta ese momento, por una cuestión de cortesía, habíamos decidido hablar en inglés así que parpadeé sorprendida al escucharlo hablar en mi lenguaje. Tenía una voz un poco gruesa y rasposa pero cálida. Me abrió sus brazos de par en par en un claro gesto de amor familiar, me acerqué y lo abracé. Olía muy bien y era cálido y mullido. Richard me soltó y me observó detenidamente, apreciando cada aspecto de mi ser—. Eres más bonita de lo que me imaginaba. Cuando Kentin me contó que iba a casarse con la mujer más hermosa del mundo no lo podía creer, pero ahora veo que es así.
No pude evitar sonrojarme y sonreír. Por lo general, no le creía a las personas cuando me decían que soy bonita pero Richard me hizo sentir muy aceptada en ese momento, y su apreciación había sido totalmente sincera y desinteresada.
—Es un placer conocerlo, Richard —sonreí pero él movió la mano hacia un costado, como espantando aquella formalidad innecesaria.
—Dime abuelo, o Rick si lo prefieres en caso de que quieras mantener cierta formalidad conmigo. Aunque soy de los que piensan que ser formal no es ser sinónimo de ser respetuoso— suplicó Richard mientras me invitaba a tomar asiento en uno de los sillones y, que hasta ese momento, había evitado sentarme pues temía alterar el orden de la casa. La pequeña recepción consistía en sándwiches, snacks y todo tipo de aperitivos. Me convidó uno para empezar la charla así que lo acepté con una sonrisa, teníamos que hablar en voz un tanto alta pues el bullicio de la casa era considerable debido a la pequeña multitud allí reunida. Sólo nos interrumpimos cuando Rick y yo nos acercamos hacia la cocina para buscar algo de beber y Thomas bajó las escaleras junto con mis padres—. ¡Thomas, hijo! ¿Dónde estabas?
—Perdón, papá. Estaba dejando los equipajes de los chicos en la habitación de Kentin —se excusó Thomas. Quién sabe cómo pero la abuela Mae apareció de la nada y nos miró con la misma mirada desaprobadora que me había regalado cuando nos habíamos conocido hacía unos minutos atrás.
—¿Escuché bien? —preguntó. Su voz era gélida y aunque medía su humildes ciento cincuenta centímetros en ese momento, retando a su hijo, parecía que medía dos metros. Mi suegro no pudo evitar bajar la cabeza—. Thomas, no pretenderás que Kentin duerma con... Ehhh...
—Annie —respondí entre dientes. Pero nos acababan de presentar y ya se había olvidado mi nombre... Mae chasqueó la lengua.
—Annie, sí, eso. No pretenderás que Kentin duerma con Annie sin estar casados.
Thomas parpadeó sorprendido, al parecer mi estado civil no era impedimento para dormir con mi prometido como lo habíamos hecho durante todo un año con todo lo que eso implicaba.
—¿Por qué no? Si han vivido juntos un año y han dormido en la misma cama... —respondió Thomas, pero la abuela Mae cerró sus ojos mientras levantaba la mano interrumpiendo a su hijo.