La familia Crek, había resonado en todo el país desde que Amelia, tenía memoria, siempre iban un paso adelante y nadie podía negar el gran porte de elegancia que aquellos dueños de múltiples empresas emanaban era como si el tiempo se detuviera por un instante cuando se hacían presentes en una habitación, como si sintieras el poder y la decisión con la que caminaban, tan seguros y perfectos y es que ¿como no iban a serlo? Lo que nadie sabía es que estaban por arruinarle la vida a su única hija o al menos así lo veía aquella joven, quien jamás había soltado tantas lágrimas como la noche en la qu
e sus padres le dieron la noticia de que se casaría con un completo desconocido.
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El agua tibia cayó sobre el rostro de Amelia, empapándolo todo, la presión de aquella regadera resultaba perfecta y el vapor no tardó en impregnarse en el espejo del baño al igual que en las grandes puertas de vidrio de la regadera, una vez hubo terminado su baño matutino se colocó una de las batas blancas que siempre tenía ya preparada en su baño personal y salió hacia su habitación, tomó un minuto para observarse a sí misma en su reflejo, tenía grandes bolsas moradas bajo sus ojos verdes y su reflejo se veía vacío, ella se sentía vacía, se desconocía totalmente, se sentía como una cobarde pues a decir verdad lo era, una vez sus padres le dieron la desagradable noticia de que debía casarse e hicieron énfasis en que aquella decisión no era opcional, debió haber huido decidida a no dejar que le arrebataran su vida y su libertad, pero ella era Amelia Crak, jamás le diría que no a sus padres aunque aquello le costara su vida y toda su felicidad.
A los pocos minutos de salir de la regadera y de quedarse a sola con sus pensamientos durante unos minutos su madre no tardó en aparecer, su madre Meredith, era una pelirroja hermosa la cual siempre irradiaba alegría y su perfume resaltaba cada vez que pasaba por algún lugar, su madre era de las personas que más felices se encontraba con la idea de casarla, siempre había soñado con ver a su pequeña adorada en un vestido de bodas blanco y de encaje y hoy por fin cumpliría su mayor anhelo.
—¿Que estás haciendo? —Preguntó Meredith, mientras pasaba a la habitación sin siquiera preguntar si había sido invitada.
—Nada solo estaba pensando un poco. —Añadió Amelia mientras soltaba una sonrisa con los labios cerrados.
—¡Oh cariño! Se que probablemente debes estar muy nerviosa. —Añadió su madre mientras se acercaba a Amelia y la abrazaba.
—La verdad no estoy nerviosa. —Añadió la pelirroja.
—¿Enserio? —Preguntó su madre como si no pudiera creerlo.
—No quiero casarme mamá. —Comentó Amelia.
—Ya lo hablamos Amelia, el matrimonio en la vida de toda mujer es lo más importante. —Añadió Meredith, mientras sacaba de su bolsillo una pequeña caja de terciopelo rojo.
—Ya lo sé pero no con un desconocido. —Respondió Amelia, quien tenía un semblante triste en su rostro.
—Tu padre y yo éramos desconocidos cuando nos casamos.
—¡Claro que no! Al menos eran amigos cercanos yo a ese chico no lo conozco de nada. —Contesto Amelia.
—El hijo mayor de los Russ, es de lo más amable querida te enamorarás de él en cuanto lo veas. —Respondió Meredith. —Quiero darte esto. —Exclamó la madre de Amelia, mientras sacaba algo de aquella caja pequeña y roja.
—¿Que es eso? —Preguntó Amelia con excesiva curiosidad.
—Es el anillo que use el día de mi boda y el que utilizo mi madre y su madre. —Comentó Meredith.
Amelia se sentía confundida al tener aquella reliquia familiar en sus manos como si aquello no le perteneciera realmente, sin embargo ignoró dicho sentimiento y únicamente agradeció a su madre con una sonrisa en el rostro.
—¡Gracias mamá! Es hermoso. —Añadió Amelia, mientras le brindaba a su madre una sonrisa con los labios cerrados.