Cuando por fin logro despertarme me dolía la cabeza como después de una noche de fin de semana, tengo una resaca terrible, siento la otra parte de mi cama fría, lentamente deslizo mis manos buscando el cuerpo cálido de mi novio, pero solo encuentro la vasta y suave colcha que cubre el colchón, seguro que tenía que salir para ir a su casa a cambiarse, no podía ir con la misma ropa a la oficina.
Después de estirarme un rato y de disfrutar el recuerdo de lo que había sucedido en la noche anterior, las caricias, los abrazos, los besos por mi espalda hasta que llegaba a mi cuello, dirigiéndose después a morderme delicadamente mi oreja, nada más de recordar hacía que mi cuerpo vibrara de placer.
En mi entrepierna mi flujo se deslizaba sin parar, de solo acordarme cuando me dio vuelta y siguió con sus besos por todo mi cuello hasta mis pezones, esa sensación fue lo más maravilloso que sentía porque era la primera vez que estaba con alguien, ya que no quería cometer el error de equivocarme en una relación de adolescente.
Así que me conservé virgen para después de encontrar al hombre ideal, bueno o por lo menos alguien que me hiciera sentir muy especial como pasó con Vicente, aunque sé que no se ve bien que una empleada se mezcle con su jefe, pero no lo pude evitar, él es un ser tan maravilloso que pudo evadir todas mis artimañas que había utilizado durante mi juventud para mantener a los hombres a raya.
En eso suena un mensaje en mi celular, apoyándome en mi codo me levanto un poco; en mi dormitorio entraba la luz, así pude saber que ya estaba algo tarde levantándome rápidamente cojo el celular, como era de esperar mi novio me estaba recordando que no llegue tarde a la empresa y que me esperaba en la esquina donde quedaba una cafetería para comprar nuestro desayuno.
De un salto me levanto y salgo rápidamente al baño, duchándome y vistiéndome lo más rápidamente posible, quitando la sábana de mi cama, la eché al lavado mientras terminaba de arreglarme, tomo mi bolso y las llaves, salgo cerrando la puerta tras de mí.
Dirigiéndome hacia la parada estaba un taxista que tenía casi una hora esperándome por órdenes de mi jefe y novio, pasando a su lado, de pronto llamó mi atención:
–Disculpe ¿usted es Sara? –dijo el chofer.
–Si, ¿por qué?
–Su jefe me dijo que la esperara para llevarla a la oficina, él sabía que iba a salir tarde de su apartamento.
Mostrándome su identificación noto que trabajaba para la misma empresa que yo, acepté y él abriendo la puerta trasera me señala que subiera, al entrar encuentro que en el otro asiento había un muy elaborado regalo, era una cesta tejida contenía un peluche rodeado de muchas rosas blancas y rojas, también había muchos chocolates.
–Disculpe, ¿y eso? –pregunté asombrada.
–Eso es de usted señorita –contestó con una sonrisa muy amable.
Ruborizándome termino de entrar al coche, cuando el chofer sube se gira y por la ventanilla me entrega una tarjeta.
–Disculpe esto también es para usted me pidieron que se lo entregara en sus manos. –Volteándose, enciende el auto, poniéndonos en marcha hacia la oficina, la tarjeta era de mi jefe disculpándose por no darme mi regalo en persona, pero tenía que llegar temprano a su casa a recoger unos folios que necesitaba para la conferencia que se iba a dar ese día en la empresa.
Llegando a la oficina el chofer me ayuda a sacar mi regalo subiendo rápido las escaleras, le pido al portero que me haga el favor de abrir, él con mucho agrado me abre la puerta, ya en el vestíbulo me dirijo rápidamente al ascensor.
De pronto impacto con algo sólido, mi recién recibido regalo sale disparado hacia el techo desparramando todo su contenido en el suelo, por instinto retrocedí varios pasos todavía algo aturdida, cuando pude levantar la vista allí estaba parado, mi asombro se había transformado rápidamente en rabia.
–Acaso no puedes tener más cuidado –exclamé.
El imbécil con el que había chocado estaba siendo engreído y me miraba con ojos de desprecio.
–Aquí la única ciega eres tú, tu estupidez no tiene límites.
La furia recorrió todo mi ser.
–¿Qué te pasa?, aquí el único estúpido eres tú, ¿quién te crees? –respondí con ironía.
Él sonrió sarcásticamente, esa no era la reacción que yo esperaba.
–Si no estás ciega y tampoco eres estúpida, entonces chocaste conmigo porque eres una resbalosa y querías que yo te dirigiera mi total atención sin contar que querías tocar mi cuerpo.
¿En serio? Su arrogancia y su ego eran impresionantes.
–¿¡Qué!? Ni en mis peores pesadillas he pensado eso. –Se me salieron las palabras con rabia.
Él serio a todo pulmón que todos los empleados y aquellos clientes que se encontraban en la entrada de la empresa escucharon. Su sonrisa transmitía claramente la poca cosa que era yo para él en ese momento.
–Tú nunca serás mi tipo, cuatro ojos.
Es evidente su broma, yo usaba anteojos, su voz notaba claramente su desprecio hacia mí, su expresión era indudable delante de todos.
–Estúpido, es ¡estupendo!, porque tú si que jamás de los jamases serás de mi tipo –le reclamé ofendida.