¡¡¡¡Pum!!!!
El balazo remeció toda la casa, trepidaron los vidrios y ladró Sansón aterrado. Desorbité los ojos sumida en el pánico, sentí rayos y relámpagos estallando en mi cabeza y una horrible campanada empezó a martillar mi cráneo, aplastándolo sin misericordia. Quería gritar espantada pero mis pies estaban encadenadas por el miedo y el terror y ni siquiera atiné a parpadear. Quedé congelada como una pegatina en el silencio, y sentí que todo se hacía oscuro, se apagaban las luces, y yo caía a un abismo profundo y aún más tétrico y horripilante.
Mi corazón empezó a saltar del busto, queriendo salirse por mi garganta, presa, también, del pánico. Busqué auxilio en Gladys, la cocinera, pero ella estaba tan o más aterrada que yo, con la quijada descolgada en su cara, pálida y los ojos a punto de explotar igual a un globo.
La imagen no la puedo olvidar. La tengo clavada en medio de mis sesos. Después que subí los peldaños, dando tumbos, tropezándome con mi propia inercia, lo encontré a él, a mi marido, sentado en la cama, mirándome fijamente, con una sonrisa larga, irónica, dibujada en la boca, el cráneo abierto, despedazado, de un balazo que él mismo se disparó en la sien. Y en medio de mi grito aterrado, me pareció oírle decir, -es tu culpa, mujer-
Eso me hizo gritar aún más.
*****
Un año después, recibí la llamada que tanto esperaba. Temblé de emoción y no pude contener el llanto.
-Voy a ir a, mamá, no te preocupes-
-Me haces la mujer más feliz del mundo, hija-, hice fuerzas por no llorar.
-No es para tanto, mamá, ya sabes que te quiero mucho, iré con Sabrina-
-Es que no las he visto a ustedes mucho tiempo-, empecé a sollozar.
-No llores mamá, o me enfado y no voy-, se molestó Tatiana y colgó luego de mandarme un gran besote.
No lo podía creer. Apreté los puños emocionada y me puse a brincar alborozada, tirando mis largos pelos al aire. Chillaba presa de la euforia y corrí de prisa, saltando, donde Violeta, la mucama de la casa. Arreglaba mi cuarto con mesura, tendiendo los edredones, acomodando mis peluches, y recogiendo los vidrios rotos porque en la noche, asaltada por una pesadilla, se me cayó un vaso con agua.
-¡¡¡Vienen todas!!!-, le dije eufórica, abrazándola y colmándola de besos.
-¿Está segura, señora?-, desorbitó los ojos Violeta. También se emocionó.
-Sí, Tatiana me acaba de confirmar que viene y me aseguró que vendrá con Sabrina, que incluso la traerá aunque sea a rastras-, le dije encharcando mis ojos de lágrimas.
Roxana y Deborah ya me habían prometido, horas más antes, que irían a mi cumpleaños. -Sí, mamá, sí vamos a ir-, me aseguró Roxy en forma lacónica, pero para mí era suficiente porque esas seis palabras me resultaban un diccionario entero luego de padecer tanta desilusión teniéndolas tan lejos de mí.
Llamé a Vicky, mi secretaria, y le dije que no iría a la oficina, que iba a arreglar la casa porque mis hijas iban a venir a mi cumpleaños.
-No te puedo creer, Cristina, ¿estás segura?-, fue escéptica Vicky.
-Sí, esta vez es cierto, vendrán-, dije. Mi corazón parecía un timbre repicando en mi pecho y eso me volvía más y más alborozada.
Mis hijas se fueron de la casa esa aciaga noche que Donatello, su padre, se voló la tapa de los sesos. Yo estaba en la cocina con Gladys, viendo la cena, cuando escuchamos la explosión remeciendo las paredes y las ventanas. La cocinera y yo nos miramos boquiabiertas, pálidas con los pelos de punta, y fuimos dando trancos hacia el cuarto que ocupaba mi marido, en el tercer piso.
¡Qué largo se hizo eso! Los peldaños de la escalera seguían apareciendo una y otra vez frente a mis ojos, alargándose, haciéndose una escalinata sin fin, cuando, en realidad, son tan solo diez escalones, pero esa vez me parecieron más de mil, y estaba convencida que nunca llegaría al dichoso cuarto que ocupaba Donatello desde hacía un año, cuando nos separamos de cuerpo, luego que me acusó de engañarlo y serle infiel.
En esa correría a su cuarto, recordé que decidimos seguir viviendo bajo el techo porque las niñas recién habían cumplido los 18 años y estaban en una edad difícil. Él fue que me dijo, incluso que ya no me quería, que yo le resultaba mala y hasta que me aborrecía por mi forma de ser.
La puerta de su cuarto estaba cerrada y la abrí a patadas y allí estaba Donatello, sentado en al cama, sin vida, con su cráneo hecho un millón de pedazos.
En su regazo había una nota que decía apenas, "mi mujer me engaña".
Fue una tragedia. Mis hijas me culparon del suicidio de su padre, me enrostraron que ellas eran muy felices con él y después del entierro se fueron de casa, dejándome sola, sin marido ni hijas.
Con Donatello levábamos casi 20 años de casados. Él tenía 42 y yo apenas 19, cuando decidimos contraer nupcias. Yo era muy joven, me dedicaba a la música, tocaba el trombón en una orquesta femenina, y estaba perdidamente enamorada de él, incluso dejé a mi anterior enamorado, al que había jurado amor eterno, por preferirlo a él. Era enorme como un cerro, campeón de atletismo, dueño de un poderoso grupo económico, el mayor consorcio de industrias y comercios del país, igual a una divinidad helénica. Yo estaba tan deslumbrada de Donatello que le di el sí , empeñando toda mi vida a él.
Tuvimos cuatro hijas. Las cuatro tienen la misma edad, nacieron el mismo día, pero no son cuatrillizas, je. En realidad son dos parejas de gemelas. Yo alumbré a Roxana y Sabrina un 15 de agosto, apenas un año después de casarnos. Me embaracé en la misma luna de miel en un paradisíaco hotel en República Dominicana. Fue un parto muy complicado a despecho de mis 20 años, tuve dolores desde dos días antes y sentía que mis entrañas se deshacían en medio de un volcán en plena erupción, sin embargo ellas nacieron muy bien, sanitas, fuertes, con excelente peso y tan hermosas como la madre.
Tatiana y Deborah también son gemelas y habían nacido el mismo día y hora que mis hijas, un 15 de agosto, aunque, claro, en un hospital distinto. Yo no lo sabía y era ajena totalmente a la vida de ellas. Exactamente tres años después, Donatello me dijo que íbamos a visitar al albergue que una de sus empresas, la más poderosa, le brindaba apoyo económico.
Yo ensayaba con mi trombón, tumbada en la cama, porque el fin de semana se presentaba Besos de Caramelo, mi agrupación salsera, integrada por mujeres, y yo era la directora.