Estando frente a la tienda y bar, un viejo gordo, con una prominente barriga se acercó al mesón y desplegó una gran sonrisa ladeada.
—Buenas noches, señor Francisco —saludó Emilia intentando no sonar nerviosa.
—Dime que ya traes mi paga —arremetió el hombre con una voz ronca.
—Hum… no —soltó la joven con nerviosismo—, pero mi mamá dijo que pagará todo el cinco —aclaró con afán—, que la empresa se ha atrasado con el pago, pero que ya le pagarán, en serio.
El hombre soltó una pequeña risa sarcástica.
—Bueno, entonces esperaré al cinco —dijo mientras apoyaba un codo al mesón de madera—. Dile a tu mamá que le fiaré cuando cancele la cuenta.
—Pe-pero... señor… por favor.
—Aunque… puedo perdonar la deuda si me entregas tu virginidad. —Desplegó una sonrisa retorcida y se inclinó más hacia ella, golpeándola con su pestilente aliento—. Es un trato justo… ganaremos los dos, ¿aceptas?
La respiración de Emilia nuevamente se contuvo y su rostro se volvió algo sombrío.
—Ayudarás a tu mamá, ¿no quieres ayudarla, Emilia? —dijo el hombre aun sosteniendo su sonrisa retorcida que mostraba sus dientes torcidos y sucios. Empezó a alargar lentamente una mano con intención de tocarla.
Emilia se volvió muda. Estaba perpleja, sus manos sudaban y temblaban.
Un joven que llevaba puesta una chaqueta negra se posó a la derecha de Emilia, interrumpiendo por completo la conversación entre ella y el tendero.
—Buenas noches —saludó al viejo gordo—, una cerveza, por favor.
El hombre con un rostro serio y un tanto amargado se dirigió a buscar la cerveza.
Emilia no sabía quién era aquel joven, pero, deseaba que se quedara a su lado hasta que el tendero le diera su pedido.
Por un momento subió la mirada por encima de su hombro y vio a un joven alto, de cabello negro y con piel un poco bronceada por el sol. Se veía mucho mayor que ella, debía tener alrededor de unos veinticinco años.
—¿Te estaba molestando? —preguntó el joven.
Aquello sorprendió a Emilia, ¿acaso se dio cuenta de lo que estaba sucediendo? ¿No se posó a su lado por casualidad?
—Eres la amiga de Amanda, ¿no? —dijo el joven.
—Ah… ¿Amanda? —Emilia lo miró fijamente un tanto dudosa.
—Eres la chica que llegó hace dos días a mi casa para hacer un trabajo con Amanda.
Y fue ahí donde Emilia lo recordó, él debía ser Antony, el hermano mayor de Amanda; ella hablaba mucho de él. Lo fastidioso que era y las muchas discusiones que tenía con su madre. Llevaba dos meses viviendo en la casa y, según Amanda, por su culpa el hogar se volvió un infierno.
—Sí, soy amiga de Amanda —respondió Emily.
—¿Qué hace una jovencita tan sola en este bar? —preguntó Antony.
La chica se ruborizó y rodó la mirada por la terraza del bar que también funcionaba como tienda de conveniencia. Los borrachos estaban agolpados en las sillas, con las mesas llenas de botellas de alcohol.
Los ojos color miel de Antony la escrutaban con minuciosidad. Emilia, ruborizada, subía tímidamente los hombros. La pregunta aún retumbaba en la mente de la jovencita sin saber qué responder.
—¿Qué hace una jovencita tan sola en este bar? —Volvió a preguntar Antony, dispuesto a recibir una respuesta.
—Necesito llevar el pedido —respondió Emilia en un hilo de voz.
El joven se acomodó en su puesto para verla mejor, inclinando su ancho pecho hacia ella. Emilia, siendo delgada y un poco baja a comparación del fornido joven, se veía sumamente indefensa a su lado. Sin duda alguna era sumamente guapo: cabello liso, nariz respingada, labios rosados y carnosos; con sus botas, pantalón baquero y chaqueta negra de cuero se veía informal, de esos hombres que no deben arreglarse tanto para dar a relucir su belleza.
La garganta de Emilia estaba seca y sus mejillas sumamente rojas, algo que la avergonzaba cada vez más. Él la rescató de un momento sumamente incómodo que fue causado por su madre y su vida inestable que la tenía sumida en una gran desgracia.
—¿Pedido? —preguntó Antony.
—Sí, para mi casa —respondió ella, dispuesta a no decir nada más.
—¿Ese viejo te estaba molestando? —preguntó Antony.
Emilia bajó por un momento la mirada, no quería hablar de sus problemas con un desconocido.
—Si te está molestando, nada más tienes que decirme y yo me encargaré de él —le dijo el joven—. Conmigo estás a salvo.