POV Enzo:
Mi padre cuelga el teléfono de manera violenta. La furia de Carlo Lombardi, el temido jefe de una de las familias más poderosas de la Cosa Nostra en Nueva York, es capaz de paralizar de miedo a cualquiera. En especial, porque él suele ser un hombre en extremo metódico e impenetrable; puedo contar con los dedos de una mano las veces en que lo he visto estallar de este modo. Siempre lo he admirado por eso, entre muchos otros motivos.
A mí me cuesta demasiado controlar mis impulsos.
Sin embargo, ahora siento como si nuestros papeles se hubieran intercambiado. Las venas de su frente y de su cuello parecen estar a punto de estallar, y sus ojos grises destellan de la ira.
Permanezco de pie, observándolo con detenimiento desde el otro lado de su escritorio. Estamos en su oficina en la parte trasera del casino que administra nuestra familia, y él acaba de recibir una llamada de su consiglieri, su mano derecha en todo tipo de asuntos. Espero sus órdenes para actuar, porque su reacción indica que algo muy grave acaba de ocurrir. Temo incluso escuchar sus próximas palabras.
—¡Esos hijos de perra se atrevieron a hacerlo! —grita y da un puñetazo con tanta fuerza sobre el escritorio que hace rechinar la madera—. ¡Se atrevieron a mudarse a nuestra ciudad y a meter las narices en nuestro negocio! ¡Sabía que lo harían!
Por supuesto, debí imaginar que se trataba de eso. Los Vitale son una familia que ha sido enemiga de la nuestra históricamente, desde mucho antes de que mi abuelo emigrara de Italia. Esos bastardos llegaron al país hace poco más de un mes y, aunque llevábamos años sin tener ningún conflicto directo, sabíamos muy bien que su presencia solo traería problemas. Esas ratas nunca vienen en son de paz.
—¿Intervinieron en el cargamento? —le pregunto a mi padre, esperando con ansias que me dé una respuesta negativa. Ahí nos estamos jugando cientos de miles de dólares en armas que se supone que debían entrar al país hace dos horas.
Mi padre asiente con la cabeza muy despacio. Al parecer, está utilizando su autocontrol para no salir a la calle y ahorcarlos a todos con sus propias manos. Por mi parte, siento que mi sangre hierve al escucharlo. ¿Cómo se atrevieron? ¿No han tenido suficiente a lo largo de los años como para comprender que con los Lombardi no se juega?
—La policía lo interceptó antes de que entrara al país —me explica—. Ese no es un evento fortuito, Enzo. Lo hicieron ellos y es una provocación. Nadie puede vincularnos con los paquetes que venían en ese barco, pero deben sentirse satisfechos con habernos hecho perder dinero y clientes.
—¿Clientes también? —pregunto con desconcierto.
—Muchos no esperarán a que logremos reponernos de este golpe, hijo, buscarán nuevos proveedores —me responde—. Debemos estar inactivos un tiempo para no tener problemas con la policía, y esos hijos de perra lo aprovecharán para salirse con la suya.
Resoplo y me llevo una mano al rostro para apretarme el puente de la nariz. Estoy harto de esos cabrones de mierda.