Tristán o el pesimismo
Luego subió lentamente la gran escalinata de mármol y se introdujo en el hot
á durmiendo todavía?
respondió una voz femenina
es
no es
en el gabinete una hermosa jove
negros; poseía un cutis nacarado. Su talle es
viene a mi cuarto...? Hueles a mejorana... hueles a romero... hu
ro y por la viveza de sus movimientos,
que a tomillo-respondió Reynoso sacan
ra qué has atravesado la mar? ?Para qué has estado tantos a?os trabajando y metiendo en la hucha dinero? Hubieras sido tan feliz aq
alimentos de los ricos, no me agradan los colchones de pluma, no me agradan los muebles suntuosos. Una camita b
no podrías regalar a tu Elena un aderezo tan hermoso como le has regalado el día de su santo, no podrías llevarla en coch
asada de
ado... ?Y por fin, y por fin! ?quién le hubiera dado a Elena un hotelito en la Castellana, con un budoir tan lindo que no hay otro en
che y picatostes en un primoroso juego de plata. Se sentó delante de una mesilla
decorado, consultaba el asunto del mobiliario. Su mujer le pedía una cosa, y después ot
o vas a tener apetito
ue sí. Déja
feliz d
al decir esto extendió la mano a s
levantándose de la silla y
de la cintura-. ?Yo estoy gozando de un cielo antici
e las guías del bigote, que era al parecer su ocupación más apremiante). Porqu
e han e
es que me hallo bien, que soy feliz en todas partes estando a tu lado, y que si me agrada ir a Madrid, he vivido hasta ahora bien contenta en el Sotillo. En realidad, más que por mí voy a Madrid por proporcionarte a ti una sociedad más escogida. Yo estoy acostumbrada a la vida de pueblo... ?como que no
olongadamente con
n carácter sociable, según dicen, la Providencia ha querido tenerme alejado de los hombres acaso porque no sea capaz de hacerles mucho bien... ?Pero quién habla de soledad estando cerca de ti, Elena mía? ?Qué sociedad en este mundo podrá proporcionarme goce alguno no estando tú presente? ?Y si tú estás presente qué falta me h
s palabras la estrec
ballero. ?Feliz el hombre que, como él,
más feliz que lo había sido entre los negocios y los esplendores de la corte. Germán seguía sus cursos del bachillerato en el colegio del Monasterio; su padre le destinaba a los negocios, pero el chico no mostraba afición a la carrera de comercio: todo su amor y entusiasmo era por la música. Con las nociones que había adquirido en Escorial tocaba ya medianamente el piano. Tantas disposiciones mostraba, tanto le instaron los amigos y su misma esposa, que tenía sobrados motivos para odiar los negocios, que al fin consintió el viejo Reynoso en enviar a su hijo a Madrid para estudiar en el Conservatorio. Residía en casa de unos amigos y venía al Soti
ociable. Su tío era de carácter adusto y los trabajadores tan rudos que no era posible conversar con ellos de nada placentero. La vida se deslizaba igual, monótona, so?olienta. Pero al fin se acostumbró a ella. El campo, donde permanecía casi todo el día, vigorizó su cuerpo y comunicó a su espíritu un equilibrio que le preservó para siempre del tedio. Al principio
das, principiaron a ser abundantes, copiosísimas. En pocos a?os Germán logró hacerse due?o de las dos fincas comprándoselas a su tío; tomó en arrendamiento otra magnífica y al cabo se hizo también due?
llo estaba hipotecada y corría riesgo de pasar a manos de acreedores. Germán envió bastante dinero para rescatarla y mantuvo a su madre y a su hermana con holgura. Cuando, atendiendo a las reiteradas súplicas de
zo algunos reparos en la casa y la montó con boato. No pasaba, sin embargo, mucho tiempo en Escorial. Tan pronto hacía una excursión a París, tan pronto a Londres, tan pronto a Berlín y
a a traer un regente con título; y como el producto de la botica no era bastante para pagar este sueldo y mantenerse, la enajenó al fin a uno de sus cu?ados que tenía un hijo en Madrid estudiando la carrera de farmacia. Con
do, silencioso. Y, sin embargo, era evidente que buscaba las ocasiones en que estuviese sola. A ninguna mujer se le hubiera escapado esta táctica, pero mucho menos a Elena que era traviesa y picaresca y se gozaba en verle apurado. La timidez de un hombre tan maduro halagó mucho su vanidad y la riqueza que se le suponía también. Principió a coquetear con él de lo lindo. Pero cuanto más segura y aun atrevida se mostraba ella, más tímido aparecía él. Esta timidez y el sufrimiento que le acarreaba llegaron a tal punto que le retuvieron de subir al pueblo y visitarla. Sus visitas comenzaron a ser más raras y cuando l
rmanecería por allá. Elena recibió la nueva sin pesta?ear, pero el corazón le dio un vuelco. No sabía si amaba a Reynoso aunque estaba segura de que pensaba en él todo el día. Aquel golpe le reveló su amor. Sí, sí, estaba enamorada de él
lla misma vivía ya tranquila sin pensar más en el indiano cuando una tarde le entregó el cartero una carta de Guatemala. Era de Reynoso; se informaba de su salud, de la de su madre y amigos de la casa, le hablaba en tono jocoso de su viaje, de
a y de las noticias más culminantes en el pueblo. Pero al concluir estampó con increíble audacia las siguientes palabras:
grama que decía: ?Salgo en el primer corr
ecién casados se instalaron en el Sotillo. Elena y Clara, que ya eran amigas, lo fueron en seguida muchísimo más y aunque la una tenía catorce a?os y la otra diez y ocho se tmán aún lo sentía más que ella, pero lo disimulaba mejor. Entregose con afán a la mejora de su finca: logró comprar otra contigua de enorme extensión y la a?adió a la suya. Esta nueva finca, que había sido residencia antiguamente de una comunidad de frailes, se componía de monte y tierras laborables, y contenía además dos grandes charcas donde se criaban sabrosas tencas y se cazaban las aves emigrantes que allí se reposaban. Aunque no necesitab
esposo con sorpresa y secreto des
para mí si al cabo hubiera descubierto que te ibas a Madrid sólo por complacerme! Te vería de mal
Elena! ?
incivil...
ndo me has
. Ea, hablemos de otra cosa p
dad, se placía en llevar la contraria; por último, cayó en un silencio obstinado, fingiendo hallarse absorta en la fran
os entendido! Yo sin atreverme a decirte que no tenía ninguna gana de ir a
recelosa a su marido. Este miraba fijamente al re
a admirablemente a todas las circunstancias y que tu felicidad no se cifra
arte de Elena. Reynoso seguía en
sto) que suponía que estabas encaprichada con vivir en Madrid. Yo
aguantar más y soltó una estrepitosa carcajada. Elena se levantó airada, y presa de un furor infantil se arrojó
zurro...! ?por
defenderse; se lo
Y tú te darás por muy satisfecho con que te admita en mi hoteli
su lado en el diván. Reynoso, acometido de un
eras que quier
án, no empe
vez para echarle l
llas lindas manecitas y tra
o!
uiere d
iero... Eres un ga?án... Te pasa
dejó caer de nuevo en el diván, se llev
lores!-exclamó R
dolor cómico-. Porque eres muy malo... Porque te complaces en hacerme rabiar... Si no quiere
ntándote
atormen
me arranques el bigo
exclamó separando sus manos de los ojos, donde br
a de un instante. Elena estaba muy ofendida, ?mucho! Era preciso que el detr
nes más ganas que
so a la fa
te aburr
aburro so
s un poco de expan
ecesito muc
rrón?-exclamó la mujerci
oyó el ruido de un
uete. Adiós, ga?án... ?Toma, por malo! (Y le dio una bofetada.) ?Toma, por bueno! (