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Tristán o el pesimismo

Chapter 4 UNA VISITA Y OTRAS VISITAS

Word Count: 3285    |    Released on: 06/12/2017

reconciliación de los novios oyéronse en el

irilo?-exclamó Elena con el s

riendo. El marido, que arrastraba mucho el pie izquierdo y parecía también imposibilitado del brazo correspondiente, se apoyaba en el de su e

ando con efusión a la ciega y estre

a sin duda no ha llegado a sus manos, nos dijimos. ?Ni un coche siquiera por allí! Era necesario pasaros un recado y esperar más de una hora. En esto ve Ciri

de bueyes!-e

ismo tren. Saltó del coche precipitadamente, salió con la misma ve

sobre ella. Este iba en pie mirando el paisaje y contándome todo lo que miraba. Los bueyes resoplando, el buen hombre cantando todo el cami

eriendo; Cirilo es

os reír de tan buena gana soltó también la carcajada como un tonto... Allá le levantamos como pudimos. El buen hombre dijo que si

licioso-corroboró Ci

a; pero aquélla, gozando con la risa de Visita, no le hacía caso. Era en efecto la risa de

co tiempo quedó ciega por atrofia del nervio óptico, enfermedad incurable. ?Cuánto lloró aquella buena y hermosa joven! Desesperada por tan terrible desgracia, y todavía más pensando en que Cirilo suspendería definitivamente el matrimonio, estuvo a punto de suicidarse. Pero aquél se condujo en tal ocasión como un hombre de alma grande y generosa; no sólo no suspendió la boda, sino que la precipitó cuanto pudo. Tal proceder impresionó fuertemente el corazón de la pobre ciega; si antes amaba entra?ablemente a su novio, desde entonces su amor se convirtió en adoración. Efectuose el matrimonio, casi por la misma época que el de don Germán con Elena. No se pasaron muchos días sin que una nue

rse. Cuando se hubo sosegado un poco

omodidad, pero ellos se

endo, aunque fuese sobre tan grato lecho, y amarrado

divertirse, ni acaso lo sepas

esta echó a andar en

ue ya me parece que

él había una serre donde crecían plantas tropicales y en medio de ellas una fuente rústica formando cascada. Colgadas con disimulo entre el f

aba de charlar y reír contando como si lo hubiese visto todo lo que pasaba en Madrid, las obras dramáticas que habí

olsillo. ?Y el decir que había a mi lado una se?ora que sostenía que López habla mejor! No sé cómo me contuve. Pero éste me tocó con el codo y me dijo al oído que era

notas en el Congreso?-p

ndo ahí, criatura

e te referías a Pérez, d

chistes que es para morirse de risa. Hay uno sobre todo, el que hizo más efect

uso a disertar sobre la decadencia del arte dramático: los autores unos ganapanes que miraban sólo a las ganancias repitiendo hasta la saciedad los mismos chistes

ario otro más asequible a los peque?os. Pero Tristán, que no sufría la contradicción, se lanzó aún con más violencia contra e

o ninguna en que se convenciese nadie... ?Qué me c

en, para darle un tiro. Pero su marido cree que tiene en casa a la Venus de Milo, a la de Médicis y a la bella O

a con traje distinto. Don Ger

de que se está haciendo burla de una

legre a costa de aquel infeliz matrimonio. Clara se movió en la silla con visible inquietud y al cabo de un momento se levantó para salir. Los circunst

as; las dejaba a su esposa y a los convidados; él se mantenía de verduras, judías, huevos y tal cual trozo de carne asada. Aquella alimentación primitiva ser

do al lado a mi marido que huele a todas las yerbas del campo y vién

eynoso con su clara risa de hombre fel

s lo que est

ocos de remate. Pasáis la vida envenen

a del maíz to

mo tú los auxilios de la magnesia. Los granos de maíz se van solitos

ó por impacientarse y dar puntapiés

a. Fue a beber el burdeos y estaba frío

mplado usted el

cargado a la Dolores y había quedado

lamar a l

entó la

usted el vino como se l

oniendo las flores en la mesa y se lo encargué a Ma

en a

-manifestó Reynoso-.

-exclamó su esposa en el

o reír-. Pero es mejor resignarse, porque no consegu

e nuevos delincuentes, pero hizo repetidas veces la grave decla

ido la ayudaba lindamente en todo ello. Tristán, después de la reconciliación con su novia, había llegado hasta ponerse de buen humor; charlaba y narrab

cía Reynoso-, no estás acostumbr

es perjudicial. Sin embargo, afirma Nú?ez que el que no fuma y dice

sa. Así y todo, esto molestaba a Clara que, no pudiendo levantars

pobres. ?Dejadle que habl

ces enrojecí

, porque no puede serlo-manifest

erra pueden hacer el mal. Hasta una pulga te

hacen da?o es porque les falta tiempo. Y eso le pasa a Pe?a. Está tan ocupado en

d!-exclamaron

resó por lo bajo Clara pelli

rtencia-y dice con razón Gustavo Nú?ez que los hombres gordos no son capa

micamente a palparse

s delgados o g

de usted!-exclamó Elena con una ent

eje de reconocerlo-

alento no lo emplee en la pintura, de la cual

mera medalla y su cuadro

producido nada que valga la pena, que se limita a pintar cuad

d a quienes duelen sus triunfos: los hay también a

que ya no vive de los pinceles

una calumnia!-repuso el jo

ltó Clara con una viveza bastante rara en su naturaleza-. Pienso

ltó una

ra te eche la bendición para def

mismo lo que contra ellos se dice tiene escaso valor, en este caso había que tener presente que se trataba de un amigo íntimo de

su natural ligereza, pasó inm

coquetón, qué elegante!-le decía Visita aludie

e g

?qué rico mosaico el del pavimento!

sión. Elena, entusiasmada con el elogio, no parecía fijarse y le hacía preguntas y consultaba detalles.-??Qué te parece, pondré sobre la chimen

su budoir algún cuadrito a Nú?ez-d

pertinente!-replicó Elena dándole con

rosa, que había cruzado sobre la mesa no mucho antes, el viento de la fatalidad la empujó de nuevo hacia ella. El helado que sirvieron al terminar la comida era de avellana. A Elena no le gustaba

conmovida (aunque haciéndoles gui?os disimuladamente) que no era posible achacar al cocinero tama?a perfidia indigna de la naturaleza humana, y que solamente por haber bebido

io por satisfecha y para demostrarlo se desquitó de aquella inesperada privación atacando de un modo alarmante a las y

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