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Por siempre mía

Por siempre mía

Sunflowerfield

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Capítulo

Cuando Ricardo, el Benjamín de los Villamonte vuelve a casa, tras cuatro años estudiando en el extranjero, conoce a Josefina, la hija de la cocinera, y se enamora de ella en cuanto la ve. En apenas 2 meses ya viven juntos y ella queda embarazada, pero la familia Villamonte no está deacuerdo, así que deciden librarse de ella y le hacen creer a Ricardo que ha muerto. Años después él ya se casó por conveniencia con una joven que no ama y el destino hace que se encuentre de nuevo cuando él la contrata como sumisa, aunque no se reconocen ya que ella debe llevar los ojos vendados, pero Ricardo queda completamente prendado con esa mujer, así que esta vez romperá sus propias reglas de no repetir jamás con la misma mujer y volverá a verla. ¿Qué sucederá cuando descubren quién es el otro y los secretos que los rodean?

Capítulo 1 Prefacio.

Harto estaba ya de María y su obsesión por ser madre, tenía la seguridad de que ni siquiera poseía instinto maternal, solo miedo de que él terminara embarazando a cualquier mujer y un hijo bastardo, o peor, la madre que lo hubiera engendrado, la destronaran de la comodidad en la que vivía, si supiera que eso era algo en lo que él jamás fallaría, porque nunca una mujer le haría perder la cabeza, había amado una sola vez con resultados desastrosos y eso había sido suficiente para una vida entera, de hecho, Ricardo estaba seguro de que el amor era un privilegio que no todos los seres humanos lleg

aban a conocer de verdad y quién, como él, tenía la dicha de encontrarlo, debía vivir el resto de su existencia en el castigo constante de conocer ese sentimiento y haber perdido luego.

Ni siquiera estaba seguro de ser capaz de sentir ese amor fraternal por un futuro hijo y mucho menos dejar sus responsabilidades para atenderlo. No, Ricardo era mucho más feliz así, sin joderle la existencia a ningún niño, la vida le había arrebatado muchos años atrás la posibilidad de ser feliz y era consciente de que no estaba hecho para criar niños, además, el legado de su familia no se perdería. Como el viejo dicho explica, a quién Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos y en este caso se había lucido, ciertamente, los hijos de Miguel, su hermano mayor, parecían gestados en las mismísimas llamas del infierno.

¿Quería ser padre? Sin duda no lo quería, ni ser padre, ni hacerle la vida miserable a ningún niño con su egoísmo, porque si algo tenía claro, era que él era lo único que le importaba, su felicidad, sus lujos, sus excesos, su vida a su manera. Él mismo era el centro de su mundo y ni siquiera su esposa, con la que tenía una relación aceptable, pero carente de un amor que jamás se permitiría volver a sentir, era imprescindible en su vida, eso era lo mejor, tener personas a su alrededor de las que fuera capaz de desprenderse sin problema alguno, para no volver a sentir ese dolor que le había provocado aferrarse a alguien para luego perder.

Necesitaba sacarse esa tensión, necesitaba saciar sus instintos, necesitaba sacar esa parte oscura de él que se había creado hacía mucho tiempo y que le era imposible mantener encerrada siempre. Era otra de las razones por las que jamás una mujer llegaría a tener el privilegio de reclamarle con un hijo ilegítimo y es que Ricardo jamás tenía amantes que fueran más allá de una noche, cada vez una nueva mujer y ninguna jamás sabría su verdadera identidad, ni él la de ellas, eso quitaba la posibilidad de que ninguna lo buscara luego o lo involucrara en ningún tipo de escándalo, sin contar el exhaustivo control que ejercía sobre las chicas antes y después de mantener relaciones con ellas.

Todas cobraban una considerable suma de dinero por esa única noche que pasaban con él, pero las exigencias no eran pocas, análisis médico exhaustivo de enfermedades venéreas, inyección anticonceptiva obligatoria y la obligación firmada de informar a, Julio, su hombre de confianza, en la siguiente menstruación para dejar completamente zanjado y buen cerrado cada uno de los contratos. Porque obviamente también se cubría las espaldas con los correspondientes contratos de confidencialidad y de consentimiento.

— Señor, estoy seguro de que la chica de hoy va a ser de su completo agrado.

Le aseguró Julio, quien se encargaba de buscar, seleccionar a las chicas personalmente, también de hacerles los controles pertinentes antes y después de pasar esa noche con él, asegurándose de que no hubiera contratiempo alguno.

Aquella noche parecía realmente contento, sin duda esa chica debía poseer una belleza extraordinaria si estaba tan seguro de su elección o, tal vez, debía poseer mucha destreza para satisfacerlo. En realidad ni siquiera le importaba, lo único que quería era que firmaran el contrato y se comprometieran a abandonarse a todos sus deseos, también dejaba un espacio para que ellas pusieran los límites que no pretendían pasar, era algo que Ricardo respetaría, pero a menudo, esos límites eran bastante aceptables, igualmente Julio tenía muy claro lo que su patrón quería disfrutar y lo que no le convenía y no le traería nada que no fuera a disfrutar, de eso estaba más que seguro.

Lo siguió hasta la mazmorra que ya estaba preparada para él y la vio allí, tan perfecta, dándole la espalda, con ropa interior de encaje negro que enmarcaban a la perfección esos hermosos glúteos y un cabello larguísimo y Lacio que le caía por la espalda y terminaba justo al inicio de su trasero.

Ricardo dibujó una sonrisa ladeada en el rostro mientras se desabrochaba los botones de la camisa para arremangarla y le hacía un gesto a Julio para que se marchara y lo dejara solo con ella para luego caminar en dirección a la fémina.

Se movía con lentitud a su alrededor, como un depredador, observando a su presa antes de cazarla y devorarla hasta que quedó parado frente a ella y pudo comprobar que sus ojos estaban completamente tapados y no era capaz de ver nada. Era otra de sus múltiples exigencias, todas las mujeres que estaban con él debían llevar un antifaz con el que fueran incapaces de verlo y, del mismo modo, él tampoco pudiera reconocerlas luego, no quería saber más de ellas fuera de allí, no le interesaba intimar con nadie ni tener cariño por nadie, su vida era perfecta y ordenada tal y como la llevaba hasta entonces.

— De rodillas — la orden fue dada con voz firme, pero tranquila — Esta será la única cosa que voy a permitir que elijas tú — aseguró caminando en dirección al armario de los juguetes donde Julio solía dejarle el contrato, se tomó unos momentos para leer sus límites y sonrío complacido al ver que ninguno se le hacía imprescindible, tomó una de las fustas acariciándola con suavidad entre los dedos y volvió frente a ella observándola desde arriba — Dame tu palabra de seguridad.

— Agave, esa es mi palabra clave — Dijo la chica tras estar unos segundos callada, posiblemente analizando cuál sería la mejor en su caso.

Ricardo no fue capaz de evitar esa leve sonrisa que surcó sus labios al escuchar la elección de su palabra de corte. Su familia se ganaba la vida con eso, eran los dueños de la industria de tequilera más importante de la región y una de las más exitosas del país, por supuesto, con exportación mundial, tenían enormes plantaciones de Agave por todo el país. Por un instante eso le hizo preguntarse Qué clase de relación tenía esa mujer con el Agave, si algo había aprendido, era que todas buscaban seguridad en cosas que les aportaban tranquilidad.

Llevó la fusta que había tomado antes del armario bajo la barbilla de la fémina y le hizo levantar el rostro, era la primera vez en todos esos años, que le hubiera gustado ver tras ese antifaz, porque estaba seguro de que el rostro que cubría debía ser realmente hermoso, lo que veía incluso con el puesto, eran esos labios perfectos que le apeteció besar al instante, ni demasiado gruesos ni demasiado finos, perfectos para disfrutar hinchándolos en un beso lleno de pasión y calentura, casi podía verlos enrojecidos tras una buena mordida que sin duda le apeteció darle.

Negó sacando la fusta de su barbilla, algo confundido con sus propios pensamientos, él jamás besaba a esas chicas, solo conseguía placer a través de su cuerpo, su obediencia y dedicación, solo les otorgaba placer y luego se iba para pasar a la siguiente mujer, la próxima vez que necesitara desahogarse. Tal vez podía parecer un hombre vacío y era cierto, Ricardo no tenía intención de llenarse de nada, estaba bien así, vacío, imperturbable.

— No hablarás, no llorarás, ni siquiera gemirás sin mi permiso, esas son mis normas, lo único que tienes permitido decir en cualquier momento es la palabra de seguridad, si lo haces pararé lo que esté haciendo al instante sea en la situación que sea si no quieres seguir puedes usar esa palabra.

Primero quería explorar a la chica, su resistencia, su entrega, su facilidad para sentir o no placer...

—En pie… ahora— Exigió tomándola firmemente del brazo, pero sin ejercer presión para guiarla hasta las cadenas que, ya previamente preparadas, colgaban del techo con dos grilletes forrados de cuero negro, le levantó los brazos y los alzó hasta poder atarle las muñecas.

Algo le sorprendió en esa mujer que no se sentía como en las demás, las otras tenían esa aura de confianza, excitación, curiosidad e incluso desprecio, pero ninguna reflejaba aquella duda, aquella inexperiencia que podía sentir provenir de ella.

Tras dejarle las muñecas atadas le acarició los brazos delicadamente con los dedos, piel suave y lisa que disfrutaría marcar. Quedó callado frente a ella, tomándose un momento para observar su rostro y la forma en que se mordía levemente el labio, como alguien que duda o, tal vez, se contenía para no decir algo y llevó el pulgar a esa boca, acariciándola con suavidad deseando que relajara el gesto, porque con esa simple acción lo provocaba, lo instaba a querer saborear esa boca y no podía permitírselo, un beso era demasiado personal era el primer paso a la caída que él quería evitar a toda costa.

— Olvida lo que dije antes, tienes permitido hablar y sobre todo gemir si lo necesitas. Dirígete a mí con el apelativo de señor, gatita.

Caminó de nuevo hasta el armario de las herramientas y juguetes, eran solo suyos, de hecho él pagaba al dueño del burdel por tener esa mazmorra en exclusiva para sus prácticas. Tomó un bisturí para acercarse otra vez a ella, ni siquiera habían empezado y ya había algo que lo fascinaba sobremanera de esa mujer.

Deslizó lentamente el bisturí por su escote, por la parte que no cortaba hasta llegar al trozo de tela que sujetaba las dos partes del brasier y, solo entonces, utilizó la cuchilla para cortarlo, observando como los senos de la mujer se abrían paso hacia afuera mostrándose ante él, con dos pezones rosados y erectos que lo invitaban a probarlos, pero no aún, primero tenía que dejar enteramente su cuerpo desnudo.

Rompió los tirantes y dejó que la pieza de ropa cayera al suelo, luego se arrodilló entre sus piernas y pasó el bisturí nuevamente por sus muslos, con la parte que no cortaba. Lento, tortuoso, adoraba tomarse su tiempo y averiguar cómo reaccionaba la mujer que esa noche accedía a sus deseos. Rompió los laterales de aquellas hermosas braguitas brasileñas y las dejó caer junto al sujetador roto en el suelo.

Aprovechó que estaba allí para alargar la mano hasta conseguir atrapar otra herramienta, era una barra separadora que le sumaría incomodidad, pero a él le encendía mucho tenerlas así, con las piernas abiertas sin que fueran capaces de cerrarlas.

Ató la barra a sus tobillos para obligarla a tener las piernas separadas. Sabía que aquello le causaría incomodidad al no poder apoyar los pies más que de puntillas, sus muñecas sustentarían la mayor parte del peso de su cuerpo. Ya podía empezar a descubrirla, ahora estaba completamente expuesta y preparada para él, era el momento de disfrutarla.

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