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La esposa que el CEO abandonó

La esposa que el CEO abandonó

As de Trébol

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Capítulo

Eloisa es una mujer de veintisiete años quien debe casarse con Anuar; el CEO de la prestigiosa empresa de su padre. La obligan a irse con él debido a que no ha logrado conseguir un trabajo estable y se la ha pasado viajando con su madre y su novio quince años más joven que ella; sin embargo, una vez que el novio de su madre la embauca y provoca que la acusen de fraude, Eloisa queda desprotegida y si quiere ser salvada por su padre, tiene que cumplir con su deseo de verla casada con Anuar. Una vez casada con él, Anuar le deja en claro que no están juntos por amor, así que cada cual puede hacer su vida como mejor le plazca, sin embargo, la torpeza dulce de Eloisa y su ánimo por superarse pueden sorprender a Anuar y querer a Eloisa como una verdadera esposa lo merece. Si es que Eloisa no encuentra el amor verdadero en otra parte, lejos de él.

Capítulo 1 Mi realidad

Eloisa Meneses, ese era mi nombre. No era un nombre raro, pero tampoco era muy común, pero el apellido nunca lo había escuchado. Aún recordaba a mi mamá insistiendo que mi apellido provenía de un linaje antiguo de Grecia o de Hungría o de Italia, cada vez que me lo decía cambiaba de país. La verdad era que mi mamá solía inventarse muchas historias impactantes y ninguna de ellas tenía mucho sentido a veces.

Mi padre me llamaba Eloisa, aunque no solía verlo muy seguido, pasaban años antes de que nos reuniéramos. Mi madre me llamaba Loi, era de cariño, pero me llamaba así aunque estuviera enojada.

Era una madre irresponsable, no era mala, sí lo admitía, pero una niña no debía de crecer con un adulto que apenas podía cuidarse de sí mismo y menos aún esperar que la criaran de forma adecuada. Porque mamá proclamaba cada que podía que me amaba con todo su corazón y que yo era lo más importante para ella, pero sus acciones decían cosas totalmente diferentes.

Empezando porque mi madre se amaba en exceso a ella y peor aún, lo único que amaba más que a ella era su novio; Alexander. Alexander era un tipo raro, desde mi perspectiva, no feo, pero distaba mucho del ejemplar caliente y atractivo como un dios del que tanto presumía mi mamá. Siempre fue bueno conmigo, sobre todo desde que empezó a salir con mi mamá cuando yo tenía veinte y el treinta. Mamá tenía cuarenta y cinco en ese entonces. Él también me llamaba Loi.

Siempre fui partidaria del amor, me encantaba ver a las parejas abrazadas y besándose frente a la fuente en forma de cisne que estaba en el centro del parque ubicado frente a nuestro departamento. Desde niña pensaba en lo bello de tener a una pareja; soñaba con ser amaba por un hombre valiente y guapo cuya prioridad fuera mi bienestar, más adelante, cuando tuviéramos hijos, no seríamos una pareja que se distancia debido al nacimiento de los bebés, para nada. Él sabría que yo lo amaba tanto como cuando éramos nosotros solos y los hijos no se ganarían su lugar.

Serían nuestra prioridad, claro, pero no nos desplazarían. Porque nuestro amor sería más fuerte.

Y entonces ocurrió el divorcio de mis padres. Recuerdo haber llorado a mares mientras les rogaba que se quedaran juntos, aún tengo fresca en la memoria la situación vergonzosa cuando obligué a mis dos padres a pedirse perdón frente a mí yo pensando que eso lo arreglaría todo. Había sido una tontería.

Y es que ellos eran mi ejemplo a seguir, yo pensaba que estaban bien, era una chiquilla tan ingenua y feliz, que jamás vi las señales de que mis padres ya no se amaban más. Y ellos me repetían una y otra vez que yo no era la culpable, pero en lo más profundo de mí yo sabía que si bien no tenía toda la culpa, en parte era responsable, no a sabiendas, pero responsable, al fin y al cabo.

Mamá ganó la custodia y fue bueno porque yo siempre preferí estar con mamá. Era mucho menos estricta que mi padre y por ende me exigía menos. Además, me consentía con todo tipo de caprichos, desde dulces y caramelos hasta escapadas a la feria durante días de escuela. A partir del divorcio todo cambió y al final me di cuenta de que fue para bien, pues mi padre empezó a escalar exponencialmente en su empresa al punto de convertirse en un socio y mamá… Bueno, fue feliz con varios novios que estuvieron con ella hasta que se cansaban de cumplirle sus caprichos.

Y los de su hija, pues mamá dejaba muy en claro desde el principio que, si la querían a ella, debían aceptarme a mí. Realmente eso, ahora a mis veintisiete años, me parecía una falta de respeto, pues el hombre no tenía porqué hacerse cargo de mí, él no era mi padre, no tenía por qué mantenerme. Entendía que yo era “la prioridad de mi mamá”, pero era injusto que, si el hombre no quería cumplir también mis caprichos o pagar por mis cosas, mamá lo mandara a volar. Ya si él la hacía elegir entre yo o él, bueno, solo un idiota sería capaz de hacer eso.

<<Entonces que no vayan tras mujeres con hijos>> Solía argumentar mi mamá cuando algún hombre se le escapaba. La realidad era que, si mi mamá se enamoraba, la perdía. Lo que más odiaba de mi mamá es que perdía la cabeza por un hombre. Era guapa, a la edad de cincuenta y dos seguía teniendo un muy buen cuerpo (mucho mejor que yo) y un carisma que encantaba a cualquiera. La envidiaba parcialmente, pues su actitud era muy buena para una joven de menos de treinta años, pero para alguien que ya tenía medio siglo de edad podía resultar incluso… Ridículo.

Siempre quise ser como ella, quería ser como ella mientras todavía fuera joven, pero yo era más del tipo tímida e introvertida. Tal vez fruto de tener una madre extrovertida.

Cuando conoció a Alexander todo cambió de manera extraña. Empezando porque el tipo tenía quince años menos que ella y aunque provenía de una familia adinerada y trabajaba en un puesto alto en la empresa de su familia, no me cabía en la cabeza que nos mantuviera a ambas. Y sí, mamá se veía más joven de lo que era, pero tampoco se le podían quitar los quince años extras.

Yo tampoco me enorgullecía, pues a mis veintisiete años no lograba conseguir un trabajo estable y era rechazada de muchas de las oportunidades a las que aplicaba. Había ido a la universidad, era pedagoga, al menos mi título decía eso, pero nunca había podido ejercer porque era un poco… Caótica. Y malcriada y berrinchuda y odiaba que las cosas no salieran como yo quería. Crecer con mi mamá me hizo eso y no era tan fácil dejar eso atrás.

Alexander siempre me ofreció algún puesto de la empresa, algo que comenzara como una pasantía y terminara con un puesto fijo y estable con un sueldo que me permitiera por fin despegarme de mamá, pues desde el divorcio (cuando tenía doce años), yo viví con ella. Era algo tóxico, incluso papá me lo dijo varias veces, pero nunca le hice caso y hasta me enojé con él porque creía que conspiraba para que odiara a mamá.

Pero era verdad. Allá a dónde fuera mi madre iba yo, desde viajes por Europa con sus novios hasta el supermercado para hacer las compras. Y era algo más de ella que mío, pues yo sabía que si se enamoraba ella me dejaría si el hombre en cuestión se lo pidiera, pero si yo apenas hacía un atisbo de dejarla, ella armaba un drama que me terminaba encadenando a ella. No sabía qué tan consciente era de ello, pero al menos yo no me di cuenta hasta que me lo repitieron más de diez veces.

La última vez en el funeral de mi mamá.

Había sido culpa de mi exnovio y de mamá y de Alexander.

Debido a mi timidez no solía ser una rompecorazones, pero sí había tenido un par de experiencias con los hombres, las suficientes para no ser catalogada como una inexperta, pero nunca funcionaba porque alguna mujer más segura de sí misma, más guapa y con una mejor posición llegaba y se ganaba la atención de quien fuera mi novio en ese momento. Estaba acostumbrada a perder, pero no por ello me enamoraba menos ni con menor intensidad.

Mi pasión era ilusionarme rápido con alguien quien era obvio que no me iba a corresponder. Y por eso terminaba con el corazón roto. La única culpable de mi dolor era yo.

Hasta que llegó Daniel, el hombre de mis sueños, el dueño de mis fantasías, esa persona que me hizo pensar que yo merecía ser querida. Para ese entonces yo ya no quería tener hijos, siempre cargué conmigo la idea de que los hijos solían destruir una pareja y cambiarla para siempre, pero una parte de mí llegó a pensar que tal vez, con él sí podría formar una familia.

Y lo amaba tanto, al fin comprendía lo que sentía mi mamá cuando se enamoraba.

Supe que yo nunca había estado enamorada hasta que llegó Daniel. Con él todo era mucho más austero, pues era un abogado que trabajaba en un pequeño despacho y no estaba nadando en dinero como Alexander y su familia rica. Cuando me llevaba a cenar no íbamos a los restaurantes lujos que mamá y Alexander solían acostumbrar ni rentábamos un yate para pasar el fin de semana.

Su departamento era pequeño, alquilado en un edificio bonito, aunque algo viejo y siempre tenía algo para reparar, pero era acogedor y muchas veces sus paredes fueron testigo de mis gritos con su nombre.

Yo lo quería, lo amaba. No me importaba no irnos de viaje a Europa una vez al año, tampoco me importaba no comer en restaurantes lujosos, ni tener una cocinera que se encargara de tener la comida lista para cuando llegáramos ni a una mujer que se encargara de la limpieza. Aprendí a cocinar, me hice profesional para algunas recetas, tomé una escoba por primera vez y… Bueno, sí llegué a pedirle dinero a mamá, que se lo pedía a Alexander para pagarle a alguien que limpiara dos veces a la semana.

Solía pasar con él algunos días entre semana y después fueron los fines de semana y luego Daniel me pidió irme a vivir con él. Dijo que podría empezar a buscar un trabajo, que él conocía algunas escuelas por su despacho y que tenía amigos en varios lugares. Al principio tenía miedo porque yo era una inútil, pero me convencí de que si me esforzaba lo lograría y que pronto todo sería de rosa. Cuando le conté a mi mamá sobre el plan no se mostró entusiasmada como yo pensé, más bien sentida y enojada.

Tuvimos una discusión como nunca, Alexander tuvo que detener a mi madre quien se lanzó contra mí para golpearme, me dijo que era una perra malagradecida que ante cualquier culo bonito la abandonaba. Dijo cosas peores y yo terminé llorando sintiéndome culpable por algo que realmente no era mi culpa. Fui a refugiarme en los brazos de Daniel, él me aceptó alegre y juramos que no nos dejaríamos, que juntos saldríamos adelante.

Un mes más tarde todo se había ido al carajo y mamá estaba muerta junto con Daniel.

Mamá no quería dejarme ir y estaba dispuesta a todo con tal de recuperarme. Lo cual la convertía en una mujer peligrosa. Todo empezó cuando consiguió el número de Daniel y le metió en la cabeza la idea de que lo estaba utilizando, después inventó la mentira de que yo estaba embarazada y jamás le dije porque yo no quería tener hijos, así que, sin consultárselo, había abortado.

Sonaba como un disparate, pero a oídos de Daniel no sonaba tan mal, pues yo siempre le dije que no estaba en mis planes tener hijos. Además, mamá consiguió de alguna manera un estudio de orina y otro de sangre que contenían mi nombre, ambos con pruebas positivas para embarazo. Por supuesto que cuando Daniel me pidió que me hiciera una prueba para corroborar, esta salió negativa. Yo no aborté porque nunca estuve embarazada, pero una enfermera salida de la nada atestiguó en mi contra diciendo que yo estuve en la clínica de aborto en la que trabajaba.

La única prueba capaz de exonerarme era un expediente, si en esa clínica no tenían expediente mío, era porque nunca estuve ahí. Podrían haber argumentado que se perdió, que hace dos segundos estaba ahí y misteriosamente se había desvanecido, pero si salía una incoherencia, pronto saldrían más y al final yo tendría la razón.

Yo no había hecho nada malo, así que no debía temer nada.

Mamá creyó que al cortar con Daniel yo iba a correr a sus brazos, pero estaba tan enojada que no quería saber nada más de ella. Tanto así, que dejé de tomar sus llamadas, ignoré sus mensajes y la evitaba cuánto podía. Centré todo mi tiempo y esfuerzo en reunir las pruebas necesarias: La enfermera dijo que mamá le pagó mucho dinero para decir mentiras y no había expediente en esa clínica. Me prometió que, si llevaba a Daniel, ella le diría la verdad o incluso si él estaba tan enojado como para ir, la enfermera me acompañaría para decirle. Tenía la fotografía del cheque emitido por mi madre, eso era una prueba suficiente.

Ya me imaginaba triunfante, alegre, feliz y perdonada. Nos veía a Daniel y a mí reconciliándonos, haciendo el amor mientras nos hacíamos promesas de jamás dejarnos. Y entonces, si él quería, podría darle un hijo, dos si me lo pedía. Haría todo por superarme a mí misma y conseguir un trabajo, por dar todo de mí y al fin sacar a relucir mis habilidades; si era que tenía.

Ya nada podía salir mal. Pero mi ingenuidad no conocía límites.

Pero entonces Alexander me marcó para darme la fatídica noticia: Mamá fue a buscar a Daniel a su trabajo, armó una escena que atrajo a policías. Intentaron arrestar a Daniel por alguna mentira de mamá, él entró en pánico y quiso escapar, pero le dispararon en el pecho. En cuánto a mamá, salió corriendo del despacho, atravesó la calle sin mirar y un camión la atropelló.

Daniel todavía estuvo en cirugía cuatro horas para después morir en un quirófano rodeado de cirujanos que no lo conocían de nada.

Aquella vez perdí a las dos únicas personas que amaba en el mundo y aquella vez me di cuenta por primera vez de lo sola que estaba.

Tres días después se llevó a cabo el funeral de mamá, al de Daniel ni siquiera fui invitada.

Ahí fue cuando mi papá me prometió no dejarme sola, dijo que él nunca iba a cometer el mismo error y que era momento de que me convirtiera en una mujer adulta, en alguien que pudiera valerse por sí mismo porque él no iba a estar para siempre conmigo.

—Y te atendrás a mis reglas, Eloisa —dijo frente al ataúd de mi madre, su cadáver frío y sin vida me estrujó el corazón—. Ya es momento de sentar cabeza.

Lo había perdido todo, todo.

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