Sissel Haugen siempre ha sabido que para lograr las cosas debe esforzarse, las circunstancias de su vida la obligaron a saberlo tan pronto como se vio enfrentada a estas a una temprana edad. No le resultó para nada fácil, pero convirtió su dolor en esfuerzo y constancia convirtiéndose en alguien valiente rodeada de algunos amigos, con deseos de vivir una vida plena y tal vez, tranquila. Pero a veces las cosas no resultan como las planeamos. Y luego de regresar a casa tras pasar varios meses fuera de la ciudad, esa planificación desaparece por completo, presagiando para Sissel un verano bastante diferente. Después de terminar una orden y reencontrarse con sus amigos, se irá dando cuenta de cosas que antes no pudo ver, como los sorpresivos sentimientos de alguien que no dará su brazo a torcer y que, además, tiene misterio a su alrededor. Entre tantos anhelos y emociones diferentes a las que antes había sentido, Sissel se dará cuenta de que amar tampoco es fácil, menos cuando hay más de tres personas en los que elegir.
Sabía que estaba probablemente en el peor momento que podría llegar a tener en su vida, quería que solo fuese un mal sueño que estaría por acabar pronto, al menos era eso lo que deseaba. Su ojo derecho había sido poseído por un molesto espasmo nervioso y su voz interior gritaba fuerte haciendo eco en su cabeza con aquellos deseos asesinos, y aunque solía ser una persona tranquila con carácter totalmente apacible, vaya que deseaba cometer muchos en contra de la mujer que se encontraba parada frente a ella.
A pesar de eso, solo guardaba silencio escuchando como se llenaba la boca con miles de excusas, dejando escapar de vez en cuando risillas nerviosas al notar el semblante serio e inerte de la chica.
La joven contuvo el aire un par de segundos y luego lo dejó escapar en forma de suspiro, ya no tenía caso seguir alargando más la situación, además, un error podía cometerlo cualquiera, ¿verdad?
Miró nuevamente a la mujer que se encontraba atenta a cualquier indicio que le advirtiera que debía escapar de su amenazadora presencia. Sonrió intentando parecer lo más amable que le fuera posible tratando de calmar a la anciana, que ya a esas alturas, temblaba tanto que parecía no poder seguir manteniéndose en pie.
-Está bien señora Aishla, no debe preocuparse, cualquiera puede cometer un error, ¿no es así? -dijo tratando más de convencerse a sí misma que a la mujer que seguía disculpándose.
-Lo lamento tanto mi niña. ¡No sé cómo poder compensarte esto! -juntó sus manos a modo de plegaria implorando perdón con su perturbado semblante.
La chica miró nuevamente sus pertenencias, todas, absolutamente todas se encontraban en la calle esperando al camión de la basura. Sus ropas, sus muebles, su cama. Todo estaba mojado y cubierto de lodo por la lluvia del día anterior que nadie sabía explicar bien de dónde había salido, puesto que iban a casi mitad del arrasador verano.
Con un poco de suerte había podido salvar algunas prendas que se encontraban dentro de las cajoneras y que se mantuvieron ilesas de la potente lluvia que dañó el resto de sus preciadas pertenencias, esas que con tanto esfuerzo había obtenido.
Si, la verdad era que, a pesar de ver todas sus cosas perdidas casi a mitad de la calle, le parecía sorprendente e inconcebible que la mujer le creyera una buena para nada que por haber estado ausente unos cuantos meses cumpliendo con una orden ésta la creyera muerta, y que por esa tonta razón se haya hecho cargo de tirar todos y cada uno sus objetos a la calle y que para terminar de completar su obra maestra, consiguiera nuevos inquilinos en un abrir y cerrar de ojos para el piso que antes le pertenecía.
-Mi niña, ¿tienes donde quedarte? -preguntó con aparente preocupación.
La pregunta le tomó por sorpresa, todo había sucedido tan de repente que ni siquiera había pasado por su mente el pensar dónde iba a quedarse. Eso era un problema, aunque había varias personas a las que podía pedirle hospedaje, creía un poco complicado que estos se lo dieran durante todo el tiempo que iba a necesitar para conseguir reunir lo suficiente como recuperar todo lo que había perdido por causa de la lluvia, y por supuesto, un buen lugar donde vivir.
-Esto, si -contestó la chica -. No hay problema con eso, así que descuide no es necesario que se preocupe señora Aishla.
La mujer sonrió aliviada, sintió como con aquellas palabras le había quitado un gran peso de encima. La chica tomó el pequeño bolso que había logrado armar con sus ahora pocas pertenencias, y se despidió de la anciana.
-«Maldición...»
En su interno una vez más aquella gran voz de su yo verdadero, se quejaba a gritos del comportamiento detestable de aquella anciana, haciéndola por veces sentirse como una gran tonta y acusándola de haber cometido un error por no arremeter en contra de ella por lo que le hizo.
Rodó sus ojos con molestia.
-Y yo que pensé que tendría un día relajado.
Golpeó varias veces la puerta, pero sin respuesta alguna. Suspiró ofuscada mientras se apoyaba contra la pared dejándose caer lentamente hasta terminar sentada en el piso.
Había ido a buscar a la Darui a su despacho en la torre para pedirle alojamiento, de todos ella era la primera de las que de seguro podría otorgárselo sin mayor problema, puesto que su lugar como líder de la ciudad se lo aseguraba casi al cien por cien, pero al llegar hasta allá le habían dicho que se encontraba en su casa por algunos asuntos pendientes.
Entonces ahí estaba, desde que llegó, había pasado una hora y nadie salía de allí.
Observó nuevamente la puerta e insistió un rato más con el tedioso golpeteo que hasta a ella comenzaba a irritarla bastante. Sonó un último toque, deteniéndose al ver que la puerta se abrió, una mujer de cabellos rubios bastante desordenados y una cara ruborizada hasta su punto máximo, salía torpemente.
-S-Sissel, ¿Qué haces aquí, cuando llegaste? -preguntó la mujer mientras arreglaba con un poco de dificultad su pelo y ropajes.
-Lamento molestarla maestra Tristha, acabó de hacerlo. Vine porque hubo un error con mi casera, en el tiempo que estuve cumpliendo con la orden que se me asignó ella alquiló mi departamento y ahora no tengo donde quedarme...-contestó la chica mientras la observaba atenta a cualquier reacción o gesto que le indicase que la mujer aceptaba recibirla en su casa, pero estos nunca llegaron.
-¿Y...? -le instó la rubia a que prosiguiera mientras miraba de reojo la puerta.
-Oh, bueno. Quería saber si usted me permitiría...
Antes de poder finalizar, la puerta se abrió de nuevo de manera estrepitosa mostrando la imagen de un hombre bastante ebrio y en calzoncillos que sostenía una botella en su mano.
-Tristha, ¿p-por qué te demoras tanto en volver a la cama? -preguntó este mientras la sujetaba de la cintura y besaba su cuello. La mencionada observó al hombre que sonreía pícaramente sin soltar su agarre, ya no daba más de la vergüenza.
-J-Josep, ¡te dije que esperaras adentro! -tartamudeó la mujer mientras miraba el rostro de su estudiante, claramente sorprendido -. Oh, Sissel.
-«¡Ah, ah, ah!, ¡Tristha es una pervertida!»
Sintió nuevamente ese molesto movimiento apoderándose ahora de su párpado superior derecho. Volvió su vista nuevamente a la pareja y sonrió pareciendo lo más afable posible.
-L-lo siento maestra Tristha no sabía que estaba, yo no sabía que usted estaba acompañada... -con esto último la joven tomó su bolso-. L-los dejo para que...
-¡Sissel espera!
-¿Sí? -preguntó la joven chica aparentando calma.
Vio a la Darui murmurarle algunas palabras al hombre, haciendo que suspirara ofuscado para luego verlo entrar y murmurar entre dientes un "bien". Una vez se vio sola, Tristha se acercó levemente hasta Sissel.
-Sissel, quiero que me prometas que no dirás ni una sola palabra de esto, ¿me escuchaste?, porque si no -atinó a decir para tornar sus ojos perturbadoramente sombríos-, yo te mato.
Un escalofrío pasó por su espalda haciéndola temblar. Apenas si pudo asentirle a la mujer, que sonrió ampliamente complacida.
-Bien ahora que está todo arreglado, ¡te deseo suerte Sissel! -le expresó la mujer sin dejar de sonreír aterradoramente-. ¡Nos vemos! -se despidió mientras cerraba la puerta con un fuerte portazo.
No supo cuantos minutos pasó ahí tratando de asimilar lo ocurrido, solo sabía que gran parte de su día se había pasado y ella aún no tenía donde quedarse. Suspiró irritada y comenzó a caminar hacia la casa de aquella que alguna vez fue su amiga, luego se convirtió en su enemiga y que ahora, nuevamente era su amiga.
Si, ella iba a pedirle hospedaje a su amiga Irina, la cual, estaba segura que la recibiría con los brazos abiertos y le permitiría quedarse tal vez unos cuantos días. Más que nada eso estaría bien para un inicio.
-«No puedo creer que estoy a punto de hacer esto, que humillante»
Pensó cuando ya podía divisar la puerta de la humilde casa de la otra rubia, sonrió al ver el pequeño jardín lleno de hermosas flores. Sabía que a su amiga le encantaban los vivos colores y aromáticos olores que caracterizaban a estas, solía llevar su fanatismo hasta el punto de haber conseguido trabajo de medio tiempo en una floristería muy popular en el centro de la ciudad.
Se paró en seco justo antes de tocar a la puerta, unos extraños sonidos la habían detenido. Parpadeó tratando de comprender a que se debía aquello y al hacerlo enrojeció furiosamente, por lo que se apresuró a darse la vuelta e irse de allí.
-«¡Sabía que era una cerda!»
Otra vez sintió el molesto temblor muy cerca de su ceja derecha, aquel movimiento irritante hacía que se exasperará mucho más. ¿Es que acaso era que todos se habían puesto de acuerdo para hacer actos lascivos?
Suspiró tratando de calmarse. Sabía que estaba exagerando. Que dos de las personas a las que ella intentó recurrir, estuvieran con sus ¿parejas?, no significaba que todos en la ciudad se hayan puesto de acuerdo para ellos hacerlo también, ¿o sí?
«De ser así, deberías estar haciéndolo con alguien»
-¡Oh por Dios, conciencia cállate!
Se dejó caer pesadamente sobre la banca del parque, mientras dejaba escapar el aire contenido para tratar de disipar la frustración.
Concentró su vista en la gran fuente frente a ella, suspirando y dejando a su ceño fruncirse en sobre manera. Se quejaba de su suerte y de lo mala que esta podía llegar a ser muchas veces. Luego del fiasco con Tristha e Irina, decidió ir a la casa de su antiguo maestro con la misma intención de pedirle ayuda, pero desafortunadamente no se encontraba ahí. Después decidió ir donde Tábata, pero ella tampoco estaba, ese mismo día más temprano fue asignada a cumplir con un orden junto a Naji, al final fue en busca de Hanane, qué si la había aceptado sin chistar en su casa, pero su familia no y la echaron sin misericordia del lugar.
¿Es que acaso ese día no podía ser peor?
Por supuesto que sí, el destino le respondía rápidamente a esa pregunta llena de arrogancia. Sintió como sobre su cabeza comenzaban a caer pequeñas gotas, la lluvia se anunciaba paso encima de ella, lluvia que no se había pronosticado para ese día puesto que se hallaban en ¡Verano!
«Es definitivo, tienes la suerte de un perro»
-Yo no podría tener una mejor opinión -afirmó entre suspiros la joven de cabellos rosáceos, sin dejar de fruncir el ceño.
Así confirmaba que en definitiva ese era el peor de todos sus días. Lamentó tener que pensar en sus padres, pero pedirles a ellos refugio de una noche parecía una idea muy buena en ese punto. Después de todo, no podría quedarse durmiendo en la calle y menos con la inesperada lluvia que comenzaba a caer, aumentando poco a poco sus fuerzas.
Se dirigió por las calles que llevaban hacia su antigua casa, a la que desde hace mucho no había regresado, su partida de ese lugar fue en un largo tiempo atrás cuando todavía estaba lista para jugar con muñecas y a las escondidas tal vez, la necesidad de salir corriendo de aquellas atosigantes paredes fue mucho más grande que su idea perfecta de poseer una cálida familia. Todo se veía exactamente igual, el vecindario Valswith se había mantenido intacto desde que se fue a aventurarse en la vida, irónicamente ninguno de sus progenitores se molestó en buscarla poco después de que se fuera, y suponía que les bastaba con tener una sola hija bajo el techo de su hogar, eso era suficiente para ellos. Vio a lo lejos, contó dos casas más y finalmente llegaría. Caminó a paso lento, las gotas mojaban una a una sus ropas y sus largos cabellos rosáceos sostenidos en una coleta de caballo, y aun así no apresuró su andar.
Unas cuantas pisadas más la acercaron hasta el pórtico de la entrada, posó su mano encima de este para abrirlo con cuidado de no hacer ruido. Siguió el caminito de piedra que daba hasta la puerta principal de su modesta y antigua casa, ahí se detuvo, parada frente la pequeña puerta.
A pesar de todo, y de tratar de convencerse de que estaría bien acudir en busca de ellos, su cuerpo parecía no creerlo, quedándose paralizado sin poder hacer movimiento alguno. Buscando en sus recuerdos, entendía bien el porqué, ellos se encargaron de no dejar ni uno solo que fuera acogedor o que dejara una sensación cálida en su corazón.
Cerró sus ojos e inhaló profundo, reuniendo toda la valentía que estuviese disponible para ella en esos míseros segundos. Sus ojos verdosos volvieron a abrirse, enarcados con su fruncido ceño y exteriorizando una firme determinación, su mano derecha se elevó y se acercó muy cerca del trozo de madera lista y dispuesta a tocar, pero segundos antes de poder realizar un primer toque, la puerta se abrió de golpe haciéndola pegar un pequeño e imperceptible respingo de sorpresa.
Ahí estaba parada frente a ella, Maylea, su madre con un semblante inerte ante su presencia.
-¿Sissel? -susurró su nombre- ¿Qué haces aquí? -preguntó cerrando la puerta detrás de sí.
-Vaya recibimiento -espetó con cinismo.
-Oh, perdona -dijo bajando su cara y sobando su cabeza.
-¿Puedo pasar?
-¿Qué? -subió su cara sosamente sorprendida- ¿A qué has venido?
-Mamá...-calló de repente, posó sus orbes verdes en la mujer con aspecto demacrado frente a ella- No, lo siento, Maylea. Yo solo vine porque necesito un lugar donde pasar la noche -bajo su cara al suelo y apretó sus puños-, ¿Podrías dejarme quedar en tu casa por favor?
La reacción de la mujer fue exactamente como lo había imaginado, la mirada con reproche se notaba en el brillo de sus ojos verdes cómo los suyos propios, haciéndola aborrecerlos por tener que llevarlos ella también. Significaban esa marca de su familia que no podría borrar nunca.
Escuchó el carraspeó de una voz varonil detrás de la mujer notando como la puerta nuevamente se abría, era su padre quien había salido por la repentina salida de su madre al exterior. Sus ojos buscaron verlo rápidamente, estaba más viejo según recordaba, su cabello ahora se veía grisáceo y su piel ya no era tan tersa como antes. Él dio unos cuantos pasos hasta quedar al lado de Maylea, con sus orbes color esmeralda clavados encima de si, la estremeció, nunca pudo mantenerle la mirada furtiva y sagaz que siempre poseía.
-Sissel, hace mucho que no te veíamos. ¿Qué haces aquí? -preguntó con seriedad.
-Vino a pedir hospedaje -contestó Maylea.
-¿Hospedaje? -repitió con extrañeza viendo a la mujer a su lado- ¿No vivías en la zona sur de la ciudad? -inquirió mirando a la muchacha.
-Vivía, hubo un malentendido con mi casera, pensó que...-apretó su mandíbula y su ceño se frunció se retrajo- Ella no tenía noticias de mí y pensó que algo malo me sucedió. Tiró todas mis cosas y alquiló el departamento en el que vivía.
Hubo unos segundos de silencio que para Sissel fueron vergonzosos y eternos.
-Vaya, que desafortunado -dijo el hombre sin remordimiento en su voz-. Lo entiendo, puedes pasar.
La mujer entró tras de este y Sissel los siguió a ambos hasta a el interior de la pequeña casa. Pronto estuvieron en la sala de estar, todo igual a como lo recordaba, una mesa pequeña en el centro rodeada por muebles de color menta con estampando de flores rosadas. En las paredes un papel tapiz beige con flores cubría de estás en su totalidad y el piso de madera, reluciente como siempre. Solo una cosa faltaba.
-¡Mamá!, ¿Sabes dónde está mi vestido morado?
Una joven de cabellos castaños bajaba rápido por las escaleras que daban a la segunda planta de la modesta casa, sus ojos de un verde oscuro se detuvieron abruptamente sobre Sissel y una mueca de confusión se esbozó en su rostro blancuzco.
-Shara -espetó la chica de cabellos rosáceos-, has crecido bastante -sonrió con alegría.
-Sissel, estas aquí, eso si que es una gran sorpresa -dijo acercándose un poco hasta ella-. Tu cabello, sigue siendo de ese hermoso color rosáceo.
-Shara, la cena ya está lista. Vayamos a comer -intervino la madre de ambas chicas yéndose en dirección al comedor.
Shara siguió a su mamá con dificultad para apartar la mirada de la otra, pero finalmente yéndose, por su parte Sissel se quedó parada en medio de la sala de estar con su padre viéndola frente a él con un semblante serio y frío.
-Puedes quedarte está noche, pero lamento decirte que dormirás en el sofá.
-¿Qué? -inquirió extrañada, si bien la casa en la que había crecido era pequeña, aún conservaba suficiente espacio para que ella y Shara tuviesen sus propias habitaciones desde que eran niñas- ¿No me dejarás dormir en mi habitación, padre?
-Esa es la cuestión Sissel -respondió sentando su cuerpo en uno de los sofás-. La que solía ser tu habitación, ya no lo es.
-Ya no, espera yo no lo entiendo -cerró sus ojos y sobó su cien con una de sus manos-¿Tú estás tratando de decirme que mi habitación ya no es mía? -volvió su mirada molesta al viejo hombre.
-Tu madre se quejaba todo el tiempo de no tener suficiente espacio para guardar las cosas que ya no servían o que no se usaban, y bueno, tu no tenías intenciones de regresar a casa...-se detuvo de hablar mientras se encogía de brazos.
-Entonces mi cuarto terminó como un almacén -culminó la oración que el hombre intentaba decir.
Quedó perpleja, era tonto tratar de negar que aquello no la afectó, porque si lo había hecho, aunque claramente no quería admitirlo y mucho menos delante de su viejo y odioso padre. Suspiró pesadamente llevando su mano detrás de su cuello, levantó su vista hasta chocarla con los feroces orbes de su progenitor y está vez le mantuvo el ritmo a su mirar.
-Bueno, igual eso ya no es importante ahora padre, pero gracias por dejarlo en claro.
-Héller, ¿vendrán ustedes dos a comer o se quedarán aquí todo el rato? -Maylea volvía a irrumpir.
Héller asintió, se levantó del sofá y le dio señas a Sissel para que lo siguiera. Ella rodó sus ojos y suspiró por lo bajo, intentaría aguantarse un poco más, estando ahí dentro la sofocación era mucho mayor que cuando tenía sus catorce años y el deseo de huir más grande que en aquel entonces.
Siguió hasta donde estaba el comedor, la mesa ya estaba servida, cuatro platos y cuatro sillas. Tomó asiento al lado de su hermana Shara quien sonreía genuinamente al verle cerca de ella, sintió contagiosa su alegría, de sus tiempos en ese lugar Shara era lo único agradable que tenía en sus memorias.
-Dime Shara, ¿Cómo has estado? -preguntó Sissel sonriéndole cariñosamente.
-¡Sissel, ya soy muy alta! -dijo entre risas.
-¡Si, ya no eres esa pequeña, me pasaste con creces! -rio divertida ante eso último.
-Mamá dice que se debe a nuestros bisabuelos, ellos eran tan altos como yo -comentó emocionada.
-¿De verdad? -dedicó una mirada escudriña a su madre-. Debe ser genial haber heredado algo de ellos -volvió su mirada hasta su hermana, ella sonreía mirándola ingenuamente.
-Que va -negó meneando su cabeza-. Debe ser genial ser como tú.
Una mueca de sorpresa se abrió paso en su rostro, eso sí que había conseguido sorprenderla, y bueno, se sentía bastante agradable escucharlo viniendo de su hermana menor. Casi parecía indicar que así estaba el nivel de admiración que sentía por ella, una forma indirecta de decirle ese típico "Yo te admiro".
-Yo quería ir a verte luego de que te fuiste de casa, pero papá me decía que tu estabas bien a donde habías ido -Shara bajo su mirada, necesitaba decirle aquellas palabras a Sissel para hacerle entender que siempre estuvo al pendiente cuando se mantuvo alejada, y ahora que regresaba le urgía dejárselo en claro.
La mirada de Sissel la escudriñaba en todo minuto, percibía esa calidez en sus palabras y sabía que eran totalmente sinceras y claras, puras como el cariño que sentía Shara hacía ella. Recordó como antes no le mostró apoyo en aquel entonces, cuando decidió que su mejor y única opción era abandonar su hogar. No estuvo de acuerdo con eso, pero era obvio que Shara no entendía los motivos por los que tomó aquella decisión tan extrema.
Claro, como iba ella a entender o a saber de sus razones, estaba claro que para sus padres Shara era la hija privilegiada mientras que para Sissel las críticas y los reproches fueron sus platos de cada día. Siempre debía esforzarse el doble o el triple, solo para conseguir un "Bien hecho" de su parte. Con eso aún seguía sintiendo vacío en aquella sucesión de letras que formaban la palabra, no sentía que de verdad fuesen una expresión verdadera para hacerla sentir asombrosa.
-Escuchaba rumores en la escuela -dijo llamando la atención de la chica sumida en sus tristes recuerdos.
-¿Rumores? -repitió con su vista hundida en la mesa-. Espero que al menos hayan sido buenos rumores.
-Lo fueron - contestó la castaña sin rechistar-. Muchos comentaban la gran cantidad de chicos jóvenes que aspiraban a convertirse en Ragesoldier, todos nuestros conocidos venían cada día para darnos la noticia de que tú estabas entre esos muchos -se detuvo para tomar un poco de aire y hacer su expresión más alegre-. Papá y mamá dudaban de que fuera verdad, querían que yo también dudara de ti y de tu determinación, así que cada vez después de la escuela me escapaba para ir a verte en las prácticas -miró el rostro de Sissel totalmente anonadado-. Podía notar fácilmente cuánto te estabas esforzando y volvía a casa para contarle a nuestros padres como estabas creciendo lejos de su sombra. Ellos guardaban silencio y bajaban sus rostros, tu hiciste que se callarán Sissel, hiciste que te respetarán, ese respeto que nunca te dieron cuando aún vivías con nosotros. Impusiste tu propia definición de ser asombrosa.
Los ojos verdosos de Sissel se humedecieron levemente por las emotivas palabras que nunca esperó escuchar de alguien de su familia.
Antes no había palabras de aliento, palabras de orgullo, palabras de amor, ella solo podía escuchar palabras hirientes. Torpe, lenta, inepta, tonta. Si tan solo las personas supieran el poder que hay en esas palabras equivocadas, entenderían que son capaces de destruir sueños, relaciones y autoestima y que lo mejor sería que se mantuvieran con la boca cerrada, sino son capaz de alabar, admirar o de amar.
Ese era el caso con los padres de Sissel, quiso llenar sus estándares y por más que intentó dar lo mejor de sí, ellos nunca lo valoraron. Fue ahí donde se detuvo, se cansó de tratar de arreglar las cosas no rompía, de buscar soluciones a problemas que ella no había causado, de disculparse con personas que no había herido, sino que, muy por el contrario, la habían lastimando a ella.
-Gracias, Shara -atinó a decir devolviéndole una sonrisa cálida.
-Dame tu plato -le pidió la castaña-, te serviré.
Asintió pasándole el trozo de cerámica blanca, hasta ese momento los dos mayores prefirieron mantenerse en silencio, haciendo parecer que después de todo no tenían absolutamente nada para decir. Aún con lo que Shara ya había dicho, no negaron ni afirmaron nada, pero su silencio era suficiente para confirmarle que todo era verdad, y no esperaba que se disculparán o que, si acaso dijeran algo al respecto, ya no esperaba nada. Había aprendido que así no se sentiría decepcionada cuando las personas a su alrededor actuarán de manera ingrata.
Shara le tendió el plato con la comida ya servida, un poco de arroz, ensalada y dos filetes de carne.
-Aquí, ten.
-Gracias -respondió con una sonrisa, tomándolo entre sus manos.
Comenzaron a comer en completo y absoluto silencio, ocultando sus rostros de cada quien, manteniéndose así por unos cuantos minutos, hasta que la menuda de cabellera castaña no pudo seguir con el incómodo ambiente. Con un leve carraspeo, llamó la atención de los otros tres que antes comían con sus miradas fijas en los platos.
-Siento curiosidad, has cambiado tanto -dijo mirando genuinamente a su hermana mayor-. No puedo evitar querer preguntar tantas cosas.
-Deberías simplemente guardar silencio mientras estamos comiendo -la regañó su madre, recibiendo una mirada de reproche por parte de la chica de cabellos rosáceos y una apenada por parte de la otra castaña.
-Está bien, Shara -la tranquilizó Sissel-. Puedes preguntar, trataré de responder a todas -dijo haciendo caso omiso del regaño anterior.
Tantos años habían pasado, siete años para ser más exactos, era normal que la otra chica sintiera curiosidad de saber que fue de ella por todo ese tiempo. Era cierto que había cambiado y vaya, no podía esperar que se viera exactamente igual después de todo ese largo periodo que había pasado entre ellos. Todos esos años en los que la comunicación fue inexistente, no hubo cartas, ni visitas, simplemente no hubo nada de eso.
-¿A dónde fuiste esa noche cuando decidiste marcharte? -pronunció con temblor en su voz.
-Una pregunta lógica, perfecta para empezar -respondió mirando con empatía a la chica castaña-. Pasé esa noche en el parque de Valswith, al día siguiente pensé que tendría que volver a ser así, pero afortunadamente alguien me encontró y me tendió una mano.
-¿Alguien, quien? -preguntó impaciente.
-El señor Helmerf, era el director de un abrigo que se encontraba en la zona oeste -prosiguió con su relato-. Se sorprendió bastante al reconocer mi cara y claro que mi peculiar color de cabello, supo rápidamente que era la hija mayor de la familia Schala -sonrió ante aquel recuerdo que aún seguía grabado perfectamente en su cabeza.
Sintió la mirada de su padre, atenta en sus gestualidades y muy disimuladamente atento a todas sus palabras. Podía notarlo, el leve interés en lo que estaba diciendo, ¿había despertado su curiosidad también?
-Parece que tenías una buena reputación, no muy grande, pero si lo suficiente como para que fueras reconocido por las cosas que llegaste a hacer como un Ragesoldier de Hardersfield -dijo mirándolo atentamente.
El hombre guardó silencio mientras terminaba de tragar el bocado que antes masticaba meticulosamente, tomó el vaso de vidrio y sorbió de él unas dos veces devolviéndolo a su sitio para disponerse a hablarle a la chica que se refirió a él unos momentos antes.
-Eran buenos tiempos, hacía mi trabajo con dedicación -dijo casualmente.
-Si, lo sé -lo apoyó quedadamente.
Le dio una leve mirada antes de sorber un poco de jugo, restándole importancia a su comentario, estaba claro que era muy incómodo para ella el darle tan solo un poco de reconocimiento a ese que nunca supo hacer bien su papel de padre, ni siquiera pasaba por su mente la idea de tenerle un poco de respeto. La tensión se hizo clara en esos segundos de silencio que volvieron a invadirlo todo, pero el carraspeo de Shara volvió a resonar en el ambiente, atrayendo la mirada de todos una vez más.
-¿Entonces, te quedaste en ese lugar por mucho tiempo?
-No fue mucho -contestó la de cabellos rosáceos.
-¿A dónde fuiste después? -cuestionó curiosa la castaña.
-Estaba caminando un día por la zona central de la ciudad y vi un anunció que decía que había reclutamiento para alistarse en las filas de Ragesoldier, o al menos para quienes pudieran conseguirlo -atinó a decir con una gran sonrisa-. Supongo que intuirás lo que paso después.
Una amplia sonrisa se formó en los labios de la chica más joven, entendiendo a la perfección a lo que su hermana mayor quiso referirse. Era obvio.
-¡Tu lo conseguiste! -afirmó mirándole atenta- ¿Fue difícil, Sissel?
-¿Qué?
-No es un secreto las actividades básicas de un Ragesoldier -se escuchó la voz ronca de su padre intervenir-, lo que Shara quiere saber es si fue difícil pulir tus habilidades de combate.
Lo supo, con eso confirmó lo que venía debatiéndose desde unos minutos atrás, su padre también sentía curiosidad, necesitaba saber cómo fue que pudo conseguir convertirse en una de las autoridades mas importantes de su ciudad. Sabía que estaba mal, pero le gustaba el haberle hecho interesarse en lo que antes él creía que no era mas que un simple e inservible estorbo. Le gustaba bastante esa sensación, pero debía responder con la verdad, aun cuando en su interior quisiera aprovecharse de su nueva posición.
-Por supuesto que lo fue -admitió mirando a la muchacha a su lado-, y, de hecho, todavía sigo trabajando muy duro en ello para hacerlas lo suficiente buenas y no perjudicar a mi escuadrón.
-Vaya, y, ¿crees que yo también pueda unirme a ese escuadrón? -Shara soltó aquello de la nada, haciendo atragantar a su querida madre y a su padre con el sorbo que le daba a su jugo.
Sissel dejó escapar una leve risa, no por la pregunta de su hermana sino por las graciosas reacciones de sus padres al escuchar esta última.
-¡Tu no vas a unirte ningún escuadrón Shara! -aseveró Maylea cuando pudo tragar por fin.
-¡¿P-Por qué no?! -replicó las mas joven.
-¿Y todavía lo preguntas? -contraatacó su madre- ¡Héller, dile tú lo peligroso y riesgoso que es ser uno de esos Ragesoldier a los que tanto admira! -exigió al hombre que comía serenamente a su lado.
-Tu madre tiene razón, Shara -apoyó Heller.
-¡Papá!
-Shara -llamó Sissel, atrayendo la atención de la alterada castaña y la de sus padres-, no creo que puedas unirte a mi escuadrón.
-¡¿Tu tampoco me crees capaz de poder hacerlo Sissel?!
La chica pelo rosáceo volvió a reírse.
-No es eso Shara. Cada escuadrón está compuesto por un mínimo de tres integrantes o de máximo cuatro, dependiendo de su antigüedad -respondió con su tono de voz calmado, pero divertido al mismo tiempo-. Por lo que es casi imposible que puedas unirte a mi escuadrón, si decides enlistarte en un futuro en las filas de Ragesoldier.
-Sissel... -pronunció casi en un susurro.
-Claro que no lo hará -afirmó Héller.
-¡Deja de darle ideas! - dijo Maylea con exasperación.
-¡Mamá! -refutaba Shara.
La chica de cabellos rosáceos solo río por lo bajo y prosiguió comiendo sin prestar atención a los regaños que la mujer más mayor le hacía a la chica sentada a su lado. Tenía razón de preocuparse. Si bien, la labor que normalmente hacen como un Ragesoldier es resguardar la seguridad de la ciudad, muchas veces, por no decir todo el tiempo, se centraban en buscar recompensas fuera de esta, lo que al final del día se conoce comúnmente con el nombre de "Cazarrecompensas".
Era por eso que, al convertirse en una, sería asignada a cumplir con alguna de estas misiones clasificadas como "ordenes", teniendo siempre el peligro acuestas.
Agradecía internamente, que por lo menos sus instintos de padres siguieran encendidos para otorgarle ese tipo de preocupación, y de protección a su hermana, sabía que ella no correría con su misma mala suerte.
-Creo que deberías escuchar lo que ellos dicen, Shara -comentó Sissel, atrayendo la mirada de todos sobre ella-. Hacer este trabajo no es algo que todo el mundo debería elegir, creo que ni siquiera yo estaba bien cuando tomé la decisión de hacerlo -habló serenamente-. Pero tampoco era como si tuviese muchas opciones, así que, al final lo hago con plena dedicación.
-Eso se escuchó muy sensato Sissel, gracias -dijo Maylea, apoyando las palabras de la chica pelo rosáceo.
Sissel hizo un leve asentimiento de cabeza, señalando que aceptaba el agradecimiento de su madre por sus palabras dichas. Por su parte, Shara puso cara de puchero, confirmando que aun con ese sincero consejo seguía pensando diferente a los deseos de sus padres.
-Sissel -el tenue llamado de Héller resonó en los oídos de la aludida-. Escuché que te convertiste en la estudiante directa de la Darui, ¿es eso cierto?
-Si, lo es -contestó afirmante.
-¡¿Qué?! -expresó Shara con mucha sorpresa- Debe ser magnifico ser estudiante directa de la persona más respetable e importante de nuestra ciudad.
Al escuchar la palabra "respetable", inmediatamente las imágenes de la mujer rubia junto a aquel hombre sucedidas ese mismo día, invadieron la memoria de la chica pelo rosa, esparciendo un leve rubor de vergüenza ajena por aquel comportamiento secreto que no todos podían conocer.
-«Si tan solo supieran...» -pensó- Oh, por supuesto que lo es, claro que hay veces en las que no me creo tan afortunada -balbuceó con dificultad.
-¿Por qué no lo harías? -preguntó su padre- Estas aprendiendo bajo la enseñanza de la mujer mas fuerte que hay en Hardersfield, y tal ves de los lugares vecinos.
-Podría pensar así, de no ser por los constantes cambios de humor que suele tener la maestra Tristha.
-¡¿Qué es lo que te enseña?! -se apresuró a decir Shara.
-Pues me ayuda a mejorar mi habilidad con los puños y a manejar mejor mi resistencia -dijo-. También está enseñándome sobre la medicina.
-Jum...-bufó la mujer- ¿Ahora sabes de medicina?
Trató de no inmutarse, pero por dentro no pudo evitar sentir molestia por ese comentario. Bastante molestia, ¿quién era ella para cuestionar si sabía o no acerca de aquello?
-Si -miró con desagrado a su madre-. Sigo aprendiendo, pero ya sé lo suficiente para estar calificada, pudiendo ofrecer mi ayuda en el departamento medico de la ciudad.
Sonrió denotando ironía, su pregunta estaba llena de sarcasmo y arrogancia, pero después de haber escuchado la respuesta para ella, no tuvo de otra opción más que mantenerse callada y volver a mirar los restos de comida en su plato.
-¿Por qué fue que terminaste pidiendo asilo? -susurró Shara.
-Estuve fuera de la ciudad por unos seis meses, cumpliendo con una orden y cuando regresé hoy mas temprano, me encontré con que no tenía donde vivir por un error de la encargada departamental -habló rápido, con molestia por tener que recordar su bochornosa situación.
-Debiste venir en ese mismo momento, tal vez papá podría haber tenido tiempo de preparar tu habitación para que durmieras con más comodidad -dijo la menuda, posando su mirada sobre su padre- ¿Verdad, papá?
-Si, así es -contestó escuetamente.
-Fueron mi última opción, después de ir en busca de cada uno de mis conocidos y al ver que estos no podían hacerlo -dijo para dejar escapar un suspiro pesado al final.
Heller, Maylea y Shara se miraron las caras con notoria incomodidad, sintieron en aquellas palabras el descontento de la chica pelo rosa y el silencio se apoderó de la mesa, no tenían nada que argumentar, inclusive la joven castaña que no había parado de hablar desde que se sentaron a comer.
En los platos ya no quedaba nada mas que la suciedad, Maylea fue la primera en levantarse.
-Shara, deja tu plato ahí y acompaña a Sissel hasta la sala de estar -alcanzó a decir-. Tu padre y yo lavaremos los platos.
Acto seguido a eso, las dos jóvenes se levantaron dejando las losas sobre la mesa. Maylea regresó para tomarlos, luego de haber llevado el suyo y el de su esposo hasta el fregadero.
En la sala de estar resonaban las risas despreocupadas de las muchachas, parecían conversar de algo que les causaba bastante gracia suponiendo que era esa la causa de sus agraciadas y discretas carcajadas, olvidando por completo las palabras que causaron tensión antes. Pero solo ellas no les prestaron atención, porque si habían causado un impacto en los dos mayores que comentaban entre molestas y susurrantes palabras, a las que Sissel notó, alternando su mirada entre la cocina y el alegre rostro de su hermana.
Unos momentos mas tarde, la madre y el padre se aparecieron finalmente en la pequeña sala, donde las chicas seguían tumbadas en los sofás una frente a la otra y guardando un silencio repentino, una vez las dos figuras de sus padres se hicieron presentes. La cara de Héller estaba seria, un semblante frio e inerte, tan parecido al que Sissel suele tener cuando estaba en alguna situación indeseada, casi podía negar que ese hombre era su padre.
Maylea le sugirió a Shara que la siguiera a las habitaciones de arriba, con la excusa de que tenderían alguna colchoneta vieja el piso de su cuarto para que le hiciera de compañera a su hermana mayor. Eso fue suficiente para convencerla de ir con ella sin refutar nada en contra, desapareciendo por las escaleras tras la mirada jade de la chica pelo rosáceo.
-Pensé que dormiría en el sofá...-objetó, regresando sus orbes hasta su padre.
-No...
-No, ¿Qué? -enarcó su ceja izquierda.
-Lo siento, pero no podrás quedarte a dormir.
Capítulo 1 Inicio
24/12/2022