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Capítulo

Amaia huía por el frondoso bosque y con la noche sobre sus cabellos blancos. Sin saber que un misterioso camino la guiaría hacia un reino olvidado, donde descubrirá secretos que se ocultan bajo miradas melancólicas y a un hombre en la soledad de su castillo que sucumbirá sus sentimientos.

Capítulo 1 La noche donde todo comenzó

Esas risas surgían entre las estructuras encendidas del bello palacio.

Unos adornos dorados brillaban bajo la noche mientras el río seguía corriendo con la brisa siendo tan fría.

Esa noche el reino de Luquersy se vistió de elegancia dispuestos a celebrar su abundancia, muchos ojos cristalizados se vieron en los reflejos de sus espejos acomodando sus cabellos enmarañados y suspirando con tranquilidad.

Habían caminado sobre el bello puente murmurando la dicha.

Habían sonreído en su camino bajo la luna.

Ahora bailaban bajo gigantes candelabros de oro, vestidos se alzaban entre esos torpes pasos y muchos hombres bebían entruchándose las manos con elegancia.

Y ahí sobre un trono de rojizas telas yacía el rey, un joven de cabellos negros y mirada grisácea. Elevo en sus labios una pequeña sonrisa mirando todo a su alrededor con la música siendo el compás de las voces y de los pasos que resonaban en el gran salón.

Las flores decoraban gran parte del lugar dejando que sus sutiles aromas sean delicados roces para los presentes y embriagando a la noche.

Alegres hombres tocaban esos viejos instrumentos con algarabía dispuestos a cansar sus dedos y aliento con tal de ver la alegría. Una mujer cantaba a su lado anonadando a los presentes, hombres solteros suspiraron mirando a la bella mujer de cabellos dorados y como un delicado vestido rojizo cubría su cuerpo. Esa piel virgen que se escondía ante la brisa fría.

Alguien grito entre la multitud más su voz fue callada por la música.

Se sumergió intentando llegar hacia el rey sin embargo los alegres pasos detenían su andar provocando torpes caídas y maldiciones que brotaban de sus labios. La mujer de cabellos negros decidió colocarse de pie cuando un hombre carcajeo dejando en los aires su aroma alcohol.

Avanzo empujando a todo ser y recibiendo miradas no tan cálidas.

El rey seguía zambullido en las alegres presencias, en esas parejas que se miraban con amor y otras que tímidamente se sonrojaban sosteniendo sus manos. Hasta que sus ojos grisáceos vieron a la mujer, esa que corría desesperada empujando a todo ser en su camino.

—¡Majestad! —su asustada voz surgió elevándose con fuerza

Rápidamente el rey se colocó de pie para mirarla con el ceño fruncido, algunos ojos dejaron de vagar entre las parejas que bailaban en medio del salón y estas frenaron provocando el pronto silencio en el lugar. El bullicio fue callado como si la tensión creciera en los segundos donde ninguna voz resonaba más solo fue la voz de aquella mujer la que surgió entre las miradas curiosas.

—¡Majestad! —se colocó de rodillas sin ser capaz de mirar esos grisáceos ojos

—¿Qué ocurre, Doromila? —fríamente cuestiono

—Majestad, ella regreso —rápidamente ante las palabras algunos murmullos surgieron. Ojos curiosos se cruzaban tratando de entender lo que ocurría entre la inmensidad y belleza del gran salón

—¿Quién regreso, Doromila? —dijo el rey mostrándose imponente bajo los ojos curiosos

—Esa mujer —con voz trémula murmuro incapaz de volver a decir palabra alguna por el miedo que iba creciendo en su desenfrenado corazón

Otra vez los murmullos se alzaron y las miradas se cruzaron.

—Ella se fue, señorita Doromila —dijo el rey ante su pronunciamiento

—No, ella está aquí —otra voz se alzó, una mujer de cabellos negros luciendo apagados por el tiempo camino hacia su rey arrastrando un bello vestido amarillento que brillaba entre los presentes más sus pasos elegantes frenaron a un lado de la joven temblorosa —. Cruzando el puente, ella llega lentamente. Desea su presencia, majestad

Giro sobre sus talones mientras sus grisáceos ojos brevemente se cerraban, los presentes esperaron ansiosos que alguna palabra brotara de esos rosados labios que silenciosos y perdidos se apegaban en línea recta.

La joven de rodillas alzo su rostro para mirar la espalda recta de su rey cubierta por esa suave tela azulina donde algunos bordes dorados se marcaban con elegancia, su corona dorada brillaba bajo los candelabros y sus manos preferían estar entrelazadas detrás de su espalda.

Esperaba.

Esperaba que su mente ordenara todas esas ideas.

Entonces en esos breves segundos donde sus ojos grisáceos permanecieron ocultos, una voz retumbo provocando su pronto abrir mas no que esos orbes profundos observaran la nueva presencia surgiendo en el silencio.

Ella caminó provocando el resonar de sus tacones, los ojos curiosos seguían sus pasos y los murmullos no eran capaces de surgir, todos temían sintiendo sus rodillas temblorosas.

Fue como si la brisa susurrara adentrándose inexplicablemente al lugar, varios cabellos envejecidos con el tiempo bailaron lentamente y otros se mantuvieron quietos como los cuerpos de los presentes. Ella freno y el rey casi fue capaz de escuchar esos corazones acelerados que bajo pieles temblorosas rogaban la clama.

—Leopoldo —dijo con la voz aterciopelada y con un breve siseo en esas palabras

El susodicho callado curvo en sus labios ocultos una pequeña sonrisa sin mirar a la mujer.

Ella ocultaba su rostro frio y envejecido bajo una capa negra, esa que parecía con el tiempo mantenerse tan brillante. Sobresalían entre la oscuridad unos cabellos castaños, apagados y sucios, pero que entre sus delicados pliegues un aroma a canela se alzaba. Un aroma que podría ser la causa de leves gemidos.

Un susurro se escuchó entre la muchedumbre ocultándose detrás de vestidos largos y suaves.

La mujer sonrió sin mostrar su envejecido rostro.

—Leopoldo ¿acaso guardara silencio? —ella dijo con burla

—No deberías estar aquí, te di lo que ansiabas. Vete por favor —ella negó moviendo sus dedos blanquecinos por donde se veían largas uñas descoloridas

—Pero no calma lo ocurrido —Doromila se colocó rápidamente de pie y temblorosa miro a su rey, esos grisáceos ojos eran ansiados de ser vistos

Algunos entre la muchedumbre desearon salir en silencio más parecía que la mujer podía sentir hasta el más silencioso susurro.

Y fue de pronto que los colores fueron tiñéndose de melancolía, se volvían opacos y los jadeos se alzaban impresionados por lo sucedido.

—¿Qué ocurre? —una voz sollozante cuestiono entre la multitud

Fue en esos segundos que los murmullos se alzaron, algunos llantos alarmaron la calma y fue como si la melodía de la noche desapareciera entre ellos. Los cielos fueron cubiertos por nubes grisáceas, nubes que aguardaban en silencio soltar su llanto.

Luego truenos resonaron como si los cielos estuvieran rompiéndose en medio de los murmullos.

—¡Por favor basta! —un grito temeroso resonó, el hombre sostenía entre sus manos a su pequeño niño que aferrándose a su blanquecino cuello empezó un llanto silencioso

—¿Por qué volvió? —cuestiono la mujer de cabellos dorados que había endulzado el ambiente con su fina voz

La mujer oculta debajo de telas negras carcajeo con esa voz aterciopelada y suave que como un hilo corto el bullicio.

—¿Por qué? —la mujer se cuestionó en un suave susurro del cual esperaba que nadie fuera capaz de escuchar — Esperas una respuesta conocida

—¡Te devolvimos lo que ansiabas! —grito el rey harto de las mismas respuestas

—No, Leopoldo —murmuro ella entrelazando sus largos dedos —. No fue lo que pedí, incumplieron lo pedido. Siguen siendo los mismos egoístas de siempre

—¿Qué más quieres? —una voz entristecida resonó. Ahí bajo un candelabro dorado yacía una mujer de cabellos apagados y opacos, se mantenían ondulados y brillantes sobre sus hombros. Los bellos ojos achocolatados que ocultaba bajo esas delgadas pestañas ahora se cristalizaban mientras sobre su regazo una pequeña niña de cabellos negros se aferraba ocultándose de esos ojos fríos

La mujer oculta cruzo sus ojos fríos en esa figura.

—Silencio, —aclamo con frialdad, dejo de mirarla para observar como el rostro de aquel rey seguía indeciso de ser visto— Leopoldo

—Vete —pronuncio el susodicho girando levemente su rostro. Sus labios se mantuvieron luego apretados siendo vistos por la mujer oculta

—Lo haré, —ella afirmo — pero dejare un pequeño recordatorio —murmuro girando sobre sus talones y elevando esa larga tela negra

La muchedumbre se abrió paso siguiendo con sus temerosos ojos el cuerpo de la mujer que desaparecía pronto por esa grisácea noche donde los estruendos seguían siendo melodías feroces y la brisa fría caminaba a su lado susurrándole con miles de voces.

Los presentes en ese gran salón prefirieron evitar las preguntas, algunas voces se ahogaron en llanto y los colores siguieron luciendo tan opacos.

Sin vida.

Tan deprisa el silencio se instaló en los adentros del palacio mientras los cielos furiosos retumbaban los ojos curiosos escucharon esa fría voz murmurar.

Ella yacía en medio de ese gran puente, con sus ropajes moviéndose ante el viento y sus fríos ojos manteniéndose ocultos en la oscuridad.

—Deja que el tiempo corra, deja que sea el olvido, deja que no tenga final —pronuncio nuevamente con esa voz aterciopelada y delicada como si el viento fuera a romperse ante su pronunciamiento —. Que sea el olvido

Los cielos volvieron a rugir y la brisa fría se alzó, los ríos bailaban feroces buscando atacar las estructuras grisáceas de aquel palacio. Ojos curiosos surgieron desde los adentros, gritos se alzaron temerosos ante la vista sombría que se mostraba frente a ellos.

Nubes grisáceas emprendieron llanto.

La brisa siguió corriendo.

Las aguas no se mantuvieron en calma.

Y el tiempo envolvió esas tierras.

La mujer giro levemente sobre sus talones para mirar a los susodichos y mostrar sus dientes blanquecinos. Esas perlas que brillaron en medio de la oscuridad y la brisa que siguió golpeteando su cuerpo.

El silencio no volvió a reinar.

El rey Leopoldo miro a la mujer con esos orbes grisáceos tan fríos y enfurecidos. Apretó sus labios y se mostró imponente ante los ojos envejecidos de aquella misteriosa mujer.

Ella susurro algo y solo el viento la escucho.

Los presentes la miraron con los ojos empañados y murmullos pidiendo que esa cruel tormenta disminuya, sin embargo, el tiempo yacía cubriendo esas inmensas tierras.

Leopoldo quiso acercarse sin embargo algo se aferró a sus ropajes, unos ojos cristalizados lo miraron ansiosos de sentir su cobijo. Él solo pudo suspirar antes de tomar entre sus brazos a la niña de cabellos negros y aferrarla a su calor.

Esa noche bajo los cielos grisáceos y el llanto de las nubes el tiempo nació en las tierras. Todo se detuvo en sus pieles, los cabellos dejaron de envejecer, los ojos se tiñeron de melancolía mientras los años corrían sin haber cambios entre las flores.

Nada nacía.

Nada moría.

Esa fue la noche que el tiempo dejo de correr entre esas tierras.

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