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[Im]Perfecto
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Capítulo

Cuando has visto al hermanito de tu mejor amiga crecer, pasar de sacarse los mocos a calentar a todas las chicas con solo levantarse la popera, es difícil verlo de una manera diferente, pero no imposible. Y no es como si Fabian de pronto se convirtiera en el hombre más guapo de la ciudad, es solo que ahora me parece un poco más interesante que antes, y más guapo, y más maduro. Menos niño y más hombre. No es como si fuera a intentar algo con él. Pero cuando él me convence de que le ayude con ciertos... problemas, las cosas se vuelve mucho más complicadas

Capítulo 1 I: Entender que el niño ha crecido

En el mundo existen dos tipos de personas, aquellos con Mommy issues y aquellos que tienen Daddy issues. Hay algunos desafortunados, como yo, que tienen ambos, ¿o se podría decir que los tenía? No lo sé, no sé si eso es algo de lo que uno se puede deshacer en algún momento de su vida o si me acompañaran para siempre. A pesar de haber hecho terapia, a veces me encuentro queriendo cuidar de todos sin dejar que se preocupen de mí, o lo contrario, me hayo en la desesperación de darle las riendas de mi vida a alguien y jamás volver a tomar una decisión.

Se estarán preguntando qué pasa con aquellos que no tienen ninguno de los dos, ¿la estabilidad mental? No existe. Al menos yo jamás he conocido a alguien así, muchos dicen que lo son, pero me bastan un par de conversaciones con ellos para darme cuenta de que no es así. Todos tienen algún rollo con sus papás, un problema que deben resolver. Así que no se dejen engañar, la estabilidad mental es un mito urbano; yo por mi parte soy de las que detenía sus crisis de pánico para poder estudiar y no importaba si llevaba llorando tres horas, podía pararlo en un segundo y fingir que nada había sucedido. No es algo de lo que debería sentirme orgullosa, pero bueno, hay códigos en nuestra mente que no podemos hacer desaparecer, no importa cuánto lo intentemos. Lo que sí puedo decir es que con el tiempo los días malos no hacen que uno caiga por un espiral de autodestrucción y depresión, y que pueden ser solo eso, días malos. Sin afectar el resto de tu mes.

En mi caso, no es que haya tenido un mal día que convirtió el resto de mi año en mierda, sino que he tenido una sucesión de malos días que hace que me sienta harta de la vida, y es que no puedo con ella. Con las expectativas que otros cargan sobre mis hombros, con las que yo misma me he puesto. Mi trabajo no es nada asombroso, mediocre para la niña de dieciocho años que entró a la mejor universidad del país, miserable para aquella que estudió un año en el extranjero. No tengo el dinero que debería tener, puedo ahorrar, pero eso no me sirve de nada porque jamás aprendí a invertir y eso es lo único que importa hoy en día: comprar terrenos, criptomonedas, dólares, cualquier cosa que luego te traiga riqueza. Mi último novio me botó por aburrida y al mismo tiempo intensa; quería el matrimonio, la familia, una vida tranquila como de esas que muestran en las películas gringa, estaba dispuesta incluso a dejar mi trabajo. Resulta que él quería el espíritu aventurero del que se enamoró y yo apague para poder moldearme a lo que los otros querían. Debería haber aprendido de eso, soy suficiente tal como soy, pero aún así no puedo evitar desear la casa, los hijos, un esposo, el trabajo perfecto, la vida perfecta y siendo yo jamás alcanzaré eso. Por eso es que hago todo lo que hago, finjo que soy otra persona o hago todas esas cosas que yo no soy capaz de hacer, como trabajar de profesora todo el día, me esfuerzo para llegar a ser una mejor persona, pero a veces me canso y necesito liberar mi alma por unas horas. Necesito recargar mi energía, mandar a todos a la mierda, viajar, bailar, tomar hasta no recordar nada de lo sucedido.

Esta noche tengo ganas de lo último y para eso tengo a Eliza, quien ama cuando me descontrolo y por supuesto avala cada una de mis malas decisiones. ¿Le pido un shot? Ella me trae tres. ¿Digo qué quiero acostarme con alguien? Me regala un condón y me empuja hacia el primer chico guapo que ve. No puedo quejarme, es la mejor amiga que he tenido en la vida.

Lo bueno es que yo sé controlarme, más o menos, pero debo reconocer que mandó todo a la mierda en el momento en que dan las doce y brindamos por su cumpleaños. Alguien nos escucha celebrar y comienza a mandar chupitos en nuestra dirección y nosotras los tomamos como si fueran agua.

No recuerdo haber salido del club, mucho menos llegar a mi casa y a la mañana siguiente despierto con un dolor de cabeza fulminante y un estómago revuelto que ni siquiera me permite tomarme un paracetamol sin arcadas. Al menos fui lo suficientemente inteligente para dejar un vaso de agua y el medicamento en mi velador.

Me doy vuelta en la cama, lamentando las pésimas decisiones de la noche anterior, no sé en qué estaba pensando cuando decidí que tomar mi peso en chupitos era una buena idea. Por lo menos luego del paracetamol y un par de horas más de sueño me siento mejor, aunque aún la idea de comer me da nauseas.

Esta vez despierto de verdad, logro mantener mis ojos abiertos y agarrar mi celular para revisar la hora: nueve un cuarto, es decente, me da tiempo para estar un rato más en la cama. Cierro los ojos, me acomodo mejor y hago a un lado el teléfono, pero las probabilidades de que caiga de vuelta al sueño son mínimas, así que tan solo me dedico a descansar con la menta activa, fantaseando con diálogos de novelas que jamás escribiré.

Estoy concentrada en una discusión épica, el clímax de una historia sin principio ni final, cuando la puerta de mi cuarto se abre. Pero yo no vivo con nadie.

Mis párpados revolotean e intentan enfocar a la sombra masculina asomándose por la entrada. El corazón me da un vuelco, puedo sentir palpitaciones en mis oídos y estoy casi segura de que este es mi fin.

—Permiso— susurra y da un paso cauteloso.

No la típica actitud de asesino psicópata.

Con los ojos apenas abiertos, el corazón todavía luchando por escapar de mi pecho y salvarse él solo, me atrevo a carraspear, preparándome para decir algo.

—Nana, no sabía que estabas despierta.

Me toma dos segundos reconocer la voz, y el primero se debe principalmente a que tengo resaca. No hay nadie con una voz como la de Fabi, ronca, rasposa, viril. No entiendo cómo es que llego a eso, si yo lo conocí cuando tenía voz de pito y pase con él toda la etapa en donde cada vez que se enojaba le salía un gallito, ahora pareciera que se ha fumado tres cajetillas de cigarro para el desayuno.

—Niño, casi me matas del susto— me froto los ojos —. ¿Qué haces en mi casa?

—¿Tu casa?— suelta una carcajada-bufido —Se nota que estuvo buena la fiesta. Es la casa de Eli.

Mis ojos se abren a más no poder, la mandíbula inferior se me cae. Al parecer tomé mucho más de lo que creí anoche y obviamente hubo algunos problemas de memoria acompañados con muy malas decisiones.

—¿Por qué estoy en su casa?

—Eli y tú querían seguir con la fiesta aquí, pero tan solo alcanzaron a tomarse una copa de vino y sentarse en el sillón antes de quedarse z. [caer dormido]

Paso una mano por mi rostro, limpiándome las lagañas y también lamentando mi situación. La noche anterior debe ser demasiado vergonzosa y ya me puedo imaginar el escándalo que hicimos con Eli antes de caer dormidas como las borrachas que éramos.

Bostezo, me cubro la boca y me doy cuenta del mal aliento que tengo. Intento ordenar mi cabello, demasiado consciente de su pésimo estado ahora que Fabi me está mirando; si yo puedo verlo es muy probable que él también a mí y sé lo mal que debo lucir ahora.

—Ugh, nunca más vuelvo a tomar.

Eso lo hace carcajearse.

—Llevas diciendo lo mismo desde antes de que probara el alcohol, creo que ya no sucedió.

—Nunca es tarde— le doy una media sonrisa y Fabian se me queda mirando por varios segundos —. Ahora tráeme un vaso de agua, niño.

Parece murmurar algo entre dientes, pero no se atreve a decirlo en voz alta. Por lo menos me hace caso y regresa con un vaso de agua y una tostada con mantequillas que yo rechazo amablemente.

—Deberías comer hago, te ayudará a sentirte mejor.

Le doy una mirada poco amistosa y sigo bebiendo de mi vaso. Fabi suspira y me ofrece el pan de nuevo. Cuando niego una segunda vez agarra mi muñeca con una fuerza que me sorprende y deposita el alimento ahí. El movimiento brusco y la seriedad con que lo realiza me deja sin palabras y antes de que pueda reclamar ya está fuera del cuarto, llevándose con él lo que sea que haya venido a buscar.

Después de que se va caigo en cuenta de que no estoy en el cuarto de mi amiga, como lo hago siempre que vengo a dormir, sino en el de invitados. Interesante, ¿será porque para cargarme escaleras arriba se necesita una grúa? Fabi definitivamente no me puede, con esos bracitos de fideo y su contextura delgada se quebraría solo intentando levantarme del sillón.

✈️

Eli se aparece un par de minutos más tarde, reclamando por la resaca y sopesando la idea de cancelar su cumpleaños y dormir todo el día, pero su hermano le recuerda que sus padres llegaran en dos horas y que aún queda mucho que hacer: bañarse, maquillarse para no parecer zombie, avanzar en el almuerzo. Al menos Fabi ya se nos adelantó y ordenó lo que sea que desordenamos ayer.

Estamos los dos cortando algunas verduras mientras Eli se baña, cuando me doy cuenta de que no hay razón lógica por la que él debería estar en la casa de su hermana.

—Oye, y tú, ¿qué haces acá tan temprano?

Hace un sonido ronco y dubitativo con su garganta que me afecta más de lo que debería, pero al girarme para verlo con el delantal de cocina, sus rulos desordenados me llevan de vuelta al niño de cinco año que se ponía celoso de mis novios e intentaba ahuyentarlos regalandoles mocos. No es un secreto que Fabi estaba obsesionado conmigo cuando pequeño, pero eso cambió con el paso de los años, cuando entró a la adolescencia y empezó a interesarse por mujeres curvilíneas y delgadas, perfectas. Además, yo jamás saldría con él, nos llevamos por más de diez años y tan solo puedo verlo como el hermano chico de mi mejor amiga.

Mis ojos caen a sus manos que agarran el tomate y lo estrujan sin intención, porque sus dedos son demasiado grandes y no saben ser delicados, cuando su mano se planta en el mesón y por primera vez me fijo en lo inmensa que es, me doy cuenta de que ya no es un niño, y comienzo a olvidarme del Fabi que solía embarrarse la cara de helado, pastas o lo que fuera que estuviera comiendo.

—Mmh— sus mejillas se sonrojan sutilmente —, mi compañero de piso invito a una “amiga”— no hace las comillas, pero su tono de voz lo deja claro —y pues…— el rubor se extiende por toda su cara.

—Oh— suelto una carcajada —, que mal.

—Sí— no despega la mirada del pimentón, pero por su perfil puedo ver que sigue avergonzado o al menos que el tema lo incomoda.

Trabajamos en silencio. No es que siempre sea así, después de todos los años que lo conozco no es difícil crear una conversación afable, pero estoy cansada y hay un débil martilleo detrás de mis ojos que podría empeorar en cualquier momento. Aunque eso pasa luego de ingerir algo de comida y abrir una cerveza. Fabi también se relaja después de agarrar una para sí y por un segundo quiero molestarlo y decirle que sus padres se enojaran si lo ven bebiendo, pero me detengo un segundo antes de que las palabras salgan de mi boca, recordando que ya es mayor de edad y que yo misma lo he visto ingiriendo cosas peores, en estados más deplorables.

—Ah, siento que reviví— Eli aparece sacudiendo su cabello castaño con una toalla. Nos mira de reojo y hace una mueca —, por favor alejen el alcohol de mí, me da nauseas.

Fabi y yo compartimos una mirada cómplice. No es la primera vez que mi amiga dice eso. Escondemos nuestras sonrisas detrás de un sorbo de cerveza y fingimos que no la hemos escuchado.

Eliza pasa de largo al patio para colgar la toalla y al volver se sirve un vaso de agua.

Me acerco a ella para decirle feliz cumpleaños y darle un abrazo de oso que casi la hace vomitar. Me abstengo de celebrar saltando, tan solo porque me haría igual de mal a mi que a ella.

—Aah, no puedo creer que llegaría a ver el día en que cumplieras treinta— agarro su rostro con ambas manos y la acercó a mí —. ¿Son esas nuevas arrugas? Como que te veo más canas que ayer, ¿qué opinas Fabi?

Lo miro por sobre mi hombro, él asiente con una sonrisa amplia. Eli hace una mueca y me aleja con un manotazo juguetón.

—No te olvides de que vas para el mismo lado— apunta a su hermano, que ya tiene algunas canas escondidas entre su cabellera —, y que tú ya los cumpliste.

—A mi no me importa, la edad es algo mental.

Hace una mueca despreciativa y luego se sienta en el taburete para vernos cocinar, debido a que es su cumpleaños nosotros estamos encargados de la cocina y preparar todo para el almuerzo, pero Eli nos proporciona buena música y una conversación ligera que hace que el tiempo vuele y de la nada han llegado sus papás y estamos sirviendo la comida.

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