Traición en el Altar, Venganza en la Cocina

Traición en el Altar, Venganza en la Cocina

Gavin

5.0
calificaciones
273
Vistas
16
Capítulo

El olor a cebolla y cilantro frito, una nube de vapor que salía de mi puesto, "Tacos La Revancha". Mi vida era sencilla, de trabajo duro, sanando las heridas de una traición pasada. Pero la paz se hizo añicos cuando él apareció. Alejandro Castillo. El hombre que me dejó plantada en el altar hace cuatro años, el mismo que huyó al extranjero con un mensaje de texto. Mi corazón se llenó de furia, el recuerdo de la vergüenza y el dolor punzando como una herida abierta. Él estaba ahí, arrogante y encantador, como siempre. "Vine a buscarte", dijo, como si nada hubiera pasado. Me reí sin alegría. "¿Tan tarde vienes? La iglesia ya cerró". Pero el golpe verdadero no vino de él, sino de su abuela, Doña Elena, una matriarca de la alta sociedad. Me informó que existía un pacto antiguo entre nuestras familias: una boda. ¡Una boda! ¡Con el hombre que me traicionó! Y si me negaba, los Sandoval, una familia de rivales, destruirían el negocio de mi padre. No era una sugerencia, sino una orden. O casarme o verlo todo desaparecer. Conocía la amargura de la traición, pero esta vez, sentía una rabia fría. No podía ser un peón en sus juegos. Lo miré y le dije: "No me has perdido, Alejandro, porque nunca me has tenido". Ahí fue cuando lo decidí. Si este matrimonio forzado era un juego, yo pondría las reglas. Sería un espectáculo, una farsa empalagosa, tan extravagante que todos, incluida su abuela, rogarían por anular el compromiso. Esto no era amor, era mi venganza.

Introducción

El olor a cebolla y cilantro frito, una nube de vapor que salía de mi puesto, "Tacos La Revancha".

Mi vida era sencilla, de trabajo duro, sanando las heridas de una traición pasada.

Pero la paz se hizo añicos cuando él apareció.

Alejandro Castillo.

El hombre que me dejó plantada en el altar hace cuatro años, el mismo que huyó al extranjero con un mensaje de texto.

Mi corazón se llenó de furia, el recuerdo de la vergüenza y el dolor punzando como una herida abierta.

Él estaba ahí, arrogante y encantador, como siempre.

"Vine a buscarte", dijo, como si nada hubiera pasado.

Me reí sin alegría. "¿Tan tarde vienes? La iglesia ya cerró".

Pero el golpe verdadero no vino de él, sino de su abuela, Doña Elena, una matriarca de la alta sociedad.

Me informó que existía un pacto antiguo entre nuestras familias: una boda.

¡Una boda! ¡Con el hombre que me traicionó!

Y si me negaba, los Sandoval, una familia de rivales, destruirían el negocio de mi padre.

No era una sugerencia, sino una orden.

O casarme o verlo todo desaparecer.

Conocía la amargura de la traición, pero esta vez, sentía una rabia fría.

No podía ser un peón en sus juegos.

Lo miré y le dije: "No me has perdido, Alejandro, porque nunca me has tenido".

Ahí fue cuando lo decidí.

Si este matrimonio forzado era un juego, yo pondría las reglas.

Sería un espectáculo, una farsa empalagosa, tan extravagante que todos, incluida su abuela, rogarían por anular el compromiso.

Esto no era amor, era mi venganza.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
Renacer de salto de puente

Renacer de salto de puente

Romance

5.0

Mi médico suspiró, confirmando lo inevitable: mi leucemia estaba en etapa terminal, y yo solo anhelaba la paz de la muerte. Para mí, morir no era una pena, sino la única liberación de una culpa que nadie, excepto él, entendía. Luego, mi teléfono sonó, y la voz fría de Mateo Ferrari, mi jefe y antiguo amor, me arrastró de nuevo a un purgatorio autoimpuesto. Cinco años atrás, en los viñedos de Mendoza, su hermana y mi mejor amiga, Valeria, me empujó por la ventana para salvarme de unos asaltantes. Su grito y el sonidFmao de un disparo resonaron mientras huía, y cuando la policía me encontró, Mateo me sentenció con un odio helado: "Tú la dejaste morir. Es tu culpa." Desde entonces, cada día ha sido una expiación, una condena silenciosa bajo la crueldad de Mateo. Él me humillaba, me obligaba a beber hasta que mi cuerpo dolía, disfrutando mi sufrimiento como parte de esa penitencia interminable. Mi existencia se consumía bajo su sombra, una lenta autodestrucción en busca del final. La leucemia era solo el último acto de esta tragedia personal, la forma final de un pago que creía deber. ¿Por qué yo había sobrevivido para cargar con esta culpa insoportable y el odio de quienes una vez amé? Solo ansiaba el final, la paz que la vida me había negado, el perdón de Valeria. Una noche, tras una humillación brutal, una hemorragia masiva me llevó al borde de la muerte. Sin embargo, el rostro angustiado de mi amigo Andrés, y la inocencia de una niña que lo acompañaba, Luna, me abrieron una grieta de luz inesperada. ¿Podría haber una promesa más allá de la muerte, una oportunidad para el perdón y una nueva vida que no fuera de expiación?

Después de que me dejó, me convertí en su madrastra

Después de que me dejó, me convertí en su madrastra

Urban romance

5.0

La tarde en que Ricardo regresó, el sol implacable bañaba los impecables jardines de la mansión Vargas, casi tan cegador como el traje de lino blanco que él vestía. Un deportivo, escandaloso y ostentoso como su dueño, derrapó sobre la grava, soltando a una mujer pálida y frágil, aferrada a él como si su vida dependiera de ello: Camila Soto, la influencer desaparecida. Los vi entrar por el ventanal, sin invitación, como si la casa aún les perteneciera, ignorando a una Lupe que intentaba detenerlos. "Vengo a verla a ella," dijo él, su sonrisa torcida, esa misma sonrisa de hace tres años cuando me dejó plantada en el altar, diciendo que buscaba su «espíritu» en un rancho. "Sofía," espetó, su voz cargada de una autoridad inexistente, "veo que sigues aquí, como una buena perra fiel esperando a su amo." Luego, Ricardo se desplomó en el sofá de cuero de Alejandro, su padre, y dijo: "Hemos vuelto para quedarnos." Mi corazón no tembló, solo una fría calma, la calma de quien espera una tormenta anunciada, porque sabía que él no era el rey, y yo ya no era la ingenua que él había abandonado. Él no sabía que, con Alejandro, había encontrado dignidad, un hogar y un amor profundo que sanó las heridas de su traición. Me di la vuelta para ir a la cocina, con sus miradas clavadas en mi espalda, pensando que yo seguía siendo la misma Sofía. Pero justo en ese momento, una pequeña figura se lanzó hacia mí, riendo a carcajadas. "¡Mami, te encontré!" Un niño de dos años, con el cabello oscuro y los ojos brillantes de Alejandro, se abrazó a mi pierna, ajeno a la gélida tensión que se cernió sobre el salón. "Mami," preguntó con su vocecita clara, "¿Quiénes son?"

La Furia de una Mujer Engañada

La Furia de una Mujer Engañada

Moderno

5.0

Cuando desperté, el olor a desinfectante me golpeó, y las paredes blancas del hospital reflejaban el vacío de mi vientre. Una vez más, el doctor pronunció esas palabras devastadoras. "Señora Rojas, lo lamento mucho. Hicimos todo lo que pudimos, pero no logramos salvar al bebé" . Era mi séptimo aborto espontáneo, siete pequeñas vidas que se habían ido, y mi corazón ya no podía sentir más dolor. Ricardo, mi esposo, llegó corriendo, su rostro una máscara de angustia, y yo me apoyé en él, buscando consuelo. "Shhh, no digas nada. No es tu culpa, mi amor. Descansa, yo me encargo de todo" , susurró con voz tranquilizadora. Pero entonces, a través de la puerta entreabierta, escuché su voz, no la de mi amoroso esposo, sino una llena de alegría y emoción contenida. "Valeria, mi amor, todo salió perfecto. Se lo creyó todo" . Mi respiración se detuvo, un escalofrío helado me recorrió, Valeria Solís, su asistente. "Sí, el séptimo. Justo como lo planeamos. El doctor Ramírez es un genio, el 'accidente' fue impecable" . Planearon… ¿un accidente? Luego lo escuché, con una frialdad repugnante, llamar a nuestros hijos no nacidos… "engendros" . "Ya hablé con Ramírez. Le dije que necesitamos una solución permanente. Una histerectomía. Dijo que puede hacer que parezca una complicación necesaria por el último aborto" . Ricardo, el hombre al que amaba, el que había compartido mi vida durante diez años, había asesinado a mis siete hijos. Él y su amante, Valeria Solís, me lo habían quitado todo. Pero las lágrimas que ahora brotaban no eran de tristeza, eran de rabia y de una promesa silenciosa: iban a pagar.

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro