Estéril Es Tu Mentira

Estéril Es Tu Mentira

Gavin

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Capítulo

El aroma a mole de olla recién hecho llenaba "Corazón de Maíz", mi restaurante con estrella Michelin. Esa noche, el éxito era más dulce por el secreto en mi bolsillo: dos boletos a París para celebrar cinco años con Sofía, mi esposa, a quien creía "estéril" por un diagnóstico devastador. Llegué a su apartamento parisino con un ramo de peonías, soñando con su cara de sorpresa. Pero la sorpresa fue mía: Sofía estaba ahí, con una máscara de pánico y un vientre ¡de seis meses de embarazo! "¿Armando? ¿Qué... qué haces aquí?", susurró, y mi mundo se derrumbó con el ruidoso golpe de las flores al caer. "¿Estás embarazada? ¿Mi esposa estéril?", espeté, pateando las flores en el pasillo mientras ella confirmaba lo impensable. "Nunca fui estéril. Falsifiqué el diagnóstico. No quería hijos, mi carrera despegaba." Cada palabra era un puñal. Y el bebé no era mío. Era de un tal Ricardo Mendoza, un torero, un exnovio. "¿Altruismo? ¡Estás loca! ¡Estás gestando el hijo de otro!", intenté gritarle, pero la rabia me ahogaba. Su argumento de "acto noble" me revolvió las entrañas, mientras mi cerebro intentaba procesar la monumental traición de los últimos cinco años. "O te deshaces de ese niño ahora, o nos divorciamos. Elige", solté, y su pánico se hizo evidente. De repente, un ruido metálico en la puerta: una llave, y apareció Ricardo, el torero, besando su vientre y luego sus labios. "¿Qué haces aquí, Robles? ¿Viniste a prepararnos la cena?", me dijo, con arrogancia, como si yo no existiera. La furia me cegó. "¡Voy a matarte, hijo de puta!", grité, y en ese instante, Sofía me empujó, ¡protegiéndolo a él! Mi puño se estrelló contra su mandíbula. El caos estalló. Él, el "enfermo terminal", me amenazó con hundirme. Justo cuando estaba a punto de golpearlo de nuevo, la policía irrumpió. Ricardo y Sofía, actuando como víctimas, me arrojaron a la cárcel. "Él es mi esposo, pero Ricardo y yo estamos juntos. Armando se volvió loco", declaró Sofía, y me convertí en el villano de su historia. En la celda, una idea se forjó: el verdadero poder no era el dinero ni la fama, sino quienes los controlaban. Había una pieza clave que ellos no esperaban. "No voy a pagarle ni un centavo", le dije al detective. Estaba harto de ser el perdedor. "Lo siento, Armando. Todo se salió de control", me dijo Sofía al día siguiente, pálida y arrepentida. "¿Se salió de control? ¿O simplemente siguió el guion que ustedes escribieron?", le espeté. Pero luego, una sonrisa fría: "Necesitamos hablar. Los tres. En un lugar neutral. Mañana." Ricardo, con aire de magnate, me ofreció un cheque con ceros infinitos para que desapareciera. Lo rompí en pedazos. "Qué generoso para un hombre que se está muriendo", le dije. "Nos falta una persona. La más importante, la que realmente tiene el poder aquí. La que paga por tus cigarros cubanos, Ricardo." Y justo entonces, la puerta de la suite se abrió, revelando a Isabella Vargas, la esposa de Ricardo, "La Viuda Negra".

Introducción

El aroma a mole de olla recién hecho llenaba "Corazón de Maíz", mi restaurante con estrella Michelin.

Esa noche, el éxito era más dulce por el secreto en mi bolsillo: dos boletos a París para celebrar cinco años con Sofía, mi esposa, a quien creía "estéril" por un diagnóstico devastador.

Llegué a su apartamento parisino con un ramo de peonías, soñando con su cara de sorpresa.

Pero la sorpresa fue mía: Sofía estaba ahí, con una máscara de pánico y un vientre ¡de seis meses de embarazo!

"¿Armando? ¿Qué... qué haces aquí?", susurró, y mi mundo se derrumbó con el ruidoso golpe de las flores al caer.

"¿Estás embarazada? ¿Mi esposa estéril?", espeté, pateando las flores en el pasillo mientras ella confirmaba lo impensable.

"Nunca fui estéril. Falsifiqué el diagnóstico. No quería hijos, mi carrera despegaba." Cada palabra era un puñal.

Y el bebé no era mío. Era de un tal Ricardo Mendoza, un torero, un exnovio.

"¿Altruismo? ¡Estás loca! ¡Estás gestando el hijo de otro!", intenté gritarle, pero la rabia me ahogaba.

Su argumento de "acto noble" me revolvió las entrañas, mientras mi cerebro intentaba procesar la monumental traición de los últimos cinco años.

"O te deshaces de ese niño ahora, o nos divorciamos. Elige", solté, y su pánico se hizo evidente.

De repente, un ruido metálico en la puerta: una llave, y apareció Ricardo, el torero, besando su vientre y luego sus labios.

"¿Qué haces aquí, Robles? ¿Viniste a prepararnos la cena?", me dijo, con arrogancia, como si yo no existiera.

La furia me cegó. "¡Voy a matarte, hijo de puta!", grité, y en ese instante, Sofía me empujó, ¡protegiéndolo a él!

Mi puño se estrelló contra su mandíbula. El caos estalló. Él, el "enfermo terminal", me amenazó con hundirme.

Justo cuando estaba a punto de golpearlo de nuevo, la policía irrumpió. Ricardo y Sofía, actuando como víctimas, me arrojaron a la cárcel.

"Él es mi esposo, pero Ricardo y yo estamos juntos. Armando se volvió loco", declaró Sofía, y me convertí en el villano de su historia.

En la celda, una idea se forjó: el verdadero poder no era el dinero ni la fama, sino quienes los controlaban. Había una pieza clave que ellos no esperaban.

"No voy a pagarle ni un centavo", le dije al detective. Estaba harto de ser el perdedor.

"Lo siento, Armando. Todo se salió de control", me dijo Sofía al día siguiente, pálida y arrepentida.

"¿Se salió de control? ¿O simplemente siguió el guion que ustedes escribieron?", le espeté.

Pero luego, una sonrisa fría: "Necesitamos hablar. Los tres. En un lugar neutral. Mañana."

Ricardo, con aire de magnate, me ofreció un cheque con ceros infinitos para que desapareciera.

Lo rompí en pedazos. "Qué generoso para un hombre que se está muriendo", le dije.

"Nos falta una persona. La más importante, la que realmente tiene el poder aquí. La que paga por tus cigarros cubanos, Ricardo."

Y justo entonces, la puerta de la suite se abrió, revelando a Isabella Vargas, la esposa de Ricardo, "La Viuda Negra".

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Tentu, saya akan menambahkan POV (Point of View) ke setiap bab sesuai dengan permintaan Anda, tanpa mengubah format atau konten lainnya. Gabriela POV: Durante cinco años crié al hijo de mi esposo como si fuera mío, pero cuando su ex regresó, el niño me gritó que me odiaba y que prefería a su "tía Estrella". Leandro me dejó tirada y sangrando en un estacionamiento tras un accidente, solo para correr a consolar a su amante por un fingido dolor de cabeza. Entendí que mi tiempo había acabado, así que firmé la renuncia total a la custodia y desaparecí de sus vidas para siempre. Para salvar la imprenta de mi padre, acepté ser la esposa por contrato del magnate Leandro Angulo. Fui su sombra, la madre sustituta perfecta para Yeray y la esposa invisible que mantenía su mansión en orden. Pero bastó que Estrella, la actriz que lo abandonó años atrás, chasqueara los dedos para que ellos me borraran del mapa. Me humillaron en público, me despreciaron en mi propia casa y me hicieron sentir que mis cinco años de amor no valían nada. Incluso cuando Estrella me empujó por las escaleras, Leandro solo tuvo ojos para ella. Harta de ser el sacrificio, les dejé los papeles firmados y me marché sin mirar atrás. Años después, cuando me convertí en una autora famosa y feliz, Leandro vino a suplicar perdón de rodillas. Fue entonces cuando descubrió la verdad que lo destrozaría: nuestro matrimonio nunca fue legal y yo ya no le pertenecía.

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