El Secreto de la Bodega Maldita

El Secreto de la Bodega Maldita

Gavin

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Mi nombre es Javier, hijo mayor del alcalde en un tranquilo pueblo vinícola riojano. Uno esperaría respeto; yo, solo he conocido una maldición. Cada prometida que amo me abandona tras un rito en la misteriosa "Bodega del Santo Patrón". Entran esperanzadas, salen rotas, llenas de pánico y repulsión, susurrando que soy un demonio. Mi padre y hermanos me castigan y humillan sin cesar, convirtiéndome en el monstruo del pueblo. Busco ayuda en mi tía Inés, luego en la policía, y hasta en mi abuelo, un célebre periodista. Pero tras visitar la bodega, cada uno de ellos me rechaza con la misma mirada de asco, convencidos de mi depravación, hasta el punto de forzarme a un "suicidio purificador". ¿Qué verdad horrible esconde esa bodega que convierte el amor en odio, y a mis seres queridos en verdugos? ¿Soy realmente un depravado, un monstruo ignoto para mí mismo? La confusión y el dolor me consumen. Tras sobrevivir a la caída y fingir locura para escapar a un psiquiátrico, no hay vuelta atrás. Ahora ya no huyo; voy a desenterrar lo que sea que se oculte en ese lugar maldito. Y sospecho que mi primera prometida, Sofía, desaparecida hace años, guarda la clave de este infierno.

Introducción

Mi nombre es Javier, hijo mayor del alcalde en un tranquilo pueblo vinícola riojano. Uno esperaría respeto; yo, solo he conocido una maldición.

Cada prometida que amo me abandona tras un rito en la misteriosa "Bodega del Santo Patrón". Entran esperanzadas, salen rotas, llenas de pánico y repulsión, susurrando que soy un demonio.

Mi padre y hermanos me castigan y humillan sin cesar, convirtiéndome en el monstruo del pueblo. Busco ayuda en mi tía Inés, luego en la policía, y hasta en mi abuelo, un célebre periodista. Pero tras visitar la bodega, cada uno de ellos me rechaza con la misma mirada de asco, convencidos de mi depravación, hasta el punto de forzarme a un "suicidio purificador".

¿Qué verdad horrible esconde esa bodega que convierte el amor en odio, y a mis seres queridos en verdugos? ¿Soy realmente un depravado, un monstruo ignoto para mí mismo? La confusión y el dolor me consumen.

Tras sobrevivir a la caída y fingir locura para escapar a un psiquiátrico, no hay vuelta atrás. Ahora ya no huyo; voy a desenterrar lo que sea que se oculte en ese lugar maldito. Y sospecho que mi primera prometida, Sofía, desaparecida hace años, guarda la clave de este infierno.

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El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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