Renacer a Tu Lado Para Siempre

Renacer a Tu Lado Para Siempre

Gavin

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Capítulo

Mi sentencia de muerte se cernía sobre mí, solo unos pocos meses de vida. Lo último que esperaba era ver su rostro de nuevo en la portada de una revista de sociedad: Mateo Vargas, mi antiguo amor, el hombre que me destruyó, regresando a Bogotá para su boda. El contraste entre mi fatal diagnóstico y su celebración de vida era brutal, insoportable. Desesperada por un último adiós, confronté a Mateo y, no sin remordimientos, usé un oscuro secreto familiar como chantaje: un video de los negocios sucios de su padre. Lo obligué a pasar sus últimos dos meses antes de la boda conmigo, anhelando que el amor que creí que existió entre nosotros resurgiera. Pero lo que obtuve fue un infierno. Su abuela, en su lecho de muerte, le arrancó una promesa cruel: nunca estar con una "Rojas". Isabella, su prometida, tejió una red de engaños, me acusó de envenenamiento y contrató matones que me golpearon brutalmente. Y Mateo, el hombre que una vez me juró amor, filtró una foto íntima nuestra, exponiéndome a la humillación pública. Cada día, mi cuerpo y mi espíritu se desmoronaban. ¿Cómo podía su corazón ser tan frío, tan lleno de desprecio, para alguien a quien prometió amar más que a nada? Moribunda y traicionada, fui apuñalada por aquel a quien una vez tendí la mano. Mi último aliento fue una llamada a su teléfono, mientras la marcha nupcial empezaba de fondo. Morí sola, con su indiferencia, sin que él supiera la verdad de mi enfermedad. Pero la muerte no fue mi final. Años después, sin una pizca de memoria de mi vida anterior, renací como Ana, inexplicablemente atraída de nuevo a su órbita. Hasta que un disparo, el de la pistola de su padre apuntando a Mateo, y la mención de mi antiguo nombre, hicieron que los horribles recuerdos regresaran en una ola de dolor. Ahora, ¿podrá el amor superar la traición y la tragedia, o el pasado nos condenará de nuevo?

Introducción

Mi sentencia de muerte se cernía sobre mí, solo unos pocos meses de vida.

Lo último que esperaba era ver su rostro de nuevo en la portada de una revista de sociedad: Mateo Vargas, mi antiguo amor, el hombre que me destruyó, regresando a Bogotá para su boda.

El contraste entre mi fatal diagnóstico y su celebración de vida era brutal, insoportable.

Desesperada por un último adiós, confronté a Mateo y, no sin remordimientos, usé un oscuro secreto familiar como chantaje: un video de los negocios sucios de su padre.

Lo obligué a pasar sus últimos dos meses antes de la boda conmigo, anhelando que el amor que creí que existió entre nosotros resurgiera.

Pero lo que obtuve fue un infierno.

Su abuela, en su lecho de muerte, le arrancó una promesa cruel: nunca estar con una "Rojas".

Isabella, su prometida, tejió una red de engaños, me acusó de envenenamiento y contrató matones que me golpearon brutalmente.

Y Mateo, el hombre que una vez me juró amor, filtró una foto íntima nuestra, exponiéndome a la humillación pública.

Cada día, mi cuerpo y mi espíritu se desmoronaban.

¿Cómo podía su corazón ser tan frío, tan lleno de desprecio, para alguien a quien prometió amar más que a nada?

Moribunda y traicionada, fui apuñalada por aquel a quien una vez tendí la mano.

Mi último aliento fue una llamada a su teléfono, mientras la marcha nupcial empezaba de fondo.

Morí sola, con su indiferencia, sin que él supiera la verdad de mi enfermedad.

Pero la muerte no fue mi final.

Años después, sin una pizca de memoria de mi vida anterior, renací como Ana, inexplicablemente atraída de nuevo a su órbita.

Hasta que un disparo, el de la pistola de su padre apuntando a Mateo, y la mención de mi antiguo nombre, hicieron que los horribles recuerdos regresaran en una ola de dolor.

Ahora, ¿podrá el amor superar la traición y la tragedia, o el pasado nos condenará de nuevo?

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5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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