Renacer de un Engaño

Renacer de un Engaño

Gavin

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Mateo Vargas se dirigía a Valle de Bravo con una rara orquídea, cargado de esperanza, pues su prometida Sofía, supuestamente, estaba allí internada por una grave enfermedad degenerativa. Pero al llegar al lujoso resort que ella llamaba "clínica", unas risas y unas palabras despreocupadas de Sofía, su amiga Isa y un tal Leo Montes, destrozaron su mundo revelando una cruel verdad. Escuchó con horror cómo Sofía confesaba que su "enfermedad" era una farsa, una "excusa" para unas vacaciones previas a la boda, un "último aliento de libertad" lejos de su "predecible" prometido, mientras alardeaba de que él, "un tonto", siempre regresaría, y más tarde, su amante, un artista manipulador, le provocó una caída que destrozó su mano. El corazón de Mateo se hizo pedazos: ¿cómo pudo ser tan ingenuo, cómo la mujer que creyó amar con tanta pureza podía ser tan calculadora y cruel? En un hospital, donde Sofía se quejó de sus propias "crisis nerviosas" mientras su mano herida sangraba, Mateo tomó la decisión final: el hombre que había sido estaba muerto, renacería como Martín Herrera, un nombre sin pasado, sin ella, en una vida nueva al otro lado del mundo.

Introducción

Mateo Vargas se dirigía a Valle de Bravo con una rara orquídea, cargado de esperanza, pues su prometida Sofía, supuestamente, estaba allí internada por una grave enfermedad degenerativa.

Pero al llegar al lujoso resort que ella llamaba "clínica", unas risas y unas palabras despreocupadas de Sofía, su amiga Isa y un tal Leo Montes, destrozaron su mundo revelando una cruel verdad.

Escuchó con horror cómo Sofía confesaba que su "enfermedad" era una farsa, una "excusa" para unas vacaciones previas a la boda, un "último aliento de libertad" lejos de su "predecible" prometido, mientras alardeaba de que él, "un tonto", siempre regresaría, y más tarde, su amante, un artista manipulador, le provocó una caída que destrozó su mano.

El corazón de Mateo se hizo pedazos: ¿cómo pudo ser tan ingenuo, cómo la mujer que creyó amar con tanta pureza podía ser tan calculadora y cruel?

En un hospital, donde Sofía se quejó de sus propias "crisis nerviosas" mientras su mano herida sangraba, Mateo tomó la decisión final: el hombre que había sido estaba muerto, renacería como Martín Herrera, un nombre sin pasado, sin ella, en una vida nueva al otro lado del mundo.

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5.0

Mi mano temblaba mientras firmaba los papeles del divorcio, un acto que sellaría el fin de mi matrimonio con Isabella y pondría en marcha un futuro incierto. Pero para mí, Ricardo Vargas, ese no era el final, sino el comienzo de una segunda oportunidad, un milagro inexplicable tras una pesadilla que ya había vivido una vez. Recordaba la ceguera de Isabella, su devoción absoluta por su hermana, Camila, y su sobrino mimado, Mateo, cómo mi hogar se convirtió en una fuente inagotable de recursos para ellos, mientras mi propia hija, Sofía, era ignorada. La imagen más dolorosa, la que me había despertado sudando frío, era la de mi pequeña Sofía, de solo cinco años, ardiendo en fiebre, luchando por respirar. Mientras yo, desesperado, llamaba a Isabella una y otra vez sin obtener respuesta; ella, como siempre, atendía los caprichos de su hermana. Cuando finalmente regresó a casa, ya era demasiado tarde: la vida de Sofía se había apagado en la soledad de su habitación, y con ella, el alma de Ricardo se había roto en mil pedazos. Ahora que el destino me había dado una segunda oportunidad, me di cuenta de que mi esposa ni siquiera conocía a su propia hija. Necesitaba una prueba, un ultimátum silencioso, y así se lo propuse a mi Sofía: "Cuando mamá llegue, si viene a verte a ti primero y te da un beso, nos quedaremos aquí todos juntos; pero si va primero a ver a tu primo Mateo, entonces tú y yo nos iremos de viaje, un viaje muy largo, solo nosotros dos, ¿estás de acuerdo?". Unos minutos después, el auto de Isabella se estacionó afuera y escuchamos su voz melosa y preocupada: "¡Camila! ¡Mateíto, mi vida! ¿Cómo están? Vine en cuanto me dijiste que el niño tenía tos". Y así, la traición se confirmó, fresca y punzante como la primera vez, mientras veía la silenciosa decepción en los ojitos de mi Sofía. En ese momento, la rabia crecía en mi interior, y me di cuenta de que Isabella no había cambiado; ella nunca cambiaría. No sabía que esta vez, yo sí lo haría.

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