Valeria nunca ha sido una mujer que busque riesgos. Su vida es estable, predecible y controlada... hasta que conoce a Alexander Wolfe, un empresario enigmático y peligroso, cuya sola presencia altera cada una de sus certezas.Él es el tipo de hombre que no pide permiso, sino que toma lo que quiere. Misterioso, dominante y con un magnetismo imposible de ignorar, Alexander le ofrece a Valeria una vida que nunca imaginó: una de placeres prohibidos, límites desafiados y deseos ocultos.Pero detrás de su encanto y su control absoluto, hay secretos oscuros. Secretos que podrían consumirla por completo.Valeria sabe que debería alejarse. Que estar cerca de él es un juego peligroso donde la única regla es rendirte o ser destruida.Sin embargo, cuando Alexander la mira con esos ojos intensos y le susurra promesas al oído, ¿cómo puede resistirse a caer?En un mundo donde el poder lo es todo, amar a un hombre como Alexander Wolfe podría ser su mayor perdición... o la tentación más irresistible.
-No, Valeria, no puedo ir -la voz de Elena suena congestionada al otro lado del teléfono-. Me siento fatal. No puedes decirme que no, por favor.
Miro la pantalla de mi laptop, llena de notas sobre mi ensayo final, y luego el reloj. Si salgo en diez minutos, llegaré justo a tiempo.
-No soy periodista, Elena. Apenas sé hacer preguntas inteligentes.
-No tienes que serlo. Solo usa la lista que preparé. Por favor, Val. Es Alexander Wolfe. No todos los días se entrevista a un multimillonario.
Alexander Wolfe. CEO de Wolfe Enterprises, un imperio tecnológico que ha revolucionado la industria en menos de una década. A sus treinta y dos años, es un hombre de negocios temido y respetado en el sector. Se dice que es brillante, meticuloso y un tanto... intimidante.
-Está bien, lo haré -suspiro, rindiéndome.
-Eres la mejor -tose-. Te debo una enorme.
No tengo idea de cuánto cambiará mi vida por acceder a este favor.
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Al llegar al rascacielos de Wolfe Enterprises, siento que el aire en mis pulmones se vuelve más denso. Las puertas de cristal giratorias se abren a un vestíbulo impecable, donde el mármol negro y las paredes de vidrio reflejan la luz artificial con una elegancia calculada. Hombres y mujeres de traje se mueven con prisa, algunos con teléfonos en mano, otros concentrados en documentos que parecen de vital importancia.
Me acerco al escritorio de recepción y una mujer de expresión impasible me observa desde detrás de la computadora.
-Tengo una cita con el señor Wolfe.
Ella asiente, hace una llamada breve y me indica que tome el ascensor hasta el último piso.
Cuando las puertas de acero se cierran, respiro hondo. No debería estar nerviosa. Es solo una entrevista. Un hombre exitoso al que veré una vez y nunca más.
Las puertas se abren con un sonido suave y me encuentro en un pasillo silencioso. Una asistente de rostro serio me espera junto a una enorme puerta de madera oscura.
-Espere aquí. El señor Wolfe la recibirá en breve.
Me deja sola. Respiro hondo y repaso las preguntas que Elena escribió en la libreta. Un minuto después, la puerta se abre.
-Señorita Morgan, adelante.
Entro y lo primero que veo es una pared de vidrio que ofrece una vista panorámica de la ciudad. Un hombre está de espaldas, con las manos en los bolsillos, observando los rascacielos.
-Señor Wolfe...
Él se gira y mi mundo se tambalea.
Es el tipo de hombre que haría que cualquiera olvidara su propio nombre. Alto, de traje oscuro hecho a medida, con un porte dominante y una elegancia contenida. Su cabello oscuro está perfectamente peinado, y su rostro... Dios. Ojos grises afilados, una mandíbula esculpida y una boca que parece haber sido creada para el pecado.
Mis dedos se aprietan alrededor de la libreta. Concéntrate, Valeria.
-Señorita Morgan -su voz es grave, precisa, sin un atisbo de emoción-. Siéntese.
Lo hago, sintiéndome diminuta en la enorme silla frente a su escritorio de vidrio. Su oficina es minimalista, impersonal. Nada en ella parece fuera de lugar, como si cada objeto hubiera sido calculado para proyectar control absoluto.
-Elena Carter no pudo asistir -digo, aclarando mi garganta-. Me pidió que la reemplazara.
-Lo sé. Me informaron -se reclina en su silla y entrelaza los dedos-. Comencemos.
Asiento rápidamente y hojeo la libreta, buscando la primera pregunta.
-Su compañía ha crecido exponencialmente en la última década. ¿Cuál considera que ha sido el mayor desafío en este proceso?
Me observa en silencio unos segundos antes de responder.
-Anticiparme a los problemas antes de que ocurran.
Espero que continúe, pero no lo hace. Su respuesta es breve, concisa, como si cada palabra estuviera calculada.
-¿Cómo maneja la presión de dirigir una empresa tan grande?
-La presión es relativa. Si controlas todas las variables, no existe.
Su mirada se fija en la mía con tanta intensidad que mi piel se estremece. Me siento expuesta, como si pudiera ver más allá de mis palabras, de mi postura, de mi respiración.
Resisto el impulso de desviar la mirada y sigo con las preguntas. Él responde con la misma precisión fría. Sin rodeos, sin adornos.
-¿Desde cuando supo que le interesaba el mundo empresarial ?-pregunte nerviosa.
-En realidad nunca me gusto, no me gustaba nada, queria ser un vago, sin futuro, pero seamos honestos, mi familia adoptiva no se merecía eso después de darme un hogar, asi que lo hice por los demas, aqui estoy siendo el hombre mas rico del país y el segundo del mundo-respondio con calma.
-¿Eres adoptado?-pregunte sorprendida
-Si, todo el mundo lo sabe, pero al parecer usted no.
Me tense y seguí con mis preguntas.
Cuando la entrevista termina, cierro mi libreta con las manos ligeramente temblorosas.
-Gracias por su tiempo, señor Wolfe.
Me levanto y camino hacia la puerta con más prisa de la necesaria.
Y entonces, mi torpeza decide hacer acto de presencia. Tropiezo con la alfombra y, antes de que pueda procesarlo, me inclino hacia adelante.
Unas manos firmes me sujetan por los brazos antes de que pueda caer.
-Ten más cuidado, Valeria.
Su voz es un murmullo grave contra mi oído. Sujeta mis brazos con fuerza, su contacto es cálido y firme a través de la tela de mi blusa.
Cuando me enderezo, nuestras miradas se encuentran de cerca. Sus ojos grises parecen atraparme en una burbuja donde el tiempo se detiene.
-L-Lo siento...
-No te preocupes.
Pero no me suelta de inmediato. Su pulgar se mueve apenas sobre mi muñeca antes de apartarse con elegancia.
-Hasta pronto, señorita Morgan.
No sé por qué, pero la forma en la que lo dice me deja un escalofrío recorriendo la espalda.
Algo me dice que ese no será nuestro último encuentro.
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