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En las redes del Ceo

En las redes del Ceo

Diegotkl

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5
Capítulo

Paloma Ferrer, una joven trabajadora de corazón inocente, emprende una búsqueda desesperada para encontrar a su padre biológico y obtener ayuda. En su camino, se encuentra con la enigmática familia Montiel, especialmente con Diego Montiel, un heredero CEO. Mientras Paloma lucha por sobrevivir y cuidar de sus dos hermanos, Diego se sumerge en un estilo de vida desenfrenado, centrado en fiestas y relaciones superficiales, ajeno a las responsabilidades familiares.Diego no cuenta con que su padre, quien conoció a la madre de Paloma en su juventud y fue su gran amor, decepcionado de su heredero, decidiera nombrarla a ella como su nueva heredera.¿Qué hará Diego para recuperar su fortuna?

Capítulo 1 1

Paloma,

Estoy agotada, física y emocionalmente, después de una extenuante jornada laboral. Anhelaba el confort del hogar, buscaba un respiro en mi santuario personal. No obstante, al abrir la puerta, la realidad me golpeó con fuerza. La casa estaba sumida en el caos: platos sucios formaban una torre inestable en el fregadero, el desorden se apoderaba de cada rincón. Aquella imagen me recordó lo arduo que es mantener la calma al encargarse de una familia, especialmente cuando el apoyo es escaso y la soledad se hace eco en cada rincón.

Hace cinco años, un trágico suceso cambió mi vida para siempre. Julio, mi ancla y figura paterna, falleció en un fatídico accidente automovilístico. Mi madre, incapaz de soportar la pérdida, sucumbió más tarde a una enfermedad cardíaca. En aquel momento, con apenas dieciséis años, me vi sumergida en la responsabilidad de cuidar de mis hermanos menores: Flor, una niña de seis años, y Julio, un preadolescente de doce.

Desde entonces, mi existencia ha estado marcada por el constante trajín de trabajar como mesera. No siento vergüenza alguna por este oficio honrado que me ha permitido sostener a mi familia. La secundaria se convirtió en una batalla que luché como pude; el sueño de la facultad quedó en pausa, víctima de las circunstancias implacables de la vida.

Al regresar a casa, me encuentro con la figura serena de mi abuela, reposando en el sofá. Su cabello oscuro y sus ojos verdes son un reflejo de la genética que compartimos. En ese instante, el sofá se convierte en un puerto seguro, un lugar donde la fatiga se encuentra con la calidez de la familia, aunque la realidad sea tan desafiante como un viento frío en pleno invierno.

-¡Hola!

-¿Ya te pagaron? -me pregunta mi abuela.

-No, abue, hasta la próxima semana; estoy agotada -me dejo caer en el sofá.

De repente, entra en escena uno de los chicos más atractivos que he tenido el placer de conocer: mi hermano Julio. Aunque guardo esa observación para mí misma, porque ya tiene esa seguridad que lo hace creerse merecedor de todos los elogios. A pesar de ser tres años menor que yo, su presencia se impone. Su estatura supera la mía, y no puedo evitar notar cómo se erige con una confianza que heredó de algún lugar profundo.

El cabello castaño de Julio enmarca su rostro de manera natural, y sus ojos oscuros, profundos como un pozo sin fondo, capturan la esencia de su personalidad. La similitud con nuestro padre es innegable, como si la genética hubiera trazado líneas que conectan generaciones. Su figura evoca recuerdos de tiempos más simples, cuando la risa y las travesuras eran moneda corriente en nuestro hogar. Ahora, él se para frente a mí, una encarnación viva de los vínculos familiares y la persistencia de la memoria.

-Te ves horrible -me besa en la mejilla.

-¿Fuiste a la escuela no?

-No, exactamente -bromea.

¿Qué haré con él?

-Déjame adivinar, ¿no había clases verdad, otra vez?

-Exacto.

-Ya dejen de discutir; cocina algo, no -me dice mi abuela.

La amo, pero es muy machista; siempre las mujeres deben hacer todo según ella. Su sueño es que yo deje de trabajar y me case con un rico. Río por dentro. Como si eso fuera a pasar.

-Ahora veo qué preparo -le digo.

Después de tomarme un breve respiro, me encaminé hacia la cocina. Aunque las opciones eran limitadas, estaba decidida a preparar algo; ese instinto lo heredé de mamá. Recuerdo cómo siempre se las arreglaba con lo que tenía a mano; su destreza en la cocina era casi mágica. Su ausencia se hacía más evidente en esos momentos de improvisación culinaria; oh, cómo la extraño.

Inmersa en mis pensamientos, siento un abrazo reconfortante por detrás. Es Flor, mi pequeña princesa.

Flor es la encarnación física de unión entre Julio y yo. Su cabello oscuro cae en suaves mechones, y sus ojos verdes reflejan la herencia genética que compartimos. Agradezco internamente que haya heredado mi personalidad, una mezcla de determinación y calma, a pesar de ser la menor. Me reconforta saber que no tendría que lidiar con dos hermanos rebeldes; Flor es el equilibrio que necesitamos en esta familia marcada por pérdidas y desafíos.

-No hay nada -me dice.

-Ahora inventamos algo, mi amor.

-Yo te ayudo.

-Ve a hacer tu tarea.

-Ya lo hice.

-Eso es, mi amor; tú debes estudiar mucho, no como el flojo de Julio -la besé en la mejilla.

Preparé arroz blanco con trozos de carne.

-Esto, Paloma -se queja mi abuela.

-No hay otra cosa, abue; mañana consigo dinero.

-Siempre lo mismo, maldita pobreza -se queja Julio.

-Entonces, estudia; así tendrás más oportunidades -le digo.

-Eso no sirve de nada.

-Julio, sabes que no pude seguir estudiando; tú sí puedes, aprovecha. Ya le dije varias veces que lo puedo apoyar, pero no quiere. No quiero que mis hermanos pasen por lo que yo pasé; sin estudios, me fue difícil conseguir un buen trabajo.

-No te gastes, Paloma. Ernesto otra vez preguntó por ti -me cambia de tema.

-Ni se te ocurra, Paloma -me regaña.

Otra vez el mismo asunto.

-Sabes que es un muerto de hambre, Paloma; mira lo bonita que eres, puedes tener a alguien mejor.

-No me interesa tener novio, ni Ernesto, ni nadie.

-A mí sí me gusta la comida -cambia de tema Flor; no la puedo amar más.

-A ti todo te gusta, mi amor -tan chiquita y es mi mayor apoyo.

Cerré la puerta tras de mí y me dirigí a mi santuario personal, mi habitación. El cansancio pesaba en cada músculo, pero antes de rendirme completamente, decidí sumergirme en el reconfortante abrazo del agua. Un baño relajante para liberar las tensiones acumuladas durante la jornada.

El sonido del agua cayendo suavemente fue como una melodía que disipaba la fatiga. Cada gota que tocaba mi piel llevaba consigo la promesa de un breve alivio. Me sumergí en ese pequeño oasis de tranquilidad, dejando que el calor del agua deshiciera los nudos invisibles que se formaban a lo largo del día.

Tras el baño, envuelta en la suavidad de una toalla, me encaminé hacia la cama. Esa cama, testigo silencioso de tantos días agotadores, se presentaba como mi refugio final. Cerrar los ojos y dejarme envolver por la oscuridad de la habitación era mi parte favorita del día.

El colchón acogedor recibió mi cuerpo con un suspiro de alivio. Cada músculo relajado, cada pensamiento disperso. Era el momento de rendirme a la serenidad nocturna, dejando atrás las preocupaciones del día. En ese instante, mi habitación se transformó en un oasis de paz, y la cama se convirtió en el puerto seguro donde la jornada agitada encontraba su merecido descanso.

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