Edik Brandwein
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Libro y Cuento de Edik Brandwein
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La Sombra de la Envidia
Gavin El chirrido de las llantas fue lo último que escuché.
Luego, un golpe seco y un dolor que me atravesó antes de la oscuridad total.
Mi último pensamiento: Javier, mi novio, con quien apenas horas antes había compartido nuestra felicidad en redes sociales.
Pero su imagen se mezcló con la cara de Daniela, mi mejor amiga, gritándome por teléfono:
"¡Sofía, eres una tonta! ¿No te das cuenta de que Javier solo juega contigo? ¡Te está engañando!"
Ella me envió un video borroso, un supuesto Javier entrando a un hotel con otra mujer.
Mi mundo se derrumbó.
Sin hablar con él, sin darle oportunidad de explicarse, terminé mi relación, ahogándome en el dolor de una traición orquestada por quien más confiaba.
Días después, Daniela, enfurecida porque Javier ni siquiera la miraba, me atacó.
"¡Si no es mío, no será de nadie, y tú me lo quitaste!"
Fue lo último que gritó antes de acelerar su coche y arrollarme.
Me dejó morir sola en el frío asfalto.
La traición, el dolor, el arrepentimiento… todo se mezcló en un último suspiro.
¿Cómo pude ser tan ingenua?
¿Cómo no vi el odio y la envidia en los ojos de quien consideraba mi hermana?
El engaño fue burdo, pero funcionó con mi mente nublada por la inseguridad.
Sentía una profunda injusticia, una confusión.
¿Por qué yo? ¿Por qué ella?
¿Por qué la vida me arrancó de esa manera?
Y entonces, desperté.
En mi cama, junto a Javier, en el mismo día del anuncio de nuestro noviazgo.
El universo, por alguna razón, me había dado una segunda oportunidad.
Esta vez, no sería la tonta ingenua.
Esta vez, yo tomaría el control de mi destino. Justicia en El Infierno
Gavin Mi nombre es Sofía Romero, y esta es la historia de mi muerte.
El día que San Miguel cayó, el cielo no lloró, se rompió en un aullido silencioso.
Mi pueblo no buscó respuestas en los cielos, me buscaron a mí.
Me culparon de todo: la plaga, la sequía, la invasión bárbara que nos destruyó.
En la plaza pública, ante los ojos de todos, mi propio hermano, el Príncipe Carlos, y mi prometido, Diego Mendoza, me sentenciaron.
No bastó con matarme.
Para apaciguar a la multitud, me desollaron viva. Sentí el frío del acero separando la piel de mis músculos, escuché los gritos, una mezcla de horror y alivio.
Con mis huesos, construyeron la Lámpara de las Almas; con mi piel, faroles.
Ahora estoy aquí, en el inframundo, un lugar gris y sin fin.
Mi alma, un retazo, es arrastrada ante el Juez. Las almas de mi pueblo susurran y me señalan.
"¡Castigo eterno para la traidora!"
"¡Que arda para siempre!"
Los gritos más fuertes vienen de Carlos y Diego.
"Hermana, si es que alguna vez puedo llamarte así, nos traicionaste a todos," me dice Carlos, su rostro lleno de odio.
"Cada vida perdida pesa sobre tu conciencia, Sofía," añade Diego, "tu castigo apenas comienza."
Pero el Juez del Inframundo golpea su mazo.
"El Espejo del Pasado revelará la verdad," su voz retumba.
Un espejo de plata líquida aparece. Muestra el palacio de San Miguel, hace muchos años. Una niña flaca, yo, volviendo a casa con mi hermano.
"Sofía, mi pequeña hermana, te encontré," dice Carlos, abrazándome, "Nunca más dejaré que nada te pase, te protegeré siempre."
¿Protección? ¡Qué fácil es hablar de protección cuando eres el verdugo!
En la siguiente imagen, una trampa de la supuesta "dulce" Aurora Vargas, a quien Diego defendió, me obliga a humillarme ante el Príncipe Bárbaro. ¿Valió la paz lograda con tanta humillación?
La verdad es un veneno que todos temen. Pero yo no, yo la mostraré. Precio Que Pago Para Libertad
Gavin Era el día de mi libertad. Acabábamos de pagar la última cuota de la mezcalería familiar, y al fin, después de años de soportar humillaciones insoportables, era libre.
Entonces, la puerta se abrió de golpe y mi jefa, Luciana Salazar, me ordenó salir en medio de una tormenta infernal para conseguir una pomada especial para su amante, Iván, que solo tenía un rasguño.
Mi vida se convirtió en un infierno de burlas, agresiones y desprecio; me quemaron, me hirieron, se rieron de mí, y me robaron lo único que me quedaba de mi abuela.
Pero el golpe final llegó cuando Iván me apuñaló con un agitador de cócteles, y Luciana, sin dudarlo, me echó de su hacienda, creyendo su mentira y sin darme la oportunidad de explicarme.
¿Cómo era posible que mi dolor y mi sacrificio, todo lo que había aguantado por ella, no valiera nada frente a una mentira tan obvia?
Mientras me desangraba, me juré que esta era la última vez que alguien me pisotearía, y que este dolor sería el precio justo por mi verdadera libertad. Mi Venganza Nace del Amor Roto
Gavin Hoy, mi algoritmo "Anima Conexión" debía elegir a mi socio.
En mi vida pasada, este mismo día fue el inicio de mi infierno. Lo manipulé para que Ricardo Montemayor, el hombre que yo amaba con locura, fuera el elegido.
Juntos construimos un imperio, solo para que él me despidiera y me humillara públicamente, acusándome de ser una farsante.
"¡Por tu culpa, Sofía tuvo que casarse con otro y sufrir! ¡Ella era el amor de mi vida y tú te interpusiste con tus trucos! ¡Ahora paga por tus pecados!" me escupió, revelando su traición.
Lo perdí todo: mi empresa, mi fortuna, mi dignidad. Morí sola, con el corazón roto, mientras Ricardo y Sofía anunciaban su compromiso.
¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo mi amor pudo cegarme ante su verdadera naturaleza?
Pero el destino, o la energía de mi abuela, me dio una segunda oportunidad. Desperté de nuevo, con todos los recuerdos intactos. Esta vez, "Anima Conexión" elegiría libremente.
Ricardo volvió a aparecer, tan arrogante como siempre. "Todos aquí sabemos que yo soy la única opción lógica. Saltémonos el teatro y anuncia mi nombre."
Pero ya no era la misma Ximena. Mi algoritmo estaba listo para revelar la verdad, y yo, para enfrentarme a mi pasado. Ojos Robados, Corazón Roto
Gavin Corrí por los pasillos estériles del hospital, con el corazón desbocado.
Después de semanas de oscuridad, Ricardo, el amor de mi vida, por fin había despertado.
Al llegar a su puerta, grité su nombre, las lágrimas de felicidad nublando mi vista.
Pero en la habitación, junto a mi prometido, estaba Isabel, la hija de una de las familias más ricas de la ciudad, con una sonrisa de triunfo.
«¿Quién eres tú?», me soltó Ricardo, con una voz helada que no reconocí.
Luego de 15 años juntos, me miraba con mis propios ojos, los ojos que le doné para que pudiera volver a ver.
«Mi prometida está aquí, aléjate», añadió, y mi mundo se vino abajo.
Isabel, con falsa compasión, me dijo: «Sé que siempre te ha gustado Ricardo, pero eres solo una sirvienta de nuestra casa. Por favor, no lo molestes».
«¿Sirvienta?», susurré, confundida.
Su madre, con una risa cruel, sentenció: «Mi hijo jamás se comprometería con alguien como tú. Isabel es su prometida, ella le donó las córneas».
La hermana de Ricardo añadió: «Eres una trepadora. Pensaste que con el accidente podrías aprovecharte. La gente como tú siempre tiene su lugar. Y el tuyo no es aquí».
La humillación me quemaba. Me habían robado a mi hombre, mi sacrificio, mi identidad.
«¡No! ¡Eso es mentira! ¡Yo le doné mis ojos! ¡Ricardo, tienes que recordarme!», grité.
Pero su madre ordenó a seguridad que me sacaran al grito de: «¡Vuelve a la mansión ahora mismo! ¡Tienes que preparar la cena! ¡Es lo único para lo que sirves!».
Él solo me miró con indiferencia mientras me arrastraban fuera, rompiéndome el corazón.
Atrapada en esa mansión, me obligaron a cocinar para los que me habían destruido.
Un día, Isabel derramó té caliente sobre mí y Laura, su hermana, me empujó contra la estufa.
Yo, con la piel ardiendo, susurré: «Por favor, necesito algo para la quemadura».
Laura se rio: «Deberías estar agradecida de tener un techo. Limpia ese desastre. Ricardo tiene hambre».
«Por favor, solo déjame hablar con él. Él me escuchará», supliqué.
Entonces, Laura me empujó de nuevo, y mi mano chocó con la olla caliente.
«¡Ya basta!», gritó una voz, era Ricardo, con el ceño fruncido.
Isabel y Laura mintieron, diciendo que me había quemado sola y que estaba obsesionada.
Él se acercó y, sin dudarlo, me soltó: «No sé quién eres, pero ya me cansé de tus mentiras y tu escándalo. Isabel es la mujer que amo. Tú no eres nadie».
Me agarró el brazo herido.
«No vuelvas a molestar a mi familia».
Me soltó con un empujón.
El hombre que me prometió amor eterno, me trataba como basura.
Ese día, mientras limpiaba, vi cómo desenterraban los cactus, el símbolo de nuestro amor.
«¡No! ¡Deténganse! ¡Son míos!», grité, defendiéndolos.
Isabel se burló: «Nada en esta casa es tuyo. Eres una empleada. Quítate o te despido».
Ricardo apareció y, con rabia, empezó a arrancar los cactus con sus propias manos.
Me lanzó uno, las espinas se incrustaron en mi brazo.
«¡No quiero volver a ver tu cara en esta casa!», me gritó.
«Lárgate. Estás despedida», sentenció Isabel.
Me arrojaron mis cosas a la calle. Me quedé allí, en la acera, arrodillada, mi vida reducida a cenizas y espinas.
¿Cómo pude perderlo todo por la amnesia de él y la malicia de ellos?
Debería haber muerto en ese terremoto.
Un día mi esposo me amó, me adoró, y al día siguiente me golpeó y me echó a la calle.
Me encontró Eduardo, el primo de Ricardo. Me miró con compasión, curó mis heridas.
«Cásate conmigo», me dijo. «Te protegeré. Nadie volverá a lastimarte».
Asentí, sin entender aún por qué.
Pero esa noche, Ricardo encontró algo que podría cambiarlo todo: un viejo álbum lleno de fotos nuestras. El Costo de la Codicia: Una Segunda Oportunidad
Gavin En mi vida pasada, morí apuñalada en el frío suelo de la bodega familiar.
La cuchilla de podar se clavó en mi costado, y la sangre manchó las piedras, tan roja como el vino que tanto amaba.
Mientras mi vida se escapaba, vi a mi prima Isabel susurrarle a Javier, mi prometido, con una sonrisa torcida.
«Sofía, fue Javier quien les dijo que tu tratamiento era una estafa. Dijo que solo querías venderles productos caros», me confesó ella, antes de dejarme morir sola.
El dolor era inmenso, pero la traición me helaba hasta los huesos: Javier, mi prometido, y mi propia prima.
Me culparon, me empujaron, por haber salvado las viñas de los García con mi caro tratamiento orgánico, mientras Isabel prometía una solución barata y rápida con químicos.
Pero esos químicos arrasaron las viñas, contaminaron la tierra y destruyeron todo.
¿Cómo pudimos ser tan ciegos? ¿Cómo mi propia familia y el hombre que amaba me entregarían a la muerte por avaricia y envidia?
Ahora, abro los ojos, de vuelta en el mismo día, justo cuando los García suplican mi ayuda por la misma plaga. ¡Pero esta vez, no caeré en la misma trampa! De Ahogada a Amada: Una Segunda Oportunidad
Gavin Entré al Registro Civil, lista para hacer pedazos mi solicitud de matrimonio. Se había acabado.
Horas antes, había despertado en la cama de un hospital. Mi prometido, Alejandro, estaba a mi lado, con una máscara de fastidio en el rostro. Me ordenó que le pidiera perdón a Kenia, la mujer que acababa de empujarme a un lago helado, casi matándome.
A través del agua turbulenta, había visto a Alejandro pasar nadando a mi lado, directo hacia Kenia, que fingía ahogarse. Él se creyó sus mentiras, acusándome de haberla atacado, a pesar de la herida que casi me cuesta la vida.
Ignoró mi dolor, mi sacrificio, mis años de lealtad. Todo por una mujer que ya lo había traicionado antes. Incluso usó mis propios valores en mi contra, diciéndome que debía "pensar en los demás antes que en mí".
Estaba cansada. Tan increíblemente cansada. El casi ahogamiento había sido un bautizo. Por fin lo entendí: no podía arreglar esto. No podía ganar su amor.
Cuando volví a casa, él ya le había dado a Kenia mi preciado té de hierbas, ese que usaba para mi dolor crónico. Luego me degradó a ser una invitada en mi propia casa, ordenándome que cocinara para ella. Era hora de quemar el último puente. Despertar en 1987: Mi Regla
Gavin Me desperté con el familiar olor a humedad y fracaso.
Era el 15 de abril de 1987, el día exacto en que mi infierno personal comenzó.
En mi vida anterior, este día, Ricardo, mi prometido y el hombre con el que me casaría en dos meses, me pediría que mi prima Sofía se quedara a vivir con nosotros.
Yo, la Elena tonta y sumisa, aceptaría sin dudar.
No sabía que ellos ya eran amantes, que Sofía, con su falsa inocencia, me robaría todo: mi trabajo, mi amor (si es que alguna vez fue real), mi dote. Me aislarían, me harían parecer loca.
Lo peor, el niño. Su hijo bastardo, el que me obligarían a criar como mío.
Morí sola, en la pobreza, viéndolos gozar la vida que me arrebataron.
Pero ya no más. Esta vez, era diferente.
Ricardo entró con una charola de desayuno, su sonrisa encantadora que antes me derretía, ahora me revolvía el estómago.
"Buenos días, mi amor. ¿Cómo amaneció la mujer más hermosa de Oaxaca?"
Sabía lo que vendría.
"Elena, necesito hablar contigo de algo importante."
Y soltó la bomba: Sofía necesitaba quedarse.
En el pasado, bajé la mirada.
Ahora, lo miré directamente a los ojos. Sonreí.
"Claro, Ricardo. Por supuesto que puede quedarse."
Su mandíbula casi cae al suelo. Se esperaba una discusión.
Le lancé sus propias palabras: "Es mi prima, es tu familia política. Es nuestro deber ayudarla."
La arrogancia volvió a su rostro. Creía que había ganado.
No sabía que ya no era la misma Elena.
Cuando Sofía llegó, me llamó "la muchacha que ayuda con la limpieza."
Ricardo palideció, pero lo interrumpí. "Soy Elena, la prometida de Ricardo. Mucho gusto."
Su cara de sorpresa y luego pánico fue impagable.
Más tarde, le di a Ricardo la excusa perfecta para que se quedaran solos.
"No creo que regrese hasta la tarde."
Los dejé en nuestra pequeña jaula, sabiendo exactamente lo que iba a pasar. Sofía se quejaría, Ricardo intentaría cocinar y quemaría la comida, y ella usaría su ineptitud para mostrarse superior.
Yo ya no era la jugadora. Era la dueña del tablero. Entre Cenizas: Un Nuevo Pacto
Gavin El aroma familiar del mole, promesa de un futuro brillante y una beca codiciada, llenaba la cocina de la escuela mientras Sofía Romero se preparaba para el examen final.
Justo entonces, un empujón brutal de Daniela Vargas la lanzó contra la estufa, escaldándole el brazo y destrozando su plato.
"¿Qué crees que haces, gata arrimada?", espetó Daniela, acusándola de ladrona y de robar la receta ancestral de su familia, la misma que había sido la tradición de los Romero por generaciones.
Ignorando a Don Manuel, el viejo ayudante que conocía el pacto secreto, Daniela hundió el preciado cucharón familiar de Sofía en su mole, tirándolo al suelo con desprecio, mientras sus amigas se burlaban de Sofía por "coquetear" con Ricardo Vargas.
La humillación culminó en una agresión salvaje: Daniela, con la ayuda de sus cómplices, la tiró al suelo, y con un crujido nauseabundo, le rompió la mano con el tacón.
El dolor era insoportable, pero la traición de saber que Armando, el mayordomo que conocía la verdad del pacto que ligaba el destino de los Vargas a su familia, se puso de lado de Daniela, fue aún peor.
La advertencia de Sofía, "Están acabando con su propia fortuna", se cernía sobre ellos, pero Daniela solo aumentó la humillación, cubriéndola de harina.
En ese instante de abrumadora desesperación y abandono, un pensamiento le dio fuerza: Ricardo Vargas.
Ricardo llegó, interponiéndose entre Sofía y su familia, llevándola al hospital y revelando que él conocía el pacto ancestral.
"El pacto no está roto, Sofía", le dijo. "Solo está buscando un nuevo ancla. Un nuevo pacto. Entre tu familia y la mía. Mi rama de la familia."
Con la decisión de Ricardo de protegerla y establecer un nuevo pacto, Sofía, la chica de origen humilde, se levantaría de las cenizas.