Sus bellas mentiras, mi mundo hecho pedazos
vista d
iel pesaba sobre mi cintura, un peso posesivo e irreflexivo. Respiraba profundamente, perdido en un mundo
palabra de cariño susurrada, no era para mí. Era para ella. Para Aria. Todo era una obra de
eso de escape. Levanté su brazo, milímetro a milímetro, mis músculos gritando por la tensión del movimie
or los ventanales de piso a techo proyectaba sombras largas y distorsionadas por la habitación, convirtiendo objetos famil
o metálico cayó al suelo con un estrépito. El sonido fue ensordecedor en el silencio. Me congelé, la sangre
ió dormido, perd
ridad para encontrar lo que había tirado. Era su encendedor. Un Zippo de plata, pesado y
un grabado en el costado, uno que no reconocí. Lo incliné hacia la luz
le "G" que yo
aban entrelazadas en una el
&
el y
uniendo pruebas, uniendo los fragmentos de su traición: llamadas escuchadas a escondidas, recibos sospechosos, el persisten
supuesto comienzo, y lo había sobrescrito con la verdad de su aventura. Había llevado su amor en el bolsil
a de que lo había malinterpretado todo, se desvaneció en ese instante. El amor que había sentido por él, un amor que habí
maba; me despreciaba. Él y mi hermana, las dos personas que más amaba en el mundo, habían conspirado p
mo clavo en el ataúd de mi antigua vida. No había vuelta atrás. No había lugar para el perdó
vacío plano e inexpresivo. La mujer que había amado a Gabriel Montes se había ido
ista para