Deseo Oculto
ejó inquieto. Miriam y Laura, dos chicas que nunca le habían prestado atención, de repente estaban peleando por él. Pero lo peor era que la intens
ebía corregir su error. Lo que había deseado no había sido justo, ni para Miriam ni para Laura. Ellas no merecían ser manipuladas así. Al sen
imientos especiales por mí. Quiero que todo vuelva a ser normal
año calor que la piedra emitía cada vez que concedía un deseo. Se pr
adeaba en los pasillos, el sonido del escáner en la caja era monótono, y los estantes estaban llenos de productos que debí
atracción o rivalidad. No, lo que sintió fue frío, desprecio, una sensación densa que nunca había experimentado antes. Miriam lo miró co
alta, lo suficientemente fuerte como para q
esar lo que había escuchado. ¿Ac
ndo un paso hacia el
umpió con una m
i. Lo que hiciste ayer fue asqueroso. No sé qué te pasa por la cabe
angre abandonaba su ros
están hablando. Solo estaban...
os estúpidas? Sabemos que intentaste manipularnos,
deseado que volvieran a ser como antes, pero de alguna manera, el deseo se había torcido. Ahora, en lugar de
o, sin salida. Sabía que la piedra tenía el poder de cambiar las cosas, pero cada vez que la usaba, el preci
n escena poco después, con el rostr
a mi oficina -dijo en un to
ro las miradas de todos en el supermercado ya lo habían condenado. Las chicas estaban tan convencidas de que él las había acos
na, Ortiz lo m
u comportamiento hacia Miriam y Laura. Me han
o-. No hice nada de eso, se lo juro. Todo f
servó con e
s a tener que irte a casa mientras decidimos qué hacer. No estoy diciendo que
sas. Salió de la oficina cabizbajo, sintiendo las miradas de todos clavadas en él. Y peor aún
-
u vida, que apenas unos días atrás parecía estar tomando un giro positivo, ahora era un desastre. Y todo por culpa de la piedra
mento, un auto venía a gran velocidad. Samuel sintió cómo su corazón se aceleraba. No había forma de que el conductor pudiera f
a salvo -deseó co
r. Abrió los ojos justo a tiempo para ver a un hombre, que hasta ese momento estaba de pie en la a
e... no fue t
distancia, sin moverse. Un grito ahogado escapó de la boca de la chica, que ahora estaba de pie, aterrorizada, mir
stuviera a salvo... y lo estaba. Pero a qué precio. El hombre que la había salvado había muerto
ero alguien más había pagado el precio de ese deseo con su vida. Las piernas de Samuel temblaban.
el calor de la piedra, que aún estaba en
que pedía algo, el precio se hacía más alto, más personal. Sabía que no podía seguir usando la piedra, p
una bendición.