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Matrimonio con el alemán multimillonario

Matrimonio con el alemán multimillonario

Viviane Hermann

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76
Capítulo

Soy la señora Schäfer. Esposa de un alemán millonario Alphonse Schäfer, soy hermosa y todos lo saben, el lo sabe, por eso fue que se arregló ese matrimonio, los que me tuvieron no pudieron conmigo, mucho menos complacerme. Las personas que nos rodean creen que somos un matrimonio perfecto y vivimos fingiendo serlo, aunque ambos sabemos que entre nosotros solo hay un acuerdo, un contrato y nada más. El amor no forma parte de esta relación. Lo único que quiero es su dinero y vivir una vida de lujo, aún que eso nos lleve a la mentira diaria, pero eso no me molesta por ahora, aún que sé que él, solo me quiere a mí… No creo que algún día cambie de opinión sobre nuestra relación, sólo quiero vivir y gastar todo lo que pueda, hasta que esa mentira se termine.

Capítulo 1 Leyna

Él se detiene y me

observa mientras que subo los cinco escalones restantes que me quedan para

alcanzarlo. Sonríe y luego los baja rápidamente. Me toma en brazos y me carga

como si fuese una pluma. Sube las escaleras y yo chillo por el vértigo que me

produce, él sonríe y suelta una risita.

—No te preocupes, no

voy a dejar que te caigas. — pronuncia en un murmuro. Permanezco en silencio y

trago el nudo que tengo en la garganta. Acaba de cargarme y debo admitir que

eso fue algo muy dulce.

Llegamos

a la suite para los novios y toma una llave de su bolsillo sin soltarme. Abre

la puerta y camina hacia la inmensa cama que se encuentra en medio de la

habitación. Me deja sobre el colchón con delicadeza y sonríe.

Se parta hacia un lado, es obvio que la situación se ha vuelto algo

incomoda. No quiero ni pensar cuando llegue el momento de dormir juntos o de

compartir la misma casa. Sé que todo será raro.

Me pongo de

pie, aliso mi amplia falda y luego me quito los zapatos. Los arrojo a un lado y

me acerco al espejo. Aun sigo viéndome muy bien. Tal vez solo deba retocar un

poco el rubor de mis mejillas y el brillo labial, pero eso puedo hacerlo yo

sola. Él me observa desde el otro lado de la habitación con detenimiento, de

una manera que logra desconcertarme solo un poco.

—De verdad, eres

hermosa. — emite con los brazos cruzado a la altura del pecho. No debe

intimidarme, pero lo hace. No me imaginaba este tipo de comentarios por mas

verdaderos que sean. No creí que me lo diría tan… frecuentemente.

No respondo a

su halago. No tengo nada que decir. Camino un par de pasos y observo el

perchero con los restantes cuatro vestidos blancos que debo estrenar. Tomo el

de la recepción y lo observo. Es tan hermoso como el primero. Corte sirena con

tul en la parte baja, escote corazón y pedrería en los bordes de él. Es

elegante y perfecto.

Coloco mi brazo

sobre la parte trasera del vestido que llevo puesto e intento quitármelo, pero

sé que no lo lograré. Volteo mi cabeza en dirección a Alphonse y veo como sonríe.

Comprendió mi mensaje sin ninguna palabra. Eso es bueno, no tendré que gastar saliva

en vano. Se acerca rápidamente y corre mi cabello a un lado. Dejo que mi mirada

recorra el suelo y muevo mis manos nerviosamente a la altura de mi abdomen.

Él comienza a desabotonar los delicados botones y cuando percibo que el

vestido comienza a aflojarse suelto un leve suspiro. Sus dedos se mueven sobre

mi espalda y permanezco quieta en todo momento. El cierre comienza a bajar

lentamente. Tomo la parte posterior del corsé para que no se vean mis pechos y

luego me volteo hacia la dirección contraria.

—Gracias. —Digo en un susurro.

—Fue un placer. —Responde

con la mirada cargada de felicidad.

Pierdo todo tipo de vergüenza y me

desvisto delante de él. Es mi esposo, sé que me verá así en cualquier momento,

no estoy segura si sucederá esta noche, pero ahora somos un matrimonio y por

más que no haya amor podemos tener sexo. Aún no me atrevo a hablar de ello,

apenas lo conozco, pero sé que sucederá cuando llegue el momento.

Él me observa de pies a cabeza. Solo

llevo la lencería de abajo blanca de encaje y las medias hasta la mitad del muslo del mismo material.

Su mirada se detiene en mis pechos y luego de unos segundos asciende hacia mi

rostro. No dice nada, parece perplejo. Intento reprimir todo tipo de deseos

extraños y me volteo hacia el perchero. Tomo el vestido de recepción y luego él

se acerca para ayudarme en completo silencio. Ya estoy lista. La celebración de

la boda está a punto de comenzar.

Tres semanas, hace exactamente tres semanas que no me toca. Y no me

importa. Jamás lo hemos hecho de la manera correcta. Ambos somos muy diferentes

en ese aspecto y eso me ha ayudado a entender que tal vez no somos lo

suficientemente compatibles. La relación no funciona. Siempre acabamos rápido y no disfrutamos de

lo que debemos como es debido. Sus besos son fríos, los míos también lo son y

eso no ayuda a que la situación mejore. Todo es fingido y de mala manera. Es

una obligación. Estoy completamente insatisfecha. Y aunque jamás hemos hablado

del tema, sé que él también lo está.

No le dirijo la palabra desde hace

varias semanas, porque no me interesa hacerlo. Ya no tenemos ningún tema de

conversación, lo poco que podíamos hablar en un año se fue consumiendo

lentamente. Incluso sobrevivir al desayuno se hace difícil. Oírlo es aburrido,

verlo no me genera nada especial y pensar en él y en lo poco que nos conocemos

me hace sentir deplorable, vacía...

Aún no sé por qué me necesita tanto,

solo comprendo que debo guardar las apariencias y conformarme con lo mucho que

tengo y con lo poco que él me da. Todos creen que somos un matrimonio perfecto,

aunque ambos sabemos que entre nosotros solo hay un acuerdo y sexo casual de

vez en cuando.

Sexo casual… eso no es suficiente. La

primera vez que lo hicimos creí que funcionaría, pero ambos nos equivocamos.

Me miro al espejo. Estoy

perfectamente vestida, como casi todas las mañanas. Si fuese una persona

corriente, seguramente estaría desayunando a las corridas y tomando mi bolso de

camino a la oficina, pero por suerte, mi vida no es así. No trabajo, él no me deja hacerlo.

Eres mi esposa, no tienes

necesidad de trabajar.

Me alegro, porque tampoco quiero

trabajar. Es mejor vivir mi vida llena de goces y gastos que estar encerrada en

una aburrida oficina firmando contratos con españoles, italianos y rusos como

él lo hace. Vivo la vida de una reina y me la paso de compras y citas en el spa

y salón de belleza. No tengo un límite en mis tarjetas de crédito, pero aun

así, con todo lo que el dinero puede comprar, me siento vacía…

No dejo de ver mi reflejo. Hay algo

diferente en mí, no soy la misma mujer de un año atrás, no me siento feliz, no

me siento especial, no me siento viva.

Soy consciente de que poseo una

belleza pocas veces vista. Suena egocéntrico y engreído, pero es la verdad. Si

no fuera hermosa, no tendría lo que tengo. Muchos me desean y de todos esos

hombres que quieren tenerme saben que solo uno puede aprovecharme al máximo y

la ironía de la situación es que él no lo hace.

No hablo de sentimientos, amor o

cariño. No es necesario, pero si al menos mi esposo y yo tuviéramos sexo

divertido de vez en cuando, todo sería diferente.

Recorro el extenso y lujoso pasillo

de la mansión y bajo las escaleras de mármol blanco. Vivo en un palacio, tengo

dos o tres empleados a mi disposición, cambio el modelo de mi coche cada tres

meses, obtengo lo que quiero, cuando quiero y como quiero, pero sigo

sintiéndome vacía.

No tengo vida. No una vida real.

Llego al elegante comedor y las

muchachas del servicio se mueven en sincronía para zarandear mi silla a un lado

y servir el zumo de naranja en el vaso de vidrio.

—Buenos días, señora. —Murmuran con

algo de miedo una de mis mucamas.

—Buenos días. —Digo sin ánimo alguno.

Ellas tal vez deben pensar que soy una bruja,

una despiadada, pero así me siento. No suelo tratar bien al personal, no se me

apetece hacerlo. Y más si me llaman “señora”.

Me hacen sentir como una vieja. Solo tengo veinticinco, soy toda una

adolescente aún y no me siento como una adolescente. A veces creo que llevo la

aburrida vida de mi madre. No debo quejarme, no debo quejarme, es el título que

me toca.

Señora Schäfer, soy la señora Schäfer.

Esposa de un alemán millonario que vive en Londres.

Miro mi plato y frunzo el ceño al ver

los huevos revueltos. No tengo ánimos de comer eso, ni siquiera deseo comer.

Bebo un poco de jugo y mi “perfecto y amado” esposo aparece en el salón.

Luce su traje gris, típico de todos

los días. Cabello castaño claro muy usual en un alemán, ojos color azul y una

mala cara, que es la misma de todos los días. Es lo de siempre.

Se acerca a mí y me da un casto beso

en los labios. Es frío, seco y para nada cariñoso.

—¿Cómo has amanecido? —Pregunta

intentando parecer dulce, pero advierto como fracasa en cada una de sus

palabras. Mueve su mano y acaricia mi mejilla en un vago intento por parecer

amoroso. Dejo que lo haga, hay gente observando.

Sonrío.

—Muy bien, cariño. —Respondo acorde a

su tono. —¿Cómo has amanecido tu? —Lo interrogo para parecer amable. No tolero

ser amable todo el tiempo, pero tengo que hacerlo. Los empelados nos observan,

¿Por qué siguen ahí?

Ambos somos conscientes de que

el personal del servicio está presente y por más que no sea de su incumbencia,

estoy segura de que las paredes de la cocina oyen barbaridades con respecto a

nuestro falso matrimonio.

Él responde vagamente como suele

hacerlo todas las malditas mañanas. Yo finjo que oigo lo que dice y las mucamas

recargan mi vaso con más zumo unas dos veces. Es aburrido, deplorable,

insoportable.

Me siento más vacía que nunca.

—Recuerda que a medio día, mi tío

vendrá a visitarnos.

Me advierte con tono amargado.

Asiento con la cabeza. No hay nada que decir con respecto a eso. Solo debo

aceptar lo que sucederá. No puedo quejarme, no aún.

Nada mejor que tener que soportar a

un tío viejo, gordo y seguramente desagradable como él. Es lo único malo de

todas las familias adineradas que trabajan juntas. Las reuniones no suelen ser

en oficinas normales y al parecer las anfitrionas deben ser las esposas. Es

decir yo.

Maldigo a Alphonse en silencio.

Se pone de pie una vez finalizado el

desayuno. Me besa otra vez en los labios, acaricia mi mejilla con su dedo

índice levemente y se marcha por la puerta principal de la mansión. Sonrío para

mis adentros. Tengo todo el día para mi sola, lo veré en el almuerzo y será la

media hora más frustrante de mi vida, pero me reconforta saber que aún me queda

todo el día para disfrutar de mi soledad.

—Recojan todo esto de prisa y luego

preparen la habitación de invitados. —Ordeno inmutable en dirección a las

mucamas que me ven como si fuese a morderlas.

—Sí, señora Schäfer. —Responden ambas

al mismo tiempo.

Me pongo de pie y salgo de la

habitación. Es un día lluvioso de jueves por la mañana y no hay nada mejor que

salir en mi coche a hacer algún paseo hasta el medio día. No quiero ni pensar

en las visitas. Al menos me reconforto al saber que solo será poco tiempo.

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