Una Muñeca para el Jefe
alletas con chispas de chocolate. Cuando nació mi hermana, estaba muy feliz. ¡Tendría una hermanita! Compartía todo con ella, hasta que fue diagnosticada con esquizofrenia. Sufría de convulsiones y su comportamiento era difícil de controlar. Nuestra vida cambió, nos ajustamos a las necesidades
osticada con cáncer de seno. Pudimos detectarlo a tiempo, pero nos costó reu
ien cuando doblaba turnos. Mi hermana fue empeorando, así que tuve que recurrir a unos amigos de mi padre para pedir ayuda, pero no me tendieron la mano. Era de esperarse: caras v
íamos. Debía aguantar humillaciones, desprecio, excesos y pare de contar, además de un horrible jefe. Bueno, no era un hombre horrible, ni mucho menos. Medía uno dos metros, de cuerpo fornido. Tenía ojos marrón claro, como la miel. Su cabello era c
y mi montura de pasta negra le quita presencia a mi rostro. Así que es lógico que no se fijaría en mí. Él me llama el cuervo, porque según él soy una muje
y tenía que estar pendiente de sus compras, arreglos para la casa y el colmo de los colmos: cubrir sus citas. Los martes salía con mujeres morenas, los
mayor, estaba casado con una prestigiosa abogada, creo que se llamaba María, Remata o Maira, no recuerdo bien. John era el del medio, bastante centrado. No se le conocía novia, todos decían que era gay, yo la verdad lo dudo porque en una de mis misiones en la tintorería, lo encontré muy cariño
o a la oficina. Faltaban veinte para las
rería, pero eso sería para más tarde. Aparece el diablo, no estaba
é desea? -le digo e
sultes tan temprano. Ven a mi oficina, ¿o es
o entiendo cómo las muj
, ya voy -
torio, me hago la cruz
las nueve con los mexicanos. Y
ntate, tenemo
con respeto, aunque por den
una relación. Aunque sea difícil de creer, todo
, no aguantaba más. ¿Acaso había es
la tierra, señor Duncan. Es un «¡maldito desgraciado!».
nada de mucho veneno. Eran años acumulando
mple contrato. Te pagaré una buena suma, así que ¿lo to
o puedo creer lo que está diciendo. He trabajado du
rabajo porque no quiero cas
me he ganado ese apodo con mucho esfuerzo. Y si no aceptas, esta es tu despedida. Deberías ap
í que renuncio «¡vá
s espero que mueras
ficina es una carcajada. Después de ta