La vida secreta del Sr. Fitz
serÃa divertido. Se decÃa que el Sr. RodrÃguez parecÃa duro a la p
ba detrás de su escritorio, un compendio sin precedentes de literatura morbosa de alto contenido sexual. El problema fue que, al entrar en la clase, no estaba el Sr. RodrÃguez. Me senté junto a un chico bastante guapo, de facciones duras, pómulos marcados y el pelo perfectamente engominado. Los ojos eran azules como una playa de las Bahamas y tenÃa una barbita incipiente que realzaba su poderoso mentón. Los labios e
a. SonreÃ. –La verdad –contesté–, se me da bien la escritura, pero me han contado que el Sr. RodrÃguez le da el pase a todo el mundo con buena calificación. Mi interlocutor sonrió. La dentadura era perfecta, como tallada por un artista griego, y cuando reÃa la nuez se le movÃa de arriba a abajo haciendo más atractiva su incipiente barba. –Sobre todo si el tema tiene implicaciones sexuales –dijo él. –Rebecca –me presenté. –Mucho gusto –me tendió la mano y las estrechamos. Luego su atención regresó al libro, y aquello me pare
mÃ, y luego se echó a reÃr. Me sonrojé enseguida. Algo le daba mucha risa, y esperaba que no fuera a hacer pública la conversación que habÃa tenido con él. De hecho, me estaba sintiendo bastante idi
ella. –Rebecca, ¿no? –se habÃa acordado de mi nombre–, evidentemente no. »El Sr. RodrÃguez está de viaje este semestre. Tal vez se dedique a hacer un tour sexual por toda Europa –en esta parte me guiñó un ojo–, como era su sueño manifiesto. Todos en el aula rieron, excepto yo. Estaba realmente
pero aun asà intenté recuperar la dignidad. –¿Es tÃmida? Seguà estoica. El mundo comenzó a dar vueltas y mi estómago rugió. Dado el silencio sepulcral que habÃa en el aula, todo el mundo lo escuchó. Entonces, como si fuera poca la humillación, el Sr. Fitz se acercó a mÃ, y detecté en él un halo de superioridad masoquista que me molestó