TU MUÑECA FAVORITA PARTE II
la pista de aterrizaje, y mientras esperé a que llegara el avión, escuché
a mi vestido, pude introducir mi mano, y con el dedo corazón fui acariciando mi sexo por encima de
una terrible oscuridad en aquella sala, sent
sino también eran la lencería que
seda, realizaban en mis pechos un buen sostén, dejando mis
ta ahí; a ese sótano frío y con poca visibilidad. Solo podía recordar que estaba en una boutique,
r qué conjunto realzaba mejor la simetría de mi cuerpo. Pero, antes de ponerme en pie, alguien entró en aqu
o apretar los muslos con fuerza. Entonces lo
su cara, intentando aver
y un pantalón chino de color azul oscuro, creo. Comencé a ponerme muy nerviosa, él solo clavaba sus ojos marrones en los mí
ate llevar, jamás te haría daño
mí, el espacio que dejaba mi pequeño canalillo, me dejó entr
iración se alteró al momento; mi pecho subía y bajaba descontrolado. Yo intentaba guardar mis gemidos en la garganta pero... No hubo suerte ese día, aunque no sabía que hacía
ría por las sangre de mis venas, mi corazón palpitaba extendién
edras. Intenté apretar de nuevo y con más fuerza los muslos al rec
hocaba contra mi clítoris, y el chisporroteo de la bengala recorr
que dejar de resistirme ante ese placer, dejé de hac
pies se quemaban con ellas, los levanté del suelo y esa maldita mano comenzó a dibu
notar unos labios calientes, y húmedos succ
miedo que cerré mis ojos con mucha fuerza, mientras penetraban mi vagina con la bala vibradora, era frí
o se escape -escuché que me
eres? -pregunté antes de qu
er su sudor; su excitación era del mismo nivel o más que la mía. Entonces escuché un ruido que para mí fue
vuelta y mirar para ver que hacía, pero las cuerdas me lo impedían
bala de mi vagina, después se colocó por detrás de mí y la metió
paró la cuerda de mi clítoris, pasó sus dedos embadurnados en algo aceitoso por él; y acari
muslos, no lograba impedir las embestidas que hacia él, hundiendo sus feroces labios contra mi sexo. Llevaba tanto tiempo torturándome de esa m
a confortable cama. Una sábana de seda, cubría mi cu
ieron al pensar que había sido infiel a mi marido, hasta que su mano secó las lágrimas de mi
te amaré, feliz d
matarlo pero estaba tan can