¡Sin retorno!
ita que e
el, el guaperas de mi compañero, tienen un lío. Pero no. No quiero ser mal pensado y
ria de la jefa de las delegaciones y, aunque mi trabajo me gusta, me siento explotada muy a menu
dejo los informes sobre su mesa y regreso a la mía. Cojo el bolso y me voy sin mirar atrás. Necesito salir de la
inte de la noche.
lor al asunto, corro hacia el parking donde me espera mi amado León. Entro en el garaje como una sopa
como éste a estas horas. Inconscientemente, comienzo a recordar películas de terror en las que la chica cami
o de papel y me seco la cara. ¡Estoy empapada! Pero justo cuando voy a meter las llav
quete de chicles que busqué hace días. ¡Bien! Sigo toqueteando el suelo del coche y por fin las e
Dio
e pone de mala leche. Yo currando hasta las once y pico y ellos, de parranda. ¡Qué i
tela
lo pued
Si se dan cuenta de que estoy ahí, me muero de la vergüenza. Y no. No quiero que eso ocurra. De repente, mi jefe
santos! Pero ¿q
de la falda. Se la sube, la empuja hacia arriba contra la
dre! ¿Q
, no puedo dejar de mirar lo que hacen. Entonces, Miguel vuelve a apoyarla en el suelo y la obliga a dar la vuelta. La coloca sobre el capó del coche y le baja
é quieres
celo, murmura entregada
ras... lo qu
erte! Y yo en primera fila. S
uis, suelta un gemido y yo me tapo los ojos. Pero la curiosidad, el moro o como se llame me puede y me los destapo de nuevo. Sin pestañear veo cómo él, tras relamerse
-escucho gem
con difi
a dar
é c
tar de los nervios. Mis relaciones sexuales son normalitas, tirando a predecibl
terior... ¡Vaya con Miguel! Y me quedo ojiplática cuando veo que se lo clava de una sol
saco mi mano de ahí, pero mis pezones y el centro de mi deseo protestan. ¡Ellos quieren más! Pero no. Eso no puede ser. Yo no hago esas cosas. Minutos
oche. Las manos me tiemblan. Las rodillas también. Y noto que mi respiración está acelerada. Exaltada por lo que aca
king. Me voy a tomar unas cervezas con mis amigos. Nec