La esquina de los santos
desde que era un pequeño niño de tan solo seis años aquel sentimiento lo invadía, le hacía acechar desde la ventana del segundo piso a los transeúntes con una dag
prometida, aquel grupo de alimañas, como él las llamaba, tenían la firme convicción de que su amada debía ser
entre sus dedos se vertiera la impura sangre de aquellas arpías. Regreso a las andanzas de su niñez la estoica noche cuando, por capricho de los dioses Kent As
os con aquel grupo, su salvajismo y demencia. En una ocasión, le habían arrojado una bolsa de papel llena de heces con la inscripción "el amor nos pertenece". Las narraciones de aquellos encuentros desataron en Kent Ash
una larga pausa
tida tomó
desconocidos para mí,
¿qué aspec
ás mis des
t as
emente todo l
asemejaban a alucinaciones oníricas, como si fuese un invento de la exaltada imagi
como si una sandía flotará, su cuerpo es una especie de malformación... sí, eso, su cuerpo es como una gran sandía deforme,
silencio por ensordecedores gritos de dolor. Al cabo de una hora, los dos consiguieron sosegar la tormenta torrencial que acecha sus frágiles corazones. Alrededor de las
jo los efectos de una fuerte droga. Aquello hacía arder su cólera aún más. A principios de diciembre, en una de sus ahora habituales acechanzas nocturnas, entró a un bar de mala muerte a las afueras de la ciudad
ntes de... su clase -dijo el cant
mi sed, y a hacerle unas
ro más" pensó Kent, empero, siguió describiendo a aquello
é su nombre. ¡Hey, Rubén!- gritó al hombre cabizbajo que se encontraba en el otro
a, pero si la noche -Rubén se carcajeó. Ken
ugar puedo
sea espantosa, sabe a
o, las pesquisas de Kent Ashton dieron sus frutos. Pagó al cantinero y salió al encuentro de la fría noche decembrina. Aquella n
el cuerpo deforme vagamente parecido a una sandía, no hacía aquello por lascivo, las imágenes que surgían en su mente sobre cómo llevaría a cabo su venga
así concretó el día de su ansiada vindicta. El treinta y uno de diciembre, la mayoría de los clientes anteponían celebrar la víspera de año nuevo con su familia o amigos, en lugar de una prostituta bara
chó a su bar predilecto. Sació su contento con unas cuantas cervezas, cauteloso de no embriagarse. Cuando su reloj marcaba las once con veinte su corazón resonaba como una fiesta de tambores, su venganza estaba próxima. Pago las cervezas y cuando se disponía a levantarse del taburete se encontró con su antiguo amigo, cuyo nombre no recordaba, pese a que él y aqu
aba vacía, pero el bullicio casi era palpable, hoy, como en todos los años, la mayoría de los hogares tenían esa alegría de año nuevo, y de alguna manera extraña, de un nuevo
. Hay un callejón por allá -señaló con su índice osudo la parte trasera
o había fantaseado con la idea que aquella impía sangre corriera por sus manos. Su
callejón. -Di
en su cabello una especie de perlas que se entendían por casi toda su cabellera. Su travesía fue silenciosa, Kent tenía una especie de peso en su garganta, y prefería que fuese así. Cuando llegaron a la parte trasera del comercio, Mónica hizo un rápido movimiento
nja un orgasmo, ser
tó otra vez, la cólera recor
en de tus características existiera. Ca
rdo. Los alaridos de Mónica eran estrepitosos, pero seguían una especie de ritmo, que a Kent le fascinó, incluso llegó a creer que se trataba de una música especial, que la iglesia cantaba para él. Mónica trató, en vano, zafarse de aquel hombre, pero la extraña condición de sus brazos los
ón, levantó la daga ensangrentada y la clavó en el cuello de l
na, la sangre descollaba en su ropa como si se tratase de magma sobre el césped. Las calles están vacías hoy, Kent apresuró el paso para evitar ser visto aquella noche. Pero, cuando se disponía a salir de aquel callejón oscuro, en la misma esquina donde se hallaba Mónica había alguien. Se trataba de u
no fue levantado ha