Junior
nio de 2020, el
ente reina la alegría, propia de una ceremonia de esas características, y el olor salado del mar se desperdicia entre los caros perf
madre, me da un breve apretón en el brazo para infundirme ánimos. Su presencia me reconforta, aportándome templanza sin ne
trecha de seda natural. A sus cuarenta y cinco años luce el mismo cuerpo atlético de siempre, que mantiene en forma con largas sesiones de gimnasio y duros entrenamientos. Dieciséis años atrás, se ca
y? Las masas, las ceremonias, ser el centro de atención no son mi punto fuerte, pero mantengo la calma sabiendo que algunos compromisos son inevitables. Como mi boda, por ejemplo. Cambio el peso corporal de una pierna a
de que tengo uso de razón, se acerque a mí vestida de blanco. Por delante de mis ojos pasa una sucesión de imágenes nuestras siendo niños. Desde el primer instante en que la vi, mi corazón comenzó a latir p
me felicit
le. Pocas personas en el mundo tienen la suerte de casarse con su primer amor. Ese que te quita las
ueños se han hecho realidad. Mi yo al completo se encuentra e
erpo una inmensa explosión de calor. Un nudo grande se aloja en mi garganta, no sé
do y yo estoy demasiado
brevalorados porque lo que pasará a continuación es puro formalismo. Te dijo que sí en su momento, que
ón, soy un maldito libro abierto, un ser incapaz de ocultar sus emociones. Él lee entre líneas y me levanta el pulgar, para animarme. Ese pequeño gesto, muy nuestro, consigue reconfortarme. Cuad
rnado con decenas de flores minúsculas y sus labios, pintados en un sutil rosa pétalo, lucen exquisitas. Camina del brazo de su hermano menor, John, y, a primera vista, parece lo que es, una novia que se acerca al altar el día de su boda. Pero algo no va bien, sus ojos miran en todas las direcciones
ener la mano en el bolsillo, así que la saco y me la paso por el pelo, sabiendo de antemano que me alterará todavía más. Cambio el peso corporal de una pier
una no se casa todos los días con una estrella del fútbol ante toda la flor y
a perdida, da la impresión de hallarse a mil años luz de mí. De pronto, detiene sus pasos y hace una seña con la mano, dando a entender que desea hablar. Este p
», me pregunto para mis ade
do. Con las manos aún sobre las teclas detiene la música malhumorado. Se une a la multitud y centra su atención en la
í. El cometido de María era llegar hasta mí, enlazar sus manos con las mías
o e
u discurso. Observo que al coger el micrófono, sus manos tiemblan ligeramente y se muerde el labio inferior, t
idez, provocando que el murmullo de los invitados se ap
diferente, como si fuera el de una desconocida. Recorre con la vista la multitud, aunque no mira a nadie en concreto. Tras unos seg
Qu
gran vacío comienza a formarse en mi interior. Los labios se me resecan y no puedo tragar. Aprieto el puño hasta que los nudillos adquieren un tono blanquecino y acepto agradecido la mano que mi madre posa sobre mi brazo. No soy capaz de mirarla, ni a ella ni a ninguno de los trescientos invitados que me observan boquiabi
ro no la tengo, así que sigo de pie, con la cabeza bien alta, tratando de comprender lo incomprensible. Busco con insistencia conectar con ella y, esta vez, me devuelve la mirada. Sus ojos oscuros,
e, no pudo haber tomado una deci
sa inicial, me siento inva
acerlo en voz alta. La confusión que habita en mi cabeza no hace más que crecer. La situación es mu
ero el orgullo me impide hablar. Me sorprendo hasta yo cuand
Ma
para una gran batalla y rompe de forma inconsciente los pétalos de las rosas que forman el ramo nupcial que sostiene en la mano. Parece atorm
mos que anular la boda, he co
a analizo con atención y no aparto los ojos de ella hasta que no me sostiene la mirada. Parpadea angustiada y, por un breve instante, siento que lo que estoy viviendo es una alucinación, un mero producto de mi imaginació
iado infantil para ser un hombre de verda
solo catorce años, que agacha la cabeza, confundido ante el lamentable espectáculo ofrecido por su única hermana. Nadie abre la boca para romper el molesto silencio que reina alred
e reírse de mí y de mis ilusiones. Apenas puedo creer que la mujer que amo con locura desde que soy un niño me
anual de instrucciones que enseñe a un novio rechazado la manera de comportarse, así que me limito a presenciar impasible cómo mi vida se está desmoronando. Mi orgullo está gravemente herido y mi yo al completo hecho pedazos. Por un segundo, fantas
agro no es la solución. No eres el niño mimado de nadie, todo lo que has
n un gesto. Mi padre se mueve alterado entre los invitados, tratando de restablecer el orden. Le toca capear el temporal, aunque eso no me preocupa, es un hombre de recursos
nsoladora en el hombro y me envía con sus ojos castaños, colmados de preocupación, un mensaje del tipo: «Estoy aquí. Cuando quieras, hablamos». Hago un gesto imperceptible de agradecimiento y sigo andando lo más digno que puedo en dirección al hotel, que mi padre ha reservado en exclusiva para mi boda. A pesar de esta
n amargura. A pesar de las circunstancias, me mantengo en pie con dignidad. Mi exterior no está tan dañado como mi interior y eso hace que mi autoestima l
o que ha reservado un prestigioso complejo hotelero para celebra
nupcial, me provoca un repentino y violento ataque de risa. Cu
ha ma
que se asoman entre sus pestañas encorvadas, la gran lástima que me tiene y siento rabia contra mí mismo por
Quiero decir, la señorita Medina, ha cogido el primer taxi dispon
speranza de que me esté esperando para darme una explicación, para pedirme perdón. Mi
ncio embarazoso se forma entre nosotros. Me gustaría añadir alguna chorrada para que la emp
disculpatorio, deseosa de echarme un cable salvavida
o siempre -respo
uestra pequeña conversación por finalizada. Reúno los pedazos rotos d
se aloja sobre mis hombros encogidos. Me quito con lentitud la pajarita que adorna el cuello almidonado de mi camisa y me desabrocho lo
Desconozco el porqué y, en este momento de crisis personal, sus razones carecen d
. Entro y cierro la puerta a mis espaldas. Apoyo mi cuerpo en ella y me tapo los ojos, aliviado. Ahí, en la intimidad de esas cuatro paredes, me sient
abia, aunque por ahora no tiene ninguna teoría que sacar a relucir; por lo
z y fuerte al que le han asestado una herida de muerte. Me acerco a él y observo con atención mi porte imponente envuelto en el impresionante traje oscuro que llevo para la ocasión. Busco respuestas en mis profundos ojos grises, que lucen tristes y desconcertados, pero no descubro ni una sola pista del porqué he sido humillado ante
que estrujo mi cerebro, no encuentro ninguna explicació
modo? No hice más que que
prieto la correa del reloj y lo tiro con brusquedad al suelo. La esfera brillante se hace pedazos al chocar contra la dura superficie de mármol y los restos del cristal partido se esparcen por el suelo
nos. Estoy entumecido y me duelen todos los huesos de mi cuerpo, como si hubiera recibido una brutal paliza. En el interior de mi pecho se forma un vacío que no para de agrandarse. Un repentino arrebato me hace marcar s
a mí mismo, tratando de salir del pozo
asemeja bastante», me respondo con t