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Amar en tiempos de guerra

Capítulo 5 5

Palabras:1643    |    Actualizado en: 16/10/2021

que, al volver a casa, prefirió subir por la escalera de servicio para que no la vieran. Cuando pasaba corriendo por delante de la Cámara de los Tapices, cuya puerta estaba

mo bailaban locamente las hojas rojizas por la gran avenida. Tenía la cabeza apoyada en su mano y un aspecto de lo más deprimido. Tan desesperado y acabado parecía, que la pequeña Virginia, que al principio pen

Mis hermanos vuelven mañana a Eton y, s

abía atrevido a interpelarle—, muy absurdo. Necesito agitar mis cadenas, gemir a través de las

malvado que ha sido. Ya nos contó la señora Umney, el prim

ma con petulancia—, pero fue un simple as

, que a veces tenía una dulce severidad de puritana

ni idea de cocinar. Fíjese que una vez cacé un ciervo en el bosque de Hogley, un ejemplar magnífico, y ¿cómo dirá usted que lo mandó servir en la mesa

!, quiero decir, sir Simon, ¿tiene usted hambr

de su parte, y es usted mucho más agradable que el rest

de la biblioteca? Primero me quitó toda la gama de rojos, incluido el bermellón, y ya no pude pintar más puestas de sol; luego cogió el verde esmeralda y el amarillo cromo y, finalmente, sólo me dejó el añil y el blanco de China, con lo que me quedé reduc

ano el que lo empezó todo con el «Superdetergente» ese suyo, no vi ninguna razón que me impidiese coger sus pinturas. Y ya sabe que para gustos se hicieron co

e un fuerte impuesto sobre bebidas alcohólicas[21] de toda índole, no habrá problemas con la aduana, ya que todos los funcionarios son del partido demócrata. Una vez

ue me gust

tenemos ruinas ni curiosidade

stó el fantasma—. ¡Para eso ya tien

a papá que consiga otra semana

—. Estoy tan solo y soy tan desgraciado, que realmen

cil es quedarse despierto, sobre todo en la iglesia, pero dormirse es faci

y los lindos ojos azules de Virginia se abrieron asombrados—.

blaron como pétalos de rosa. Fue hacia él y, arro

ró—, ¿no tiene usted ningú

da, está lleno de estrellas grandes y blancas de la flor de la cicuta y canta el ruiseñor durante toda la noche. Durante toda l

rrasaron de lágrimas, se

al «Jardín de la

, escuchando el silencio. No tener ni ayer ni mañana. Olvidar el tiempo, perdonar lo vivido, quedar en paz. Usted puede ayudarme.

u cuerpo; durante unos instantes hubo silenc

el fantasma y su voz pare

profecía inscrita en el

y bien. Está pintada en extrañas letras góticas, y es difíci

una ni

a oración de los

lmendro estér

llore sus lágr

la casa qued

lle alcanz

co de fe; y entonces, si siempre ha sido dulce y gentil y buena, el Angel de la Muerte se apiadará de mí. Verá usted formas horrorosas en la oscuridad,

ión, mientras contemplaba la rubia cabeza inclinada. De pronto se puso e

e pediré al Angel qu

equeña Virginia, quédate!» —le gritaban—; pero el fantasma estrechó su mano aún más fuerte y ella cerró los ojos para no verlos. Espeluznantes animales con rabos de lagarto y ojos saltones le hacían guiños desde la chimenea tallada, y le susurraban: «¡Ten cuidado, pequeña Virginia, ten cuidado! ¡Puede que nunca te volvamos a ver!» —pero el fantasma se deslizó aún más aprisa y Virginia no les escuchó—. Al llegar al extremo opuesto de l

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