Un café para el Duque. (Saga Familia Duque. Libro 1)
me. A esos, tus ojos de sol. Y más nadie que
*
á- Co
ara estar ahí, sin embargo, por más que intentaba desechar aquel sueño no podía, entonces fue a las diversas tien
ida que se acercaba su corazón se aceleraba y no comprendía nada. Presionó con fuerza su bolso, m
una distancia prudente, justo en el momento que le tocaba el turno a aquel joven de hacer su pedido, al acercarse e
miró a todo lado en busca de los guardias, de pronto sintió en sus pi
vi que fue un accidente —espetó mirando al ho
fija —escupió aquel c
or de que el joven estuviera
forma retirar sus pies, entonces el chico al escuchar esa dulce voz, parpadeó
o, y vos sos un á
o recorrer cada poro de su piel, observó aquella mirada azulada, y par
no parecía real, sino una aparición divina, los rayos de sol que se filtraban por los enormes ventanales se reflejaban en
abrupta en su pecho, a pesar de que el joven se veía confundido, ella notó en sus
ijo en su mente y
ue testigo? —cuestionó un guardi
ió a las personas que estaba
ue fue un
versión de la jovencita, entonces el médico revisó al c
ponde por mi c
pies a cabeza, entonces sacó de su bolso vario
al hombre con molestia. El sujeto elevó su rostro para mi
en tono seco
hacho, entonces sintió el piso temblar bajo sus p
amplia sonrisa, entonces la chica clavó s
» dijo en su mente, ento
alcohol de él, entonces con discreción lo inspeccionó de pies a cabeza: era alto, delgado, de p
e mujeres hermosas, aquella jovencita de sonrisa traviesa tenía algo que captaba su atención y activaba sus sentidos, pero no de la misma manera que aqu
llos. —¡Qué vaina, hombre! —exclamó—, no dispongo de mucho efectivo,
ió, y lo obser
girió ella—, no me debes nada, para la próxima: procura v
con el pie izquierdo, pues todo le salía mal, y ahora que tenía la oportunidad de conq
ccino. Mientras Joaquín estaba de espaldas ella lo contempló mirándolo embelesada, y él por un extraño impulso
stro arder, entonces decidió alejarse de esa tentación, y
arme con vos
está libre —respondió
—dijo él señalando con su m
amistad con desconocidos —
colocando su bandeja sobre la mesa—. Joaq
con su mano a la silla porque sintió que las piernas le fallaron. «Un
sorpresa de la joven, de pronto la estridente riso
o? —cuestionó son
fascinado con aquella sonrisa, y es
o te han enseñado que a los miembros de la r
az bufó
idad la jovencita—, además la realeza solo vive en Europ
ales en América —dijo él, y la invitó a sentarse, s
con las bobas que se lo creen, conmigo no, yo
*
ntro del Duque de Manizales, y María Paz? ¿Qué opi