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El amor que trasciende la propia muerte

Capítulo 4 

Palabras:1784    |    Actualizado en: 15/12/2025

Lawso

un portazo, mi corazón latiendo a un

mi voz ahogada, una tos forzada cubriend

esparcidos a mis pies, estaban los pequeños y devastadores recuerdos de nuestra historia compartida, cada uno gritando su traición. La vista me llenó de un

me dijera que todo era un error, que todavía me amaba. Pero la nueva Alicia, la que se estaba muriendo, la qu

casa volvió a quedar en silencio, un silencio pesado y sofocante. Me deslicé co

lular, eliminé cada rastro de mí que pude. Fue un acto de borrado, un intento desesperado de hacer mi salida lo más

paliativos que había estado visitando en secreto. La Dra. Evans, una

"Sabes que podemos controlar el dolor, tratar de frenar la pr

ansancio instalándose pro

e tomado mi decisi

opósito diferente. Cubriría mis gastos finales, aseguraría una partida tranquila, sin dejar cargas atrás. Pero la idea del dolor, el le

que había inves

a Guadalajara. Para e

ana, desprovi

la Dra. Eva

segura? No hay vue

en una grieta en la pared. Esto es lo

u voz, no cuando estaba tan cerca de hacer mis arreglos finales. Sus llamadas continuaron, intermitentes, desesperadas.

to creer que mi amor, mi devoción silenciosa, podría ser suficiente. Suficiente para retenerlo, para mantenernos atados. Pero el amor, estaba aprendiendo, e

s, preparándome para ir al aeropuerto, mi teléfono sonó de nuevo. Era

cias a Dios qu

a áspera,

¡fue atacada! La en

re se m

acada? ¿Dó

sma se desvanecieron. Carmen. Mi h

udeó, su voz ahogada por el miedo. "Estoy en camino, pero.

oso. No *te necesitamos*. *Ella te necesita*. Me estaba llamando, no

áncer. Solo me importaba ella. Me arranqué el suero del brazo, ignorando el pinchazo agudo, el débil hilo

é los cláxones, las luces intermitentes en mi espejo retrovisor. Mi pie presionó más fuerte el acelerador, mi corazón latiendo con una

das, de repente me cerró el paso. El o

etera más adelante está cerrada. Accidente grav

mo arena entre mis dedos. Golpeé el volante con frustración, luego me

adeando en rojo y azul contra el blanco crudo de la nieve recién caída. Carmen estaba acurrucada en el suelo, su rop

protegiéndola. Su propio rostro estaba magullado, un corte sangrando

endo con una ira cruda y furiosa. Acercó a Carmen

n nadando. Extendí una mano, un instinto desesperado y ma

nena, ¿es

la to

el aire helado. Me empujó hacia atrás,

necesitaba, Alicia! ¿Por qué siemp

ísta? ¿Yo? ¿La chica que había pasado toda su vida tratando de ser invisible, tratando de no

s abriéndose con un aleteo. Me vio, lu

ó sentarse, un destello de algo -¿culpa, quizás, o un intento de

staba consumido por su rab

¿Dónde estabas? ¿Qué podría ser más impo

verdad, mostrarle la sangre, el dolor, el diagnóstico terminal. Pero las palabras no salían. Estaban

tratando de encontrar mi

mpió, su voz ca

s un descanso. Un largo descanso. Necesitas encontrarte

estino. Estaba ausente porque me estaba muriendo. Estaba aus

Traté de hablar, de explicar, de defenderme. Pero todo lo que salió fue una tos violenta y sec

ntra la nieve prístina. Rápidamente traté de ocultarla, de limpiarla, pe

rmen, sus brazos todavía envueltos protectoramente alrededo

salgamos

el motor, alejándose sin una mirada atrás. Me dejó allí de pie, sola, sangrando, en m

ía razón. Ya

, mi cabeza palpitaba, pero mi mente estaba clara. Esto era todo. El empujón final. Me

justo a tiempo, la última pasajera en abordar. Mientras el avión carreteaba por la pista, las luces de la ciudad se desdibujaron

s: *Les deseo felicidad. Les deseo una vida juntos, libres d

estaba a punto de serlo. Saqué mi celular,

mpre. Encuentren su fel

da que se había vuelto demasiado dolorosa para soportar. Sin despedidas. Sin exp

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