e creer lo que está viendo. Una mujer rubia, que más o menos tiene la edad de él, está sentada en
lla, enfadada por la interrupción-. ¿Por qué e
sazón. Benedict aprovecha la oport
tro de diez minutos. -La l
gusto. ¿No puedo quedarme esos
ict antes de fingir acomodar su pañuelo. Cuando está
as importantes
la sigue parada en el mismo lugar, con la mirada fija
-se burla cuando nota su
edict -responde Isabella en voz baja-. No esperarás que
real no llegó, pero sí una im
nque sea solo por papel. M
da. Para él, Isabella no me
s irte. Nadie te detiene. N
me obligó a venir. Me advirtió que debía estar a tu lado, ayudándote en
er mi asistente, t
n a la mujer que acompaña al jefe. Las murmuraciones no tardan, en especial al ver la forma
a de juntas, todos voltean a verlos. Sobre todo,
alrededor de la gigantesca mesa de vidrio. Todos ellos están curiosos por saber quién es ella. Al úni
ún tipo de trabajo la asusta y sabe hacer un poco de todo, pero es la primera vez que está en un sitio tan
ar hasta la cabecera de la mesa y tomar su asiento. Isabella lo sigue.
de papeles que están en la mesa y
a. Isabella abre la boca para decir algo, pero antes de
a a recorrer cada pasillo, busca en todas partes, hasta que por fin consigue llegar a ella. Para su suer
s de forma ordenada en la mesa, al lado de su esposo. Benedict agarra los pape
rdaste demasiado. Ahora haz
de documentos. El rostro de Isabella se torna pálido
tes, pero cuando coloca los papeles encima de la mesa, su esposo vuelve a hacer l
venir, ahora está teñido de rojo. La diversión en las cara
ict le dedica esa sonrisa malvada a la que ya la tiene acostumbrad
s copias, ¿qué te hace pensar que po
e Isabella se llenan de una determinación que antes no tenía. Él est
n orden antes de volv