SuperLuna de Venganza
varán a mi
el abismo de la inconsciencia. Despierta con un jadeo entrecortado, su pecho oprimiéndose como si aún sintiera el peso de aquel
z rasposa, apenas un susurro ent
ene tiempo de asentarse cuando nota algo más inquietante. No está en su cabaña. S
co celestial cubre la bóveda con figuras angelicales y cielos infinitos, una visión hermosa y perturbadora a la vez. Parpadea varias v
apada en el arte de un maestro ebanista. Las pesadas cortinas de terciopelo carmesí cuelgan a los lados, atadas con gruesas borlas doradas que parecen sostener siglo
la imagen de la estancia, duplicando la sensación de grandeza. El fuego crepita suavemente en la chimenea, lanzando sombras titilantes sobre el suelo de madera pulida, donde una alfombra persa de exquisitos bordados suaviza el frío de las tablas. Un armario macizo con detalles dorados se alza en una esquina, junto a un to
mente, y sus ojos se llenan de lágrimas al recordar cómo, después de asesinarla, la criatura se lanzó hacia ella, inmovilizándola y aplastándola con sus peludos brazos hasta dormirla con una sustancia que, extrañamente, le recuerda
. Un escalofrío recorre su
capturada. En su lugar, viste una bata de dormir de una opulencia innegable: de un blanco perlado, con delicados bordados dorados en los puños y el dobladillo, y un delgado cinturón de seda que se ciñe perfectamente a su cintura. La tela es tan fina y liger
puerta principal; seguro hay alguien af
a tela y descubre una gran puerta de vidrio. Su reflejo aparece distorsionado en la superficie brillante, pero su atención no e
le roba el
Desde su posición, puede ver cómo el castillo se extiende a lo ancho, con sus muros de piedra integrándose de forma majestuosa en el paisaje del bosque vasto y fron
martillea e
de es
ecámara apresuradamente. Su instinto le grita que necesita encontrar la forma de salir de ahí, pero
taciones cercanas. Ve a varios de sirvientes vestidos con impecables uniformes en tonos oscuros con detalles dorados. Hombres y mujeres, todos elegantemente arreglados, cami
ente se niega a procesar lo que está viendo. ¿Por qu
gra articular la única pregu
está p
y despreocupada res
ebeldes alrededor de un rostro de rasgos asiáticos. Sus ojos oscuros brillan con un destello juguetón mientras la observa con una sonrisa amplia, casi divertida.
ortando la distancia entre ambos. Sus ojos la recorren con una mezcla de nostal
asi reverente, posa un dedo bajo el mentón de Elara
... Incluso el miedo en ellos sig
do en el estómago.
¿verdad? -su voz suena más
cabeza, su sonri
seguro d
decir?... ¡¿
lla y, con la misma naturalidad con la que trataría a una vieja amiga, le da un leve empujón en la