La Embarazada Cautiva del Ceo.
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che. No respondí. No iba a rebajarme más. Entré a mi habitación y vi a mi hermanita, que descansaba en la cama. Al verme, intentó levantarse. -No te preocupes, cariño -dije, arrodillándome a su lado y acariciando su cabello-. Todo estará bien. -¿Por qué estabas discutiendo? -preguntó con su vocecita débil. Le sonreí, ocultando mi tormenta interna, y le di un beso en la frente. -No importa, mi amor. Ahora ponte tus zapatitos. Vamos a empacar. Mi hermanita asintió, obediente, mientras yo comenzaba a guardar nuestras pocas pertenencias en una maleta vieja. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas, pero me las limpiaba rápido, sin dejar que ella las viera. No merecía cargar con mis problemas, bastante tenía con los suyos. Cuando terminé de empacar, salimos del cuarto. De reojo vi a Lourdes y a Marcos besándose en el sofá, como si nada. Dejé las llaves en la mesa sin mirarlos. Mi dignidad no iba a morir ahí. Bajé las escaleras con mi hermana a mi lado, cargando las maletas como pude. Cuando llegamos al pie del edificio, pedí un taxi. Mientras esperábamos, volví a subir las escaleras para cargar a mi hermanita. Su cuerpo era frágil y liviano, pero cada paso se sentía como una losa en mi alma. Ella tenía nueve años, pero su enfermedad la hacía parecer más pequeña, más vulnerable. Problemas renales, habían dicho los médicos, pero yo no tenía el dinero para seguir con el tratamiento. Había hecho lo que podía, trabajando sin descanso, pero siempre era insuficiente. El taxi llegó, y di la dirección del único lugar al que podía recurrir: una pequeña vivienda en alquiler donde habíamos vivido hace un año. Mientras el taxi arrancaba, marqué el número de la señora Catalina, la dueña de la vivienda. -Aitiana, hace tiempo que no sé de ti -respondió con voz firme-. ¿Qué necesitas? -¿Está disponible el cuarto donde vivíamos mi hermana y yo? -pregunté, apretando los puños. -Está disponible, pero ahora cuesta el doble. Cerré los ojos con fuerza, sintiendo que el mundo se cerraba sobre mí. -Está bien. Llegaré en quince minutos. -Perfecto -respondió, sin rastro de compasión en su voz. Colgué y me hundí en el asiento del taxi, mirando a mi hermanita. Ella me sonrió, ajena a todo lo que pasaba. "Todo estará bien", me repetí a mí misma. Pero por dentro sentía que el mundo se desmoronaba. No podía quedarme ahí. No podía dejar que Marcos y Lourdes me quitaran la poca dignidad que me quedaba. *** Cuando llegamos a la vivienda, solté un suspiro profundo y bajé las maletas del taxi luego le pague la tarifa. Dejé las maletas a un lado y cargué a mi hermanita en mis brazos hasta entrar a la casa. La señora Catalina nos recibió en la puerta con una expresión