La Sorpresa del CEO Arrogante
te. Había aceptado el acuerdo, había firmado los papeles, pero el peso de la decisión aún no la había dejado. De algun
s no cambiarían, o eso esperaba. Pero mientras se preparaba, cada pensamiento parecía regresarla al mismo punto: a
del acuerdo, la pregunta persistía: ¿realmente sería así? ¿Podría mant
alir a la oficina. En su mente, las imágenes de la noche anterior seguían jugando, las pregunt
pasaron lentamente. En cada conversación, en cada informe que leía, su mente regresaba a esa firma, al acuerdo
Fue una llamada simple, directa, como siempre. La invitación era clara: "Te espero a las 7 p.m. en casa. Hay algo que
sfera parecía cargado de una energía distinta. La puerta estaba abierta, pero en luga
ue no alcanzaba a ser completamente cálida. Su tono de voz era sua
a que intentaba mostrar calma, aunque internamente sent
na cena preparada, pero algo parecía diferente en el ambiente. La luz suave, el ambiente re
s de que ambos se sentaran a la mesa. -Necesitamos asegurarnos de que las apari
plicaba el acuerdo, sabía que las reglas eran claras: nada de complicaciones personales. Solo un matrimonio como facha
a"? -preguntó, tratando de mantener la calma. En su
illa, observándola con una intensidad q
ta las presentaciones públicas, quiero que hagas lo que cualquier esposa haría: acompañarme a eventos, asistir a reuniones, mantener una imagen sólida y unida. -hi
ación tuviera que parecer "perfecta" la dejaba sin aliento. Sabía que las apariencias eran cruciales, pero su vida profesional y personal
ntas sobre nuestra relación... -Victoria no podía evitar la inquietud e
ada de lo que suceda fuera de nuestras interacciones públicas nos afectará. Nos compor
lla. Había aceptado porque la idea de avanzar en su carrera la había convencido, p
spondió, sin mu
nsión. El trato había sido claro, la relación estaba trazada: ser una pareja frente a la sociedad, pero nada más. Sin embargo, cada gesto de él, cada mirada, sembrab
lla respiró hondo, intentando aliviar la incomodidad que sentía en su pecho. Mientras se dirigía hacia su co
ardo no podían ser ignoradas. Pero, en su interior, algo le decía que este trato no sería tan sencillo como había imaginado. Las e
e sí sabía, era que Leonardo Velasco no era un hombre fácil de manejar. Y, tal vez,
ictoria había tomado. Sin embargo, algo en su interior sabía que esa decisión