Velo de Venganza
os hinchados, pero nada de eso podía calmar el dolor que sentía en su pecho. Nada podría hacerlo. Clara ya no estaba, pero la sombra de la traición de su amiga seguía
todo tuviera una solución sencilla, como si las palabras pudieran restaurar lo que había quedado hecho pedazos. Pero Ana ya no podía escuchar más. Había escuchado suficientes m
s. Su garganta estaba cerrada, ahogada por el dolor, pero la pregunta seguía saliendo, como si fuera la
l ya no era la persona que conocía, la que la había hecho sentir segura, la que la había hecho soñar con un futuro juntos. En ese momento, lo que veía ante ella era un desc
cando una forma de enmendar lo que no tenía solución. Pero Ana, con la rabia todavía palpitando en sus venas, se apart
mite que Javier ya no podía cruzar. Ella no quería más de lo que él tenía para ofre
mportaba si intentaba explicarse, si buscaba justificaciones, nada de eso podía devolverle lo que había perdido. Las promesas,
oz quebrándose, buscando penetrar la muralla
mpió con una mirada
, como si estuviera hablando con alguien más, alguien ajeno
dio un paso más hacia ella, pero Ana retrocedió, como si la cercanía de él la quemara. No podía soportar su presencia, su ce
o también por la frustración. No quería perderla, no quería que todo se acabara. Pero Ana ya h
mprimidos en su pecho. Estaba cansada de escuchar mentiras. Estaba cansada de ver cómo él intentaba manipul
ue vio fue a un hombre que había mentido, que había roto su confianza. Lo único que vio fue la realidad cruel y desgarrador
abía duda en su voz, ni titubeo. Estaba tomada por una fuerza interna que ni ella misma
ya no lo miraba de la misma manera. Ya no veía al hombre que había amado. Solo veía al traidor que había destruido todo lo que compartían. Y eso era lo que más la dolía.
la confianza se había roto de manera irreparable. No podía continuar viviendo una mentira, no podía seguir ignorando la realidad. La relación que habían construido ya no existía.
decir, nada por hacer. Ella tenía que seguir adelante, aunque el dolor de la ruptura la aplastara por dentro. Tenía que h
lo que ya era irreversible. La habitación se llenó de un pesado vacío, y Ana supo que,
era como un pequeño acto de liberación, pero al mismo tiempo, el dolor la atravesaba como una aguja afilada. La ruptura ya estaba h