Volver a vivir
ir todos los circulares del área de recursos humanos y Harold era el conserje que se encargaba de llevar las notificaciones a todos los despachos. Apenas ella se sumó al trabajo,
veía distante, demasiado elegante, sofisticada y gigante frente a un pequeño como él, sin estudios, con un trabajo sencillo, de mil fracasos, además, en el amor. Entonces lo único que hacía era soñar con los besos y las
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mirada. Blanca juntaba los dientes sintiéndose halagada y deseada a la vez por aquel muchacho desgarbado, famélico, sin gusto para el vestir, despeinado, tímido y con los ojitos siempre tristes y amarillentos. Blanca aun no había superado la decepción con Édgar y por eso, quizás, pensó en una reivindicación a su ego, con Harold. Era obvio y evidente que su compañero de traba
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. Y ella sonriente le pidió recogerla de su casa a las siete en punto. Harold por supuesto, muy emocionado, dichoso, sintiéndose navegar en el espacio, se puso una camisa elegante, su mejor pantalón, lustró sus zapatos, se peinó lo mejor que pudo, compró dulces en la tienda de la esquina y se presentó puntual frente a la casa de Blanca. A ella le emocionó verlo tan bien arregladito, distante a ese c
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ado, rendido a su encanto y obsesionado en su amor. Blanca nuevamente se atrevió a más y besó a Harold demasiado entusiasmada, pensando en haber encontrado el amor de su vida, en alcanzar esa felicidad que ansiaba tanto. Harold, por supuesto se encontraba en la gloria. Jamás pensó que aquella mujer tan fina y majestuosa, se fijara tanto en él siendo un t
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justamente tenía en las manos Harold con tan mala suerte que se le escapó un tiro que atravesó el corazón de la mujer. Fue detenido y estuvo en prisión varios años, hasta que su abogado consiguió una libertad condicional, empero el juicio seguía y su situación era ya demasiado delicada. Los fiscales pedían treintaicinco años de cárcel por asesinato en
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do Harold se despidió de ella para siempre. -Te hubiera hecho tan feliz-, le dijo él. Blanca quedó en silencio, viéndolo perderse en los pasadizos del juzgado, conducido a la prisión. Suspiró y luego, cabizbaja, se marchó convertida en una sombra, entreverándose