EL CALOR DE SU PIEL
arse, y todo gracias a la mujer que ahora se encuentra frente a mí. Ekaterina Smirnov, o Katya, como insiste en que la llame, está de pie en
-susurra, deshaciendo el lazo y dejando que
ezas, ni yo tampoco. Nos entendemos bien, casi demasiado bien para lo que somos: amantes ocasionales. Su mano ya desciende sin preámbulos, desabrochando mi pantalón y acariciando m
io su piel bronceada, dejando que mis dedos memoricen su textura, mientras su habilidad para provocarme se hace evide
de deseo y retrocediendo para que t
oca, un gemido grave se escapa de mis labios. Mi control tambalea, y pronto mis caderas marcan el ritmo, empujando con más intensidad de la que pla
lo usual -comenta con un to
os hasta su humedad. Cuando los retiro, le muestro la prueb
bservación -respon
ovocativa antes de que desplace su panty y me abra paso. El primer momento de unión, ese instante en el que su cuerpo me envuelve y reacciona con un tembl
su trasero y lo palméo nuevamente dejando una nueva marca roja, para posteriormente meter mi cara entre sus piernas. Se retuerce y trata de al
más enérgico. Ella lo sabe, ella lo busca y ahora estoy tan estimulado con el sonido qu
manteniéndola a mi merced mientras me sumerjo entre sus piernas. Sus gemidos llenan la habitación, y
ando sin rastro de su ropa interior. Se ve relajada, c
menta, lanzándome una mirada q
a y señalando un cajón-. Toma una camiseta de ah
ma después del sexo cruza un límite que ninguno de los dos quiere explorar. Aunque no compar
ñana -dice, poniéndose la camiseta mientr
e ella no necesita
pondo al recordar mi c
lidad, inclinándose para darme un último
a esposa. Isabella, la mujer que apareció de la nada para cambiarlo todo. No puedo evitar recordar su entrada triunfal en la iglesia, deslumbrante como un espeji
te persistente que ha dejado Noah después de nuestra conversación. Me repito una y otra vez
ñador en mí -murmuro antes de qu