Antologias de Amor
r la mañana. Con un delicado beso de buenos días y una suave caricia al vientre hin
de su avanzada gestación, Helena salía de la cama directamente a l
ondrían Alicia. Para sus anteriores vecinos, en el sector de la Quinta Avenida en pleno corazón de la ciudad de New York, tener tres hijos era todo un escándalo. ¿Quién en su sano juicio tendría tre
a fondo todos los pro y contras de aquella radical decisión y apoyado por su familia, atravesaron todo el país radicándose así en el pequeño pueblo de Forks. Su vida era un tanto sencilla en su nueva casa, el Dr. Wellington c
la habitación de Elizabeth. La pequeña niña solo se cubrió el rostro y sonrió. Helena se sentó en
! - dijo entre risas
re poniéndose de pie - Voy a ayudar a papá c
en clara muestra de fastidio. Su madre apartó
s - Tu ropa queda sobre la mesita del té junto a las muñecas, en unos minutos sube papá para ayudar a
con fuerza y vio que el pequeño todavía estaba atrapado en los brazos de Morfeo. Su cabello cobrizo es
ó hasta la ventana y de súbito abrió las cortinas haciendo que los primeros ray
luz del sol. Su hermana negó y sin pensarlo dos veces subió a su cama y comenzó a salt
! - gritaba su hermana mientras brincab
susurró con voz adormi
r eso - dijo Elizabeth bajándose d
ió a susurrar el pequeño a
igerio a los niños de kínder, su pequeño rebelde de ojos verdes era algo consentido a la hora de comer. Habían tratado por todos los medios que tomara leche en vaso, pero Edward se rehusaba a dejar el biberón. Su profesora
subía a verificar que sus hijos estuvieran listos para un día de escuela. Carl entró primero a la habitación de Helena y la encontró casi lista, cantando la canción del conejito para amarrar los cordones de sus zapatos. Sonr
adas con fuerza y sentándose en la cama para quit
- repitió el peque
qué? - preguntó con
cabello y sonrió ante lo gracioso de la queja a lo que el pequeño respondió frunciendo el ceñ
sus ojos y vio a su padre sonreírle - Nunca sabes lo que va a pasar en un día de escuela Edward. Así que... ¿Listo para la gran a
y lo ayudó a sentarse en una de las sillas de la mesa. Helena negó divertida al ver a sus dos hombres jugar con los tenedores y servilletas. Y es que, a pesar de tener 32 a
cucharillas plásticas. Haciendo algo de malabares Helena llevó a la mesa todos los alimentos: Pancakes y café para Carl, más pancakes y leche ca
por culpa de... Edward! - masculló Eliza
pondió su hermano con trozos de cereal aun sin
solo sacó la lengua sin que sus padres lo notar
a de todas las mañanas en la casa de los Wellington: un pequeño dormilón que se quejaba por no querer ir a la escue
llena de yogurt y besó sus sonrojadas mejillas mientras acomodaba su pequeña mochila a su espalda. Su cabello n
hasta encontrar a la profesora Carmen, la maestra de Elizabeth. A lo lejos y a pesar que Edward estaba bastan
va a pasar en un dí
s de chocolate que tanto le gustaban, sus ojos eran profundos y brillantes y su piel era casi tan pá
o su madre dejándoles un beso. El pequeño vio a su herman
cia de la niña frotó sus ojos con fuerza y dirigió la mirada al señor de bigote. La niña lo miraba con atención, como si lo estuv
a dejó en el suelo. La pequeña olía delicioso, no era como el olor de la co
do que él y la pequeña Marianne serían grandes amigos.
eó alegre Edward llevando de la mano a Ma
sonrió a la pequeña Marianne y se agachó hasta quedar a su altura. La niña la miró con algo de recelo, pero Edward apretó su manito y le sonrió. Charles v
pronóstico Marianne sonrió de inmediato a la maestra al verla ense
on la aquella joven hizo esa seña, Carmen quien
as manos. ¡Kate! - la llamó. La joven se incorporó rápidamen
no para saludar a Charles. Con u
que veo ya te presentaron a Marianne - sonrió Carmen al ver al pe
que haya decidido traer a Marianne.
terrumpió súbitamente a lo que Kate solamente asintió - Nunc
asión y necesidad siempre ha sido la comunicación a través de
lón de la mano del niño de ojos verdes quien le enseñaba cada pequeño rincón del
ve tinte de tristeza Kate. Esto hizo que Charles volteara rápidamente a ver a
ecordó el porqué de sus palabras. Claro que Marianne estaba en buenas manos
y mágico y especial. Que nos cuesta entenderlo a veces, pero no por ello deja de ser
ue me retire a mi salón. Que tengan un b
harles quien por segunda ocasión buscaba a su hija con la mirada, encontrándola de nuevo ce
ebe tener una educación diferente. Ella lo puede lograr, Marianne se puede integrar a un mundo de oyentes. Yo puedo además de
r no escuchar - admitió con tristeza Charle
onas con capacidades especiales son vistas como seres extraños y dignos de lástima y no como verdaderos
de duda. Su pequeña luchadora empezaba de esa manera a sus tres años una g
ecesitar de su presencia constante, supongo que por los próximos 5 o 6 días de clases - Charles as
pero son muy básicas - Charles se encogió de hombros y dio una mirada tiern
ente trabajo - lo felicitó con una sonrisa lo
bicarse, voy a hablar con los niños. Gracias
les. Kate asintió y se acercó a los niños. Notó que Edward le hablaba entusiasmado a la pequeñ
as la maestra a Marianne. Con sus peque
añas de su maestra y la sonrisa de la niña a s
sus manos? - preguntó curioso el pequeño. Su ma
llos para luego incorporarse. A Edward no le agradó mucho el gesto de soltar la mano de Marianne, pero al estar en