Tercer Tiempo al Amor
uevo día en su pequeña casita campestre. Abrió los ojos lentamente, disfrutando de esos primeros momentos de paz antes de que el mundo comenzara a moverse a su alrededor. A
inas de bordado francés y estantes llenos de libros. Todo en su hogar tenía un propósito, cada rincón hablaba de sus gustos y su personalidad. Se levantó
suave del amanecer que se colaba iluminaba una lámpara de pie, de pantalla de tela bordada, proyectando sombras tranquilas que se mezclaban con los colores cálidos del lugar. El ambiente era sencillo, pero lleno de personalidad. Cada objeto, desde las plantas en macetas
día de su graduación, y una última de su hermano, que sonreía de oreja a oreja. Esta última foto tenía un lugar privilegiado en el aparador de los recuerdos. No había lujos, pero sí una calidez que invitaba a quedarse, a relajarse y a perderse en el tiempo. En la repisa sobre la chimenea, siempre había dos o tres l
a, una tarde lluviosa y gris mientras amasaba el pan-. Pan casero, esas sopitas que re
, mirando el jardín. Aquellos momentos de quietud eran sagrados para ella, un respiro antes de sumergirse en sus actividades diarias. El perro negro despertó y estiró su cuello, tirando su cabeza hacia atrás, dio un largo bostezo y se levant
e se hacía equino terapia y equitación. En la sala junto a la biblioteca, una vieja máquina de escribir reposaba sobre una mesa de madera. Aunque las nuevas tecnologías le facilitaban la vida, a Sophia le gustaba la sensación de las teclas b
de júbilo y de reproche de la cancha de rugby cercana. Su próxima novela, una historia de amor ambientada en un mundo de fantasía, comenzaba a tomar forma. Cada palabra que escribía era una ventana h
sabía que, aunque los libros no podían sanar el cuerpo, podían aliviar el espíritu. Le encantaba leerles a los ancianos, a los enfermos, a los niños que atravesaban quemaduras o el cáncer... A aquellos que ya no podían sostener un libro, pero que aún podían disfrutar de una buena historia. A menudo se llevaba consigo dos o tres libr
n primavera, las flores salvajes crecían alrededor de la cerca que bordeaba la propiedad. Desde la ventana de la cocina, que daba justo a la tranquera de madera de su casa, se podían ver las mariposas revoloteando de un lado a ot
arillo intenso y brillante. La primavera estaba llegando, y con ella el calor. Se agachó para inspeccionar las fresas que crecían cerca de la entrada y sonrió al ver los pequeños frutos rojos comenzando a madurar. Este era su pequeño paraíso, lejos del caos de la ciudad y de
nos sombreros y boinas, y algunos vestidos sencillos para ocasiones especiales, o para cuando hacía mucho calor. Tomó un ligero suéter de lana muy fina, algo que siempre llev
cupó demasiado por ello. Lo importante, para ella, estaba en su interior: en sus historias, en las emociones que podía compartir con otros a través de las palabras. Se echó al hombro su bolso, que, además de contener los libros y sus cosas personales, en esta ocasión lle
las personas a las que les leía. Para ella, cada día era una nueva oportunidad de sumergirse en historias y compartirlas con otros, de encontrar la belleza en los pequeños detalles