La Familia (El Rey Roto)
Italia, O
o por nadie. Se atajó bajo las sombras que producía la oscura noche, apoyó la espalda contra la pared lateral del Palacio San Giorgio y encendió un cigarrillo iluminando apenas su rostro
en los huesos que ahí era donde se encon
de su padre siempre que salían juntos a cazar "justicieros" como él los llamaba. Su progenitor no tuvo tanta suerte;
vez por todas, entonces y solo entonces, podría cumplir con la promes
contó que cada solsticio su humilde local se llenaba de jóvenes y entusiastas extranjeros que visitan sin falta la Iglesia de Nostra Signora del Monte y la Villa Imperiale. También
ciedad tenía en este lugar su base de operaciones, los extranjeros que llegab
erse del frío y comprobó las dos dagas que llevaba en los bolsillos laterales, así como ambas 9mm que portaba bajo los brazo
igilarlos desde una distancia prudente. Luego de hacer varias compras en Venecia, viajaron e
erse de forma sigilosa, después de todo para eso fue entrenado toda su vida.
la bendición antes de irse. Lucian tuvo que tragarse las ganas de cortarle la cabeza al clérigo por su hipocresía. "No matarás" dice su libro s
guía. Por suerte para él conocía el terreno y había pocas callejuelas como para perderlos, en realidad, el único lugar al que llevaba el sendero de piedra er
rvar a través de las ventanas del salón principal sin ser visto. Adentro había por lo menos doscientos invitados, la mayoría
i giustizia" en persona. El bas
cándole arcadas, sus ojos; dos esmeraldas verdes, se iluminaron con la fría y oscura promesa de venganza en su forma más natural. No podía atacar allí dentro, sería un suicidio con ta
tamiento en el que perdieron a dos de sus mejores hombres, se vio incapaz de pedirles que volvieran al campo de batalla tan pronto. Podían ser soldados, pe
e él no
tro noventa y ocho de altura y sus buenos noventa y seis kilogramos de peso, su andar era tan silencioso como el de un jaguar en mitad de la selva. Años de entrenamiento le enseñaron a moverse sin ser de
uando el casi imperceptible sonido de las hojas al romperse a sus
os alrededores con la mirada. -¿Cómo me encontraste? -Inqui
o. -Respondió e
. No estaba dispuesto a poner en r
eno...
sus pobladas cejas. Su hermano actuaba de forma extraña, parecía demasiado tranquilo
voz del Master a sus espaldas, c
o a su hermano menor. Los ojos se le
n mil años. ¡Termine con la guerra
apretadas en puños y las venas del cuello y frente palpitando con fuer
orgullo convencido de sus palabras. -Tu cabeza a cambio d
do, pero por el infierno y todos sus demonios que no iba a morir sin pelear, antes de pre
o esquivó el golpe dando un giro que le permitió tomar al tipo por detrás rodeando su garganta con un brazo. Uso el cuerpo del bastardo como escudo cuando otro par se arrojó contra él, disparando desde dos direcciones diferen
da buscó el arma del cual provenían las balas y a pesar de lo que ya sabía le sorprendió ver el dedo de su hermano en el gatillo. Sus armas ca
o se intensificó cuando una bala más se hundió entre sus costillas pasando por milímetros a un lado de su corazón, sintió la calidez de su propia sangre brotando p
o último que vio mientras sus ojos verdes se cerraban; fue la sonris
cuatro paredes que lo contenían y las ratas que se escabullían por doquier. Sus heridas habían sido curadas y tenía el cuerpo entumecido. Tratohermano. Ese al que cuido y protegió cuando sus padres murieron. Ese que de pequeño lo seguía a todos lados y lo miraba como si fuera su superhéroe. ¿Qué iba
en la pared a sus espaldas, justo encima de su cabeza. – ¡NO! –
ón. Sus captores lo habían mantenido con vida,