La segunda oportunidad en el amor
Yo soy tuya y tú eres mío
El camino a reparar tu corázon
El regreso de la heredera adorada
Enamorarme de ella después del divorcio
El lamento de amor
Divorcio denegado: el CEO frío no me deja ir
El Contraataque del Multimillonario Disfrazado
Atraído por mi mujer de mil caras
La Novia Más Afortunada
Ella conocía las posibilidades, pero, aun así, cuando vio el símbolo de positivo en la prueba de Embarazo, Elizabeth Marcovich no se lo podía creer.
Estaba segura de que tomaba la píldora, no podía explicarse que había salido mal, no le había faltado ni un día, era la única maldita cosa que nunca había olvidado hacer.
Entonces se preguntaba ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué a ella?
Se negó a sí misma, se dijo que tenía ir a la farmacia inmediatamente, que esa prueba debía de estar defectuosa, sí, seguro era una prueba caducada.
Se convenció de que, seguro que era un asunto hormonal, el mismo que había causado su retraso de 6 días, pensándolo bien, mejor debería ir a ver a un médico, porque para ella no había ninguna maldita forma en este mundo de que ella, precisamente ella, de todas las mujeres, pudiese convertirse en una madre.
—¡Elizabeth! —fue sacada turbiamente de sus pensamientos por el golpe insistente, seguido de la voz seca de su madre tocando la puerta del baño.
Estaba en la casa de sus padres por las vacaciones de verano, si ellos la descubrían seguro que...
No.
Se juró que no iban a descubrir nada, porque no había una maldita cosa que descubrir.
—¡Elizabeth! —la llamo una segunda vez —¿Vas a venir a comer?
—Ya voy —dijo en una voz tan baja que era casi muda.
—¿Elizabeth? —insistió a voz regañona.
—¡En un minuto voy! —exclamo llevándose ambas manos a la boca para tapar el gimoteo que se le escapó al final de su oración.
—Apresúrate, se está enfriando.
Se forzó a sí misma a respirar dando pequeñas mordidas en el aire. Las tibias lágrimas le empezaron a correr por las mejillas, pero se las limpio
inmediatamente con la muñeca.
“Deja de llorar”, le ordeno su conciencia, “no está pasando nada, no hagas este tipo de drama”.
Inmediatamente después, metió la prueba en el depósito de agua con la intención de ocultarla. Acto seguido se recargó en el lavamanos para verse en el espejo, se lavó la cara de manera frenética, como si estuviese dentro de un sueño y con el acto pretendiese despertar.
“Mañana” pensó entonces, “Mañana mismo iré con el ginecólogo para que me explique todo esto”.
Se pasó la tarde entera llamando a Kiroshi, no respondió ni una sola vez. Volvió a ir a la farmacia, se hizo dos pruebas más de embarazo.
Positivas.
Intento llamar la atención de Kiroshi con mensajes de texto “¿Dónde estás?” “¿Por qué no me respondes?” “Necesito hablar” “Necesito verte”.
Se quedó a medio escribir cuando le puso “creo que podría estar embarazada”.
No se atrevió a enviarlo.
Eli se hundió en la cama de su infancia mirando al techo.
La pregunta que se repitió en su cabeza se volvió rápidamente una tortura:
“¿Y ahora qué?”
La incertidumbre era lo único peor que la verdad.
Quería gritar, quería que todo se detuviese, quería que la tierra se la partiera y se la tragara, no podía soportarlo más, estaba completamente hundida bajo las sombras de los molestos pensamientos que le nublaban la cabeza.
“Alguien tan estúpida como tú, nunca podría ser madre”.
Entonces, una luz de esperanza. Su teléfono vibró una vez, ella se inclinó rápidamente a ver el mensaje en la pantalla.
Tenía una dirección en él.
Aquel gesto tan insignificante le hizo pensar que había una salida, que no todo estaba perdido, que después de todo, ella sí le importaba, que tal vez, en el fondo, si la amaba, que existía realmente una posibilidad, de que todo lo que estaba mal, pudiese de pronto estar bien.
“Kiroshi es un hombre amable después de todo”, recordó antes de escaparse por la ventana para ir a su encuentro.
Era un restaurante en el muelle que en aquel momento se encontraba prácticamente solo.
Cuando entro en el local, su vista dio rápidamente con Kiroshi sentado en la mesa del fondo.
Era un hombre de 26 años, con el cabello castaño y con redondos ojos color miel, que le provocaban una tranquilidad infinita, su complexión era esbelta y sus extremidades largas, y siempre tenía para ella, nada más que gestos alegres.
Había en medio de la mesa una botella y dos copas de vino servidas, cuando este vio a Elizabeth se le iluminó el rostro con esa sonrisa boba que solo le mostraba a ella.
Como el caballero que solía ser, se apresuró a levantarse para recorrerle la silla. La rubia tomó asiento y espero a que él se sentara en frente de ella.
—De acuerdo —le dijo él con aquella tranquilidad infinita y extrema simpatía que rápidamente se volvió dolorosa—¿Qué paso? ¿Qué querías decirme? —
Eli vio su cara, con esa aura pacifica que la envolvía siempre y con esa sonrisa tonta que amaba, entonces la suya se arrugó por completo.
De pronto, al tenerlo enfrente, sabiendo que tenía que decirle lo que le tenía que decir, todo se volvió real.
Y lo real era muy aterrador.
No podría estar embarazada, lo estaba, las pruebas no estaban defectuosas y solo necesitaba ver al ginecólogo, para pedirle vitaminas prenatales.
Y él no le pertenecía.
Y no lo amaba.
Y nada, ni una sola cosa en todo el mundo, iba a estar nunca jamás bien.
—Estoy embarazada —le dijo como escupiéndolo, sin intenciones de seguir fingiendo, de seguir actuando como si realmente fuera boba.
Kiroshi la miro con la cara más obvia que pudo poner, una cara llena de miedo, una cara que no tenía una pizca de felicidad en ella, la cara misma de un condenado a muerte.
—¿Qué? —le pregunto aún con esa cara odiosa que acabo con las defensas de Eli y le provoco que las lágrimas cayeran una detrás de otra, tan dolorosas y liberadoras como podían ser.
—Kiroshi Shikabane —le dijo en un tono casi suplicante—¿Te casarías conmigo?
Kiroshi levanto sus ojos para encontrarse con los de ella, forzó una sonrisa en sus labios, sin embargo, antes de poder hacerlo, él también rompió en llanto.
Era un llanto silencioso, pero incontenible, del que no se puede uno tragar, ni se puede evitar, del que duele tan suavemente como fluye.