Finalmente, había llegado. Luego de varios días de sufrimiento, insomnio, hambre, sol inclemente, noches frías, insultos, golpes, largas caminatas, cruzar selvas, desiertos y ríos, ser perseguida por la policía y por delincuentes, además de muchas calamidades más, lo logré. Estaba en New York.
Mi nombre es Mayra López, soy una latina en busca de una vida mejor. Aunque para ser sincera, me gustaba mi antigua vida. Para mí, no había nada mejor que ella.
Cuando era una pequeña, mis padres fallecieron en un accidente y fui llevada a vivir con mi nana Liliana y mi primo hermano Roberto a un pequeño pueblito. Vivíamos en una pequeña granja, dónde había gallinas, cabras y una mula. Sembrábamos maíz y granos.
Aunque vivíamos muy humildemente y pasamos mucho trabajo, éramos felices, nuestra familia era pequeña, pero unida. Aun cuando yo solía vivir en la ciudad cuando vivía con mis padres (según lo poco que recuerdo), me adapte rápidamente a mi nueva vida. No hay nada mejor que crecer en la libertad del campo.
Cuando mi primo y yo llegamos a la adolescencia, empezaron a correr rumores en el pueblo de que Roberto estaba iniciándose en el camino de la delincuencia, pero nunca se probó nada, así que Nana y yo nunca lo creímos, no fue nada más que rumores.
Al cumplir la mayoría de edad, mi primo Roberto, decidió irse del país y buscar una vida mejor en Estados Unidos. Eso nos deprimió mucho a Nana y a mí, sin embargo, apoyamos su sueño. Fue muy duro porque pasó mucho tiempo para que supiéramos algo de él, vivimos mucha angustia.
Luego de algún tiempo, las cosas mejoraron, Roberto apareció y había encontrado un buen trabajo en Estados Unidos, por fin se comunicaba constantemente, además nos enviaba un buen dinero. Siempre se mantenía comunicado y siempre nos pedía ir a vivir con él, pero Nana y yo, nos negábamos, nos encantaba nuestra vida en el pueblo.
Unos años después, mi amada Nana, falleció. Fue de forma natural, un día fue a dormir y a la mañana siguiente, no despertó. Sufrí mucho, lloré sin cesar, ahora estaba sola, por eso, no lo pensé mucho cuando mi primo Roberto me pidió, no, prácticamente me rogó, que me fuera a vivir con él a Estados Unidos.
Así que hice mi maleta y me fui, como no tenía los papeles en regla, viajé de forma ilegal y no se imaginan las penurias que tuve que pasar, pero finalmente llegué.
Esperaba a mi primo, que vendría a buscarme en el punto acordado.
Una camioneta oscura con los vidrios completamente ahumados se detuvo frente a mí. Bajaron un vidrio, se asomó un sujeto con un aspecto bastante intimidante, moreno, rapado y algo regordete. Él se dirigió a mí.
— ¿Tú eres Mayra?. — Asentí lentamente. — Sube. — Se abrió la puerta de atrás. Yo me quedé paralizada con el corazón latiendo desbocado. Al no ver ningún movimiento, el sujeto con mala cara se bajó del auto, me tomó por el brazo y me empujó hacia el auto. — Te dije que subas. — Habló con autoridad.
Horrorizada y temblando, subí a la camioneta. Hay otros dos sujetos en ella, igual de intimidantes, todos con chaquetas, iban vestidos completamente con colores oscuros. Tenían una música de rap en inglés puesta en el reproductor del auto con mucho volumen. Ninguno de ellos dice nada, le pusieron los seguros a la puerta del auto y arrancaron.
Pasé todo el camino recordando los buenos momentos de mi vida, orando, conteniendo las lágrimas, estaba segura de que había llegado mi hora, con la pinta que se traían estos tipos, seguramente me llevaban para torturarme y matarme, ¿El por qué? No lo sé, pero hoy en día, muchas veces, el mundo funciona así, las personas son asesinadas por nada.
La única pregunta que quedaba atorada en mi garganta y no era capaz de pronunciar, ¿Cómo me conocían, como sabían mi nombre?.
Llegamos a una especie de almacén, apenas la camioneta se detiene, se abrió el portón y entramos. Había mucha gente en el lugar, hombres y mujeres, mucho movimiento, muchas cajas, paquetes, cosas ilegales, me estremecí, no sabía lo que me esperaba.
Me bajaron de la camioneta sin decir palabra, me llevaron escoltada escaleras arriba en el almacén, con estos enormes hombres a mi alrededor, no podía ver mucho, además el temor no me permitía razonar o pensar, yo caminaba de forma robótica.
Se detuvieron en una puerta y la abren para mí.
— Pasa y toma asiento. — Habló uno de los sujetos, con el ceño fruncido.
Entré en silencio. El cuarto estaba todo cerrado, no tenía ni una mísera ventana, pero no se sentía tan intimidante, más bien parecía una oficina, con muebles y escritorio, y no un cuarto de tortura como el que me imaginé.
Luego de unos minutos llenos de estrés, en el que solo rece y retorcía mis manos entre mis piernas, se abrió la puerta. Con el corazón en la boca, vi que alguien va entrando a la habitación, era un chico alto, con una espalda ancha, y muy guapo, sentí una punzada en mi pecho.