Cerré la puerta de mi pequeña tienda de flores y suspiré. Otro día duro. Las cuentas no dejaban de acumularse y apenas tenía clientes suficientes para mantener el negocio en pie. Con el cansancio apoderándose de mí, caminé hacia mi diminuto apartamento, sintiendo que el peso de mis problemas se hacía más pesado con cada paso.
Al llegar a casa, dejé caer mi bolso en el sofá y me dirigí a la cocina para prepararme una taza de té. Necesitaba algo caliente para calmarme. Mientras el agua hervía, mi teléfono comenzó a sonar. Miré la pantalla y me sorprendí al ver el nombre de mi viejo amigo, Javier. Javier y yo habíamos crecido juntos y aunque nuestros caminos se habían separado, siempre habíamos mantenido el contacto, aunque fuera esporádico.
-¿Javier? -contesté, tratando de sonar más animada de lo que me sentía.
-Elena, ¡qué bueno que contestaste! Necesito hablar contigo sobre un asunto muy importante. ¿Podemos vernos mañana? -dijo Javier, con una urgencia en su voz que rara vez había escuchado.
-Claro, ¿de qué se trata? -pregunté, intrigada.
-Es mejor que lo hablemos en persona. Te invito a almorzar. ¿Te parece bien a las doce en el Café del Parque?
-Está bien, nos vemos allí -respondí, sintiendo una mezcla de curiosidad y preocupación.
A la mañana siguiente, me dirigí al Café del Parque, un lugar acogedor que Javier y yo solíamos frecuentar cuando éramos adolescentes. El lugar no había cambiado mucho, aún tenía ese aroma a café recién molido y pasteles recién horneados. Al entrar, lo vi sentado en una mesa en la esquina, con su característica sonrisa y una carpeta gruesa frente a él.
-Elena, gracias por venir -dijo, levantándose para darme un abrazo.
-Javier, me tienes en ascuas. ¿Qué es tan importante? -pregunté, sentándome frente a él.
-He recibido una propuesta muy inusual que creo podría interesarte. Es... bueno, es un matrimonio por contrato -dijo, abriendo la carpeta y sacando unos documentos.