Estaba sentada en la terraza de mi edificio, tenía un cigarro en la mano y en la otra una botella. Mi vida era un jodido infierno, no encontraba la manera de salir de esta maldita miseria. Debía cinco meses de renta y ya no tenía nada para comer. Me botaron del trabajo porque no quise acostarme con el jefe. Por muy necesitada que esté, jamás me acostaría con un hombre casado y viejo. Me gustaban las cosas buenas. Si me iba a comer un trozo de carne, que fuera de primera calidad.
Estaba viendo el cielo cuando mi vecina, Tiffany, se sentó a mi lado.
—La vida te está dando duro, Vanesa. ¿O son ideas mías? —me dice mientras me mira.
—La vida me está dando durísimo, Tiffany. He quedado sin empleo, debo muchos meses de alquiler, van a correrme, no tengo qué comer, no tengo nada, estoy demasiado deprimida —digo llorando.
—¿Por qué no vienes a trabajar a mi local? Es un poco indecente y chulesco, pero necesitan una bailarina. Luego podrías subir de cargo y llegar a ser la administradora del lugar —dice mirándome mientras le da un jalón a su cigarro.
—No sé, es solo que nunca he intentado trabajar de bailarina o prostituta, no sé realmente. La vida es una mierda.
—Si quieres o necesitas, avísame y te ayudo. Debo irme.
La veo salir de la azotea y me quedo aquí sentada viendo la Luna. Había perdido a mis padres en la frontera entre México y Estados Unidos. Me había tocado luchar sola. Mi hermano se perdió en el desierto. Esa era la película que mi mente tenía grabada siempre. Quería trabajar, ganar suficiente dinero y poder recuperarlo, pero al parecer la vida me tenía otros planes. Nunca he podido estar económicamente estable, ni tampoco he sido feliz. Llevo tres cruces en mi hombro y en mi alma, nadie podría con eso.
Camino directo a mi pequeño apartamento en el último piso. Demás está decir que esto era una verdadera pocilga, pero no tenía suficiente dinero para arrendar otra cosa, así que tuve que morir aquí. Ahora el problema está en que no tengo empleo, así que tampoco podré pagarlo. Abro la puerta haciendo magia con la vieja manilla. El dueño se negaba a arreglarla, es un tacaño extremo. Deberían invitarlo a uno de esos programas donde las personas tienen esa enfermedad impulsiva.
Después de luchar con la puerta, logro abrirla. En el interior del lugar no había nada, ni muebles, ni mesa. Ni siquiera había bombillos. Vivía sumida en la oscuridad. Me bastaba con la luz de la luna. No es que quisiera vivir así, es lo que me había tocado.
Cuando estoy a punto de acostarme en aquel viejo colchón, alguien toca la puerta. Camino con toda la paciencia del mundo. La persona que tocaba estaba impaciente. Al abrir, me encuentro con la cara furiosa de Tomás, el dueño de este cochinero.