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POV: Alma
El contrato no olía a papel.
Olía a desinfectante, a tinta fresca… y a algo más. Un rastro metálico, casi eléctrico, que no tenía sentido en una sala de Recursos Humanos en el piso veintiocho de Noir Tower.
—Firma aquí, Alma —dijo Sofía, empujando el documento hacia mí—. Y aquí. Y… aquí. Te lo juro, no vendemos tu alma. Solo un porcentaje obsceno de tu tiempo.
Intenté sonreír. El bolígrafo se sentía demasiado pesado entre mis dedos.
Era mi primer día en Noir Holdings. Hasta ahora solo había sido un nombre en correos fríos. En este momento, sentada frente al contrato, empezaba a parecer una vida nueva… o una trampa muy elegante.
—Esta es la versión final —añadió Sofía—. Incluye confidencialidad reforzada para análisis de riesgo y el apartado médico. Nada fuera de lo normal para tu área.
Apartado médico.
Mis ojos bajaron al texto. Letras pequeñas, párrafos interminables. Una línea se desprendió del resto como si la hubieran subrayado con sangre:
“La parte contratante se compromete a someterse a exámenes médicos periódicos, incluyendo evaluaciones hormonales, y a informar de inmediato cualquier cambio significativo en su ciclo, estado físico o emocional…”
Fruncí el ceño.
—¿Evaluaciones hormonales? —pregunté—. Pensé que eran solo chequeos generales.
Sofía se encogió de hombros.
—En tu área trabajan con información sensible —explicó—. El estrés, el insomnio, los ataques de ansiedad… todo eso puede distorsionar tus análisis. Es una forma elegante de decir “si estás a punto de explotar, queremos saberlo”.
Tenía sentido. Más o menos. Pero algo en esa frase me incomodó. No decía “ciclo menstrual”. Decía “ciclo” a secas, como si asumieran que mi cuerpo seguía reglas que nadie me había explicado.
Un calor raro empezó a subir desde la nuca. Aflojé la bufanda que usé para enfrentar la lluvia de Nova Lyra.
—Alma —dijo Sofía, mirándome con atención—. ¿Estás bien?
—Sí —respondí demasiado rápido—. Solo… hace calor.
Mentía. El aire acondicionado estaba helado. Mi piel, en cambio, ardía.
“Ansiedad”, pensé. “Nuevo trabajo, edificio enorme, contrato con letras diminutas. Normal”.
Respiré hondo y seguí leyendo. Confidencialidad reforzada. Prohibición de hablar de proyectos. De usar datos para beneficio personal. De casi todo lo que podría salvarme si esto salía mal.
Al final del documento, un espacio en blanco:
Firma de la empleada: Alma Trish.
Mi nombre ahí parecía ajeno. Definitivo.
El olor raro volvió.
No venía del papel.
La puerta de la sala se abrió sin que nadie golpeara. El aire se movió, trayendo un perfume oscuro, como ámbar caliente mezclado con tormenta.
No tuve que girar la cabeza para saber quién era.
—Señor Noir —dijo Sofía, poniéndose de pie—. No lo esperábamos para la firma.
Yo tampoco. Pero mi cuerpo sí. Lo reconoció antes que mi mente.
La atmósfera cambió. El espacio pareció encogerse, como si las paredes contuvieran la respiración.
Me obligué a levantar la vista.
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