El aire frío de la noche golpeaba el rostro de Luna, quien corría sin mirar atrás. Cada paso que daba parecía hundirla más en el bosque oscuro, donde las sombras parecían alargarse, retorcidas, como si intentaran alcanzarla. El sonido de sus respiraciones entrecortadas se mezclaba con los pasos apresurados que aún la perseguían. Algo más estaba detrás de ella, algo que no era humano, y sabía que no podía permitir que la alcanzaran.
Sus piernas temblaban por el agotamiento, pero no podía parar. Algo en sus entrañas le decía que si lo hacía, no habría una segunda oportunidad. Ya había escuchado las leyendas, esas historias que le parecían absurdas en su infancia. Pero ahora... ahora sabía que lo que se decía sobre los cazadores y las criaturas oscuras no era solo mito. Estaba viva para comprobarlo.
Un grito desgarrador la hizo girar en seco. No podía ver nada, solo la maraña de árboles y la oscuridad densa que rodeaba cada centímetro del bosque. El crujir de las hojas secas bajo los pies de sus perseguidores le helaba la sangre. ¿Por qué? ¿Por qué la perseguían? Todo esto comenzaba a desbordar la realidad que conocía. Estaba atrapada en algo que ni siquiera entendía.
De pronto, el aire cambió. El viento que la azotaba se detuvo. Las sombras que la rodeaban parecían haberse agazapado, como si todo el bosque hubiera contenido la respiración. Luna detuvo sus pasos, su pecho subiendo y bajando con rapidez. Algo estaba cerca, algo mucho peor que los hombres que la seguían.
Y entonces lo vio. En la distancia, entre las sombras, apareció una figura enorme, una sombra que se deslizaba con la elegancia de un depredador. Un lobo. Sus ojos brillaban con un destello dorado en medio de la oscuridad, dos soles que la observaban fijamente, desafiantes.
Luna no pudo moverse, paralizada por el miedo, mientras el lobo avanzaba hacia ella con paso firme. Su cuerpo parecía un espectro, como si no hubiera límites entre la bestia y la noche misma. En su mente, las palabras de su madre resonaban, las advertencias sobre las criaturas que habitaban la oscuridad... Pero ahora, estaba frente a una de ellas.
Antes de que pudiera reaccionar, el lobo dio un salto, una velocidad imposible de seguir. Luna sintió una presión contra su pecho, un resplandor dorado ante sus ojos. Pero no ocurrió lo que esperaba. No la atacó. En su lugar, el lobo se detuvo a unos centímetros de su rostro, sus ojos fijos en los de ella. La conexión fue instantánea, casi eléctrica, y Luna sintió una vibración que recorrió su columna.
No podía moverse, no podía gritar. Pero justo cuando pensó que todo había terminado, un sonido grave, como un rugido controlado, la sacó de su trance. El lobo dio un paso atrás y, con una velocidad vertiginosa, se transformó en un hombre.